Paisaje después del tsunami
Muchos votantes fieles consideraban a Casado indeciso, poco dado a arriesgar, zigzagueante y como si estuviese decidido a esperar sentado el paso del cadáver político de su adversario
La negativa de Casado a dimitir pese a las peticiones de sus más próximos –su cúpula genovesa–, los dirigentes territoriales y la dirección del Grupo Parlamentario, mantiene al primer partido de la oposición en una calma tensa hasta dentro de un mes en el Congreso Extraordinario tras la Junta Directiva Nacional del martes. Conozco bien ese órgano al que pertenecí durante más de treinta años, por cargo o por nombramiento directo de los presidentes en los congresos. Hasta el congreso que aupó a Casado. Me tranquiliza que comience su labor Cuca Gamarra como coordinadora general del PP y Esteban González Pons como presidente de la Comisión Organizadora del Congreso. Apostaría que esos nombramientos se decidieron en la reunión Casado-Feijóo; Casado proponiendo a Gamarra y Feijóo a González Pons.
El ya ex secretario general, García Egea, creyó, probablemente, que si llevaba la situación del partido a la Junta Directiva Nacional se produciría una votación de apoyo favorable a Casado y a él. Una ingenuidad achacable a falta de experiencia. Un brillante dirigente del PP que luego dirigiría un Ministerio y desempeñaría otras responsabilidades relevantes, propuso en una cena que los comensales definiésemos a la Junta Directiva Nacional uniéndola al título de una película. Garabateamos en unos papelillos y él y yo coincidimos en la película: «El silencio de los corderos». Era una humorada, pero lo cierto es que lo decidido en ese órgano resultaba predecible. Todos estábamos allí acogidos a la generosidad de quien nos había incluido en las listas electorales o nos había nombrado.
Con buen criterio, el Consejo de Dirección, los líderes regionales y la dirección parlamentaria advirtieron a tiempo a Casado para que tomase decisiones realistas y no imaginarias. El malestar venía de que García Egea quiso controlarlo todo, vigilaba de cerca a los dirigentes provinciales, a los responsables regionales, a los presidentes y portavoces en las comisiones parlamentarias. Es inteligente y, además, un gran trabajador y eso le honra, pero resultaba apabullante como controlador creando no pocas disfunciones. Por su rigor y dureza se decía de Álvarez-Cascos que era el general secretario, pero García Egea no pasaba de ser el alférez secretario, su grado como reservista del Ejército del Aire y, lo supiese él o no, era un secreto a voces que cada vez llegaban a Casado más runrunes para que lo cesase.
Muchas veces la política es injusta y ocurre también en el conjunto de la sociedad. Casado es un gran parlamentario, un político de vocación, un hombre de partido, una persona a quien todos menos los mal nacidos deben desear personalmente lo mejor. ¿Por qué no consiguió cuajar como líder en amplios sectores de votantes? Es inteligente y entiendo que él sabría y sabrá esa realidad. Me resisto a creer que confiase tanto en el secretario general hasta el punto de no auscultar él mismo al enfermo. Muchos votantes fieles consideraban a Casado indeciso, poco dado a arriesgar, zigzagueante y como si estuviese decidido a esperar sentado el paso del cadáver político de su adversario.
Hay tres actitudes –al menos tres– en la trayectoria de Casado al frente del PP que no logró comprender y que, a mi juicio, contribuyeron al tsunami. No es sólo mi opinión; también la de muchos afiliados y votantes.
1ª. La reiterada referencia –también de su secretario general– a la supuesta corrupción del PP anterior a su mandato, brillando por su ausencia las denuncias de casos de corrupción del PSOE, del Gobierno y familiares de ministros y altos cargos. A veces se unían corrupción y moción de censura contra Rajoy. Los avisados saben que no hubo ninguna sentencia condenatoria al PP por corrupción y que lo que Sánchez barajó en la censura fue la manipulación por un juez, con nombre y apellidos, de una sentencia de ámbito local, que no condenaba al PP, lo que fue constatado por la Justicia en una sentencia posterior. En España el único partido, como tal, condenado por corrupción es el PSOE.
2ª. El tremendo ataque personal a Abascal en la moción de censura de Vox. Era innecesario. Se censuraba al Gobierno de Sánchez y era obvio que el primer partido de la oposición no podía votar para presidir el Gobierno al líder de otro partido. En ningún país y en ningún Parlamento. Lo sensato hubiese sido abstenerse dejando claro que se compartía la censura a Sánchez pero nada más. Y argumentando ideológicamente, nunca ad hominem. Con ese discurso, lo sepan o no quienes lo tendrían que saber, se empezó a engordar a Vox.
3ª. La percepción creciente de que existía un ataque de celos de la Dirección –se acusaba al secretario general, pero no se libraba del chaparrón el presidente– respecto a Isabel Díaz Ayuso. Y el 4 de mayo del año pasado se sublimó. En todo este aquelarre García Egea también sobrevaloró sus bazas. El líder tenía que haber aprovechado la entrevista con Carlos Herrera para calmar los ánimos, para templar gaitas, para poner paz. Hizo lo contrario y manejó cifras erróneas que sólo podían llegarle del Ministerio de Hacienda –lo que supondría un delito–. Se equivocó. Muchos esperábamos otra cosa. Es probable que si Casado hubiese aparecido como pacificador no estaríamos como estamos. Saber lo que creyó saber no impidió a Casado contar con Díaz Ayuso en varios actos de la campaña de Castilla y León. Otra sorpresa.
Como final de este paisaje tras el tsunami, dos nombres: Ángel Carromero y Alberto Casero. Los dos aparecen ligados a la Dirección del PP y los dos han protagonizado curiosos hechos recientes. Y me pregunto si lo de Nuevas Generaciones del PP se ha convertido en el PP de Nuevas Generaciones. Feijóo es un político maduro, con valor reconocido y larga experiencia de gestión. «Política para adultos» que diría Rajoy.
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.