El caso García Noblejas y otras batallas del callejero
Me alegro por la gran familia García Noblejas, también por lo que supone de absolución y resarcimiento moral ante una condena a su memoria familiar que parecía inapelable
Las batallas del callejero son ya vieja costumbre en nuestro solar. La llamada ley de 'memoria histórica' no ha introducido ninguna novedad. Ya en tiempos de la Segunda República se cambiaron de una tacada los nombres de una treintena de calles en Madrid, sobre todo, las de denominaciones monárquicas. Por ejemplo, la avenida de la Reina Victoria pasó a llamarse de Pablo Iglesias, fundador del PSOE, y la calle Alfonso XIII, Carlos Marx. Las plazas de Isabel II y del Rey, respectivamente, fueron rebautizadas con las de los protomártires republicanos Fermín Galán y Ángel García Hernández, fusilados tras el fracaso de la revuelta antimonárquica de Jaca de diciembre de 1930.
Durante la Guerra Civil se aprobó en el Ayuntamiento de Madrid pasar a estudio en la correspondiente comisión el cambio de la calle Pretil de los Consejos, que se abre a la calle Mayor en el punto exacto en el que se atentó con bomba, el 31 de mayo de 1906, contra la comitiva nupcial del Rey Alfonso XIII y la Reina Victoria Eugenia. La nueva denominación sería, sangrienta ocurrencia, la de calle de Mateo Morral, el anarquista que arrojó el artefacto causando veintitrés muertos entre la comitiva y el público.
Terminada la contienda, los franquistas impusieron su propio nomenclátor borrando todos los nombres republicanos y colocando los de su bando. Luego llegó la democracia y el alcalde Tierno Galván eliminó 37 rotulaciones de la dictadura a las que devolvió en su mayor parte los nombres tradicionales anteriores a la República. Su sucesor, Juan Barranco, conservó decenas y decenas de calles nombradas durante el franquismo. En los sucesivos Gobiernos municipales del PP no se apostó por cambiar, sino por sumar reconocimientos a figuras vinculadas a la Segunda República, como fue el caso de Azaña, Alcalá Zamora, los alcaldes republicanos de la capital o las Trece Rosas.
Fue con Manuela Carmena cuando se armó la zapatiesta a raíz de su fallido intento de purgar más de 200 nombres del nomenclátor –entre ellos los de Miguel Mihura, Salvador Dalí, Joaquín Turina o Santiago Bernabéu– con elevadas dosis de supina ignorancia entremezcladas con simple mala idea. Por ejemplo, al querer eliminar la calle del comandante Zorita, que reconocía su condición de pionero de los vuelos supersónicos, inventándose que había bombardeado Guernica cuando en abril de 1937 era un simple soldado de infantería.
Un comisionado con representantes elegidos por los grupos municipales puso después mejor voluntad y mayor cordura al tratar de someter el callejero madrileño al juicio histórico impuesto por la ley de Zapatero. Una cuestión que preocupaba tanto a los madrileños que durante ocho años, entre la aprobación de la ley en 2007 y el último gobierno municipal del PP del que formé parte en 2015, solo hubo una reclamación al consistorio por no haberla aplicado.
El éxito de los recursos de familiares y vecinos afectados han ido conduciendo a sucesivas resoluciones judiciales que el Ayuntamiento y todos los concejales que lo forman tienen que acatar, como se precia en cualquier Estado de derecho digno de tal nombre. La última sentencia cumplida es la restitución del rótulo de Hermanos García Noblejas. No detenta Carmena, por cierto, el título de primera regidora madrileña en quitar tal nombre a una calle. En tal condición, según el callejero histórico de Madrid, se iguala con el conde de Mayalde que, en pleno franquismo y por dos veces, eliminó esa denominación de sendos viales, en 1952 y 1953, para dejar definitivamente el que ha sido ahora objeto de litigio.
Me alegro por la gran familia García Noblejas, también por lo que supone de absolución y resarcimiento moral ante una condena a su memoria familiar que parecía inapelable. Quien conozca la historia de quienes dan nombre a la calle, no puede concebir que su recuerdo sea hoy una exaltación de la Guerra Civil o de la dictadura.
El padre, Salvador, fue asesinado en Paracuellos con 68 años; dos de sus hijos, Salvador y José, murieron a manos de las milicias frentepopulistas; y un tercero, Jesús, falleció en San Sebastián en 1937 en circunstancias nunca definitivamente aclaradas, aunque algunas fuentes apuntan a que fue asesinado por los franquistas. El cuarto hermano, Javier, cayó en Rusia como voluntario de la División Azul, y el quinto, Ramón, retirado del frente ruso por el general Muñoz Grandes por ser el único hijo varón que le quedaba a su madre, al modo de «Salvar al soldado Ryan», falleció en accidente de tráfico poco después de regresar a España.
Lo que representa el nombre de esa calle es el horror de la guerra y el sufrimiento que trajo el conflicto a todas las familias españolas en una y otra zona contendiente, más allá de adscripciones ideológicas, que en el caso de los García Noblejas era la de ser falangistas. Es esa representación aleccionadora de lo que jamás debía de repetirse, lo que precisamente se valoraba en la sociedad española durante la Transición y lo que hizo posible el pacto de concordia.
Como expuse en su día en el pleno del Ayuntamiento, si era voluntad del equipo de gobierno «feminizar» el callejero, ahí tenían una gran oportunidad: dedicarle una calle a la madre de los García Noblejas, Laura Brunet, conmovedor retrato del dolor de todas las mujeres –esposas, madres, hijas, hermanas…– a las que una de las dos Españas heló el corazón en vida.
- Pedro Corral es periodista, escritor y diputado del PP en la Asamblea de Madrid