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en primera líneaGonzalo Cabello de los Cobos Narváez

«Señoras guaras»

La industria del porno está pervirtiendo a los niños a una velocidad alarmante y es un hecho que tarde o temprano trascenderá en sus vidas reales

Hace poco mi buen amigo Álvaro me contó una historia que no me resisto a compartir con ustedes y que me ha hecho reflexionar. Una noche salió a cenar con su mujer y por circunstancias laborales urgentes tuvieron que volver a casa antes de lo previsto. Cuando abrieron la puerta principal escucharon un correteo inconfundible por el pasillo, entraron y vieron la luz del despacho y del ordenador encendidas.

Cuando Álvaro fue al cuarto de su hijo de nueve años para pedirle explicaciones (su hijo tiene prohibido jugar al ordenador sin supervisión) se dio cuenta de que se estaba haciendo el dormido. Álvaro estaba demasiado cansado para tener una reprimenda paternofilial a esas horas y pensó que sería mejor hablar con él por la mañana. Así pues, se fue al despacho y comenzó a trabajar. Pasado un rato entró en Google para buscar un dato y, entre escandalizado y divertido, se dio cuenta de que en el listado del historial había una frase que él no había buscado: «Señoras guaras».

Personalmente yo descubrí el alegre mundo de las mujeres carentes de ropa mucho más tarde. Y no les engaño, lo abracé, como creo que cualquier niño, con elevado entusiasmo. Pero había una diferencia sustancial entre mi diversión y la diversión de los niños de hoy: la tecnología. Cuando yo tenía 13, 14, 15 o 16 años a lo único que podía aspirar era a ver una revista cochina de esas que el listillo de la clase traía de contrabando al colegio. Eso o tratar de vislumbrar una silueta femenina entre los puntitos de la señal diferida de Canal +. En realidad, todo lo que se necesitaba era imaginación. Tampoco se necesitaba más.

Hoy todo ha cambiado. En la actualidad, cualquier niño pubertoso con un móvil e internet tiene acceso a un universo infinito de pornografía. Ya no necesitan su imaginación, sólo tienen que desear algo y su deseo les será concedido de inmediato a golpe de un solo clic. Resulta perturbador, pero es así.

Lu Tolstova

Y son precisamente los deseos los que, si lo analizan, convierten en aterradora esta historia. Los deseos siempre son exponenciales, es decir, cuando deseas algo y lo tienes siempre quieres más. Un hecho que el industrioso y multibillonario sector del porno conoce perfectamente y que, además, utiliza para su propio beneficio a través de los algoritmos.

Cuando un niño se mete en una página de este tipo y pone «rubias», al día siguiente la misma página le ofrece señoras rubias sin que el niño tenga la necesidad de elegirlo. Pero llega un día en que se cansa de las rubias y busca «morenas». La página va adaptándose continuamente a los deseos del niño mientras este, a su vez, va cruzando una barrera tras otra hasta llegar a los contenidos más oscuros y degradantes que podamos imaginar. Hay que mencionar además que, desgraciadamente, suele ser la mujer la que peor sale parada de estas relaciones cada vez más humillantes e imposibles.

La industria del porno está pervirtiendo a los niños a una velocidad alarmante y es un hecho que tarde o temprano trascenderá en sus vidas reales. Piénselo. Si a los once años comienzan a ver pornografía blanda, ¿qué necesitarán a los 17 años para levantar las expectativas? Y eso no es lo peor. Imagínense que su hijo, consumidor temprano de guarradas, de repente comienza a salir con una chica de su misma edad y que esa niña lo máximo que ha visto es una escena de cama en una película. ¿Qué creen que pasará cuando esos dos adolescentes intimen un poco más? Lo que sucederá es que su hijo, acostumbrado a ver en el ordenador el «columpio libanés», forzará a su novia a columpiarse con él. Y no porque esté forzándola deliberadamente, sino porque simplemente el niño entenderá que ese comportamiento que lleva consumiendo durante cientos de horas desde hace años, en realidad, es el normal. El resultado final es que no solo se pervierte él como consumidor de pornografía, sino que además pervierte a la otra persona.

Por no hablar del matrimonio. En España, de media, nos casamos tarde. Pongamos que él tiene 30 y ella 27. En el mundo de hoy ese hombre lleva consumiendo pornografía a la carta desde hace por lo menos 16 o 17 años años. ¿Ustedes creen que el apuesto novio se va a conformar con una vida sexual sana y equilibrada? Yo diría que en un principio sí, pero solo porque quiere a la persona que tiene enfrente y entiende que los comportamientos que ve en los vídeos porno son más ficción que realidad. La pregunta que cabe hacerse es, ¿su cuerpo estará de acuerdo con su cabeza? Ya lo veremos.

Las consecuencias las iremos viendo durante estos años. Por lo pronto, la cantante Billie Eilish, de 20 años, declaraba hace pocos días que el consumo masivo de porno violento desde los 11 años había terminado por «destruirle el cerebro» y que ese consumo había desencadenado serias consecuencias en sus relaciones adultas. Un testimonio importante que hace que pensemos que a lo mejor hay más pandemias que el coronavirus con la diferencia de que, por ahora, para esta no tenemos vacuna.

  • Gonzalo Cabello de los Cobos Narváez es periodista