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Pocas alegrías, salvo para Vox

El pacto entre PP y Vox es lo que dicta la lógica del resultado de ayer. Un pacto en términos razonables, equilibrados y proporcionales a la representación de cada una de las fuerzas políticas. Ningún votante del PP y ninguno de Vox entendería que no se produjera ese entendimiento

El Partido Popular ha ganado las elecciones en Castilla y León y el PSOE las ha perdido. Eso es lo fundamental de lo ocurrido ayer. Los populares han vuelto a colocarse como la primera fuerza política de la Comunidad Autónoma donde irrumpe la misma fragmentación y volatilidad que en el resto de España. Mañueco consigue recuperar la posición pero se ha quedado a diez escaños de la mayoría absoluta y necesitará del apoyo de Vox para seguir al frente de la Comunidad.

El PP ha ganado sin lucimiento y sin brillo, pero con la eficacia del equipo que se las sabe todas. La marca PP y su estructura territorial en Castilla y León le han servido a Mañueco para conjurar todos los demonios que se habían desatado en la campaña: las expectativas desmedidas, la abstención, el auge de Vox, los inventos de Tezanos, el trilerismo del Gobierno incumpliendo los más elementales principios de neutralidad electoral, las torpezas de Génova y hasta el bochornoso episodio del voto del diputado Alberto Casero. Todo lo malo que podía pasar, le pasó y a pesar de ello ganó las elecciones. Esa victoria agónica es inferior a la que esperaban, pero le sirve para mantener el gobierno de la Comunidad.

La victoria de anoche no puede ocultar que los populares han protagonizado una pésima campaña de la que solo les ha redimido su base electoral. De un suelo de 37 escaños con el que arrancaron han terminado en 31 y pidiendo la hora. Si Pablo Casado quiere llegar algún día a Moncloa, debería estudiar con detenimiento todos los errores cometidos, que empiezan a ser una peligrosa costumbre en sus campañas electorales. También deberá sentarse a definir de una vez su estrategia respecto a Vox. Los estrategas de Génova se han tirado toda la campaña hablando de Vox, como si fuera el elefante de Lakoff. Más les valdría que dedicaran menos esfuerzos a pelearse con Ayuso y más a definir una estrategia a largo plazo sobre sus relaciones con ese socio incómodo pero imprescindible para desalojar a Sánchez y su Frankenstein de La Moncloa.

El PSOE ha perdido las elecciones. Sin paliativos. A pesar del entusiasmo de las últimas jornadas y de las fantasías de Tezanos que llevaron a Sánchez a apuntarse al tramo final de la campaña, los socialistas se han dejado siete escaños. A Tudanca no le han salvado ni la lluvia de millones prometidos por el gobierno ni la rectificación de los errores cometidos por Sánchez en la campaña de Madrid. En vez de castigar a la Comunidad rebelde, como hizo con Ayuso, el gobierno intentó seducir a los votantes de Castilla y León con un auténtico despliegue de millones y de ministros que no le han servido para nada. Ello demuestra que el rechazo que provoca la figura de Pedro Sánchez, sus políticas y sus alianzas, es mucho más severo de lo que pueda parecer. Su único consuelo es intentar sacar réditos del fantasma de la ultraderecha, pero lo ocurrido ayer demuestra que ese pozo apenas da agua. El fantasma del fascismo no asusta a nadie y menos después de que el PSOE haya escogido de socios a los herederos de ETA.

Los resultados obtenidos ayer confirman que Vox, lejos de ser un fenómeno en decadencia como algunos soñaban, cuenta con mucho recorrido en la política española. Tienen motivos justificados para considerarse los vencedores morales de la noche en virtud de ese crecimiento de uno a trece escaños. Que ese resultado se haya visto favorecido por la baja participación no empaña su éxito. Vox está disfrutando de su momento dulce como sucedió en su día con Podemos y Ciudadanos. Con un candidato casi desconocido y sin más mensaje que los mítines multitudinarios, unos por despiste y otros por interés, le convirtieron en el referente de la campaña y ello le ha rendido unos extraordinarios dividendos electorales.

Lu Tolstova

El ascenso de Vox es paralelo al batacazo sufrido por Ciudadanos, que queda reducido al escaño del Francisco Igea. Los votantes de Castilla y León parecen haberle dado la razón a Fernández Mañueco cuando convocó las elecciones por falta de confianza en Ciudadanos. A la vista de los datos está claro que no era el único que desconfiaba de ellos. Igea ha hecho de su campaña un alegato airado contra Mañueco, pero esa agresividad no le ha servido para revertir la situación terminal de su partido.

Tampoco los castellanos y leoneses han visto por ningún lado las cosas chulísimas que hace Yolanda Díaz. De hecho ni siquiera la han visto a ella más allá de una aparición casi testimonial al final de la campaña. Ciudadanos y Podemos, las dos estrellas rutilantes de la nueva política hace algunos años, han certificado el final de su ciclo, pero la herencia de inestabilidad que dejan en la política española es muy preocupante.

Ahí están las candidaturas provinciales que entran en el Parlamento de Castilla y León, que solo comparten esa condición de uniprovinciales, pero responden a impulsos políticos muy distintos. Salvo en el caso de Ávila, que procede de una escisión del PP, los éxitos de UPL y de Soria ¡Ya! se han construido a costa del electorado socialista.

En el nuevo parlamento de Castilla y León, se van a dar cita hasta ocho fuerzas políticas. Un partido ha perdido 11 de sus 12 escaños y otro ha pasado de 1 a 13. Los resultados de ayer demuestran que ni siquiera la tradicional sobriedad de esa comunidad autónoma ha quedado a resguardo de la ola de volatilidad y fragmentación que está dinamitando la política española. Los ciudadanos reclamamos gobiernos estables pero votamos contra la estabilidad. Sea por aburrimiento, por desencanto o por enfado, parecemos empeñados en complicar cada vez más las posibles mayorías de gobierno. Ocho partidos en Castilla y León, otros ocho en el Parlamento de Cataluña, 17 en el Congreso de los Diputados, etc. El fenómeno va a más y es una de las razones fundamentales del estancamiento y la parálisis de nuestro país.

Ahora toca formar gobierno. Porque nadie en su sano juicio se puede creer las bravatas que algunos lanzaron en campaña sobre una posible repetición electoral. El pacto entre PP y Vox es lo que dicta la lógica del resultado de ayer. Un pacto en términos razonables, equilibrados y proporcionales a la representación de cada una de las fuerzas políticas. Ningún votante del PP y ninguno de Vox entendería que no se produjera ese entendimiento. Y después de todo, ya va siendo hora de ver como los maximalismos ideológicos de Vox se ajustan a los rigores de la tecnocracia.