«¿Quid Nocet?»
Ninguna unidad política que se precie puede dejar su seguridad en manos de otra unidad política. Sencillamente, no es lógico, y la historia lo demuestra
Es frecuente, cuando se producen situaciones de conflicto, preguntarse ¿quid prodest?, ¿a quién beneficia?, pero el reverso de esa medalla es preguntarse ¿quid nocet?, ¿a quién perjudica?
Desde que se inició, e incluso antes, la invasión de Ucrania por Rusia ha habido muchos comentarios en los medios de comunicación indicando posibles beneficiarios de ese nuevo conflicto internacional. La mayoría han señalado como posibles beneficiarios a la industria del armamento, mayoritariamente en manos de menos de cinco países. Evidentemente se beneficiaría Rusia, que lograría neutralizar, de una u otra forma, el territorio de Ucrania, evitando supuestas bases de misiles junto a su frontera occidental, que amenazarían su seguridad. Además, Rusia y Putin lograrían recuperar parte de su prestigio perdido como potencia mundial, demostrando que todavía tienen capacidad para amenazar la seguridad de otros países. Al recuperar parte o todo el terreno de Ucrania, Rusia garantiza la salida al Mediterráneo de su importante flota, puesto que su salida al mar del Norte es siempre problemática porque durante meses suele estar congelada. Su reciente oferta de aceptar una tregua si Ucrania acepta que Crimea y Donbás son rusos parece abonar esa hipótesis. Y, además, demostraría ante China, que todavía es una potencia importante, y no solo un socio minoritario en la coalición.
Pero también parece que los Estados Unidos sacarían algún beneficio. Demostraría que es el socio protector indispensable para la Unión Europea, individualmente o a través de la OTAN, pues la UE no tiene capacidad para garantizar su defensa militar, ni tampoco su seguridad (concepto que erróneamente se utiliza como sinónimo de defensa, pero que es mucho más amplio, pues incluye también la energética, la alimenticia, la industrial, etc.). También se beneficiaría al recuperar algo su prestigio mundial como gran potencia, deteriorado después de su salida de Afganistán. Adicionalmente, y como consecuencia de lo anterior, impediría las relaciones entre la UE y Rusia, que algunos consideran como un posible «tertium gaudens» en el previsible futuro conflicto entre China y Estados Unidos.
Pero se habla poco de ¿quid nocet?, es decir, ¿a quién perjudica este conflicto? En primer lugar, por supuesto, a Ucrania y a su población civil, que como todo país invadido sufre en su seguridad y bienestar colectivo y personal, en lo económico, los social, etc. Una guerra, sobre todo para el agredido, es horrible, se mire como se mire, y es la población normal, la que no participa en las decisiones, quien sufre todas las calamidades.
En segundo lugar, perjudica gravemente a la Unión Europea. Esta es otra guerra más contra Europa y contra la UE en particular. No es la primera, y aunque desearíamos que fuese la última, probablemente no lo será, porque son demasiados los intereses que parecen desear su ocaso o decadencia (tan preclaramente anunciada por Oswald Spengler hace ahora 100 años). La UE ha sufrido toda clase de perjuicios, intencionados o colaterales, desde que firmó el tratado de Maastricht en febrero de 1992 (hace ahora 30 años), que establecía tres pilares, el económico, el de defensa y seguridad, y el policial-judicial. El que más rápida e intensamente se ha desarrollado ha sido el primero, con la desaparición de fronteras (garantizando la libertad de circulación de capitales, de productos y servicios, y de personas). Pero treinta años después seguimos sin desarrollar el segundo pilar, la unidad de la defensa, pues especialmente los Estados Unidos han proclamado siempre que esta ya está garantizada por la OTAN. Desear una FAS propia no implica una muestra de falta de agradecimiento a los Estados Unidos por su decisiva ayuda a Europa en las dos Guerras Mundiales, pero ninguna unidad política que se precie puede dejar su seguridad en manos de otra unidad política. Sencillamente, no es lógico, y la Historia lo demuestra.
Tampoco se ha desarrollado el tercer pilar, pues no hay unidad europea judicial ni policial, ya que en la primera lo único relevante, aparte de algunos tribunales europeos, ha sido la euroorden, cuya utilidad ha sido muy limitada, y en lo policial ha sido la Europol, que está bastante inmersa en la Interpol. No hay unas Fuerzas Armadas Europeas, ni una Justicia Europea superior a la de los estados nacionales, ni una Policía Europea. Como consecuencia, la propia unidad económica está siempre en peligro, al carecer de las instituciones necesarias para garantizarla en situaciones de conflicto importante, como se ha podido comprobar con la pandemia de estos dos últimos años. La Unión Europea ha sido la gran perjudicada por todos los conflictos en la región MENA, por el aumento constante del precio del petróleo, del gas y de la electricidad, ya que la UE es dependiente en materia energética. Los grandes suministradores de energía a la UE son Rusia y Estados Unidos, y por supuesto los países petroleros de Oriente Medio, en donde los conflictos no han sido generados por la UE, pero sí ha sido quien ha sufrido los daños colaterales. Y no solo por el petróleo, sino por la desmembración y guerras de Yugoslavia, la guerra de Siria, que ha provocado una presión migratoria sobre todos los países europeos, y las migraciones masivas procedentes de Oriente Medio y el norte de África, el Sahel y todo el África Subsahariana, y ahora por el éxodo de la población ucraniana, cuyos conflictos no han sido creados por la UE, aunque algún país concreto haya podido colaborar de forma muy minoritaria.
En conclusión, la UE tiene que plantearse muy seriamente si quiere sobrevivir, y en caso afirmativo, se debe poner a ello. Su existencia no puede depender de las acciones de otros, y por tanto tiene que desarrollar con urgencia y sin dilación los pilares segundo y tercero.
- Juan Díez Nicolás es académico, medalla 26 de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas