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Frivolidad y denostada trascendencia

De frivolidad están los despachos políticos llenos y de trascendencia la mirada perdida de los nuevos refugiados

No parece posible que transcurran días de paz, donde podamos pensar en abandonar el desasosiego. Es imposible poder imaginar más desatinos.

En el recuerdo de las letras de Montesquieu, se me adivina en el pensamiento que los políticos del globo se pronuncian desde el miedo para conquistar la voluntad de libertad de los ciudadanos, que sin corazón acribillan la dignidad de los peregrinos que la poseen y que han abandonado cualquier mínimo sentido de trascendencia. Todos estos «actores» han hecho de la política un oficio, olvidándose del bien del mundo. Ahora más que nunca.

Pero mirando nuestro ombligo, observamos que desde el noroeste de nuestra tierra nos llegan vientos políticos a la débil fortaleza del centro derecha, asediada por la izquierda armada hasta los dientes. El presidente del Gobierno expresó su pesar por los malos augurios que padece la oposición. Qué frivolidad.

Volvemos a los tiempos del temor; como en la pandemia del 2020. Pero, más aún, de frívolos y transeúntes de la trascendencia se nos están llenando los silos que cobijan nuestra esperanza.

A este centroderecha se le puede aplicar las palabras de Vargas Llosa cuando escribe «que el gesto y el desplante hacen las veces de sentimientos e ideas». A la izquierda le corresponde asaltar cualquier posibilidad de giro político, con el oficioso uso de las instituciones .

Al nuevo «almirante» que viene de las columnas de Hércules, no le voy a pedir bondades, tan solo que entienda y actúe en función de su entendimiento de no solo lo útil, sino lo valioso.

Lu Tolstova

Desde la trascendencia me remito al carácter grave de los sucesos. Denostar la seriedad ante la levedad del ejercicio político de nuestro país es de una enorme «adolescencia política» de la cual ya hemos visto un «ejemplar comportamiento» en el Partido Popular y antes, en el abandono de Ciudadanos. Simplemente, todos se emborrachan de poder antes de sujetar la copa que lo derrame. Y mientras nos deleitamos con estas poesías falaces, dejamos que la sombra de la recesión se extienda por cada rincón de nuestro territorio, sin prestar atención a la inminente subida de los tipos de interés, al incremento de la deuda y de la prima de riesgo, al despiadado crecimiento del sector público, a la descomposición del Estado de Derecho y, en definitiva, a la destrucción de nuestra identidad como Estado, porque sin trabajo y creencia, solo nos queda el vacío.

Somos una calcamonía de nuestra clase política donde, ahora, ya cabe pensar que tenemos lo que nos merecemos. Triste.

Con el olvido obligado de la concordia, provocado por las locuras egocéntricas de un mandatario ruso que tiene «el mundo en sus manos», y el rostro preocupado del secretario de la OTAN. ¿Será el momento de abandonar la frivolidad?

Con un golpe de mano de un destino labrado en las envidias y el rencor, el sonido de las bombas y el sufrimiento de niños desplazados entre los escombros de la barbarie, hacen que nuestros políticos parezcan títeres del taller del doctor Calighari. El presidente del Gobierno, mientras la Iglesia del mundo reza por la paz, critica con gesto solemne «la violación de la soberanía». ¿De qué soberanía nos habla, señor mío? ¿Por qué irse a las estepas? Nos queda algo retirado.

De frivolidad están los despachos políticos llenos y de trascendencia la mirada perdida de los nuevos refugiados. Demasiada casualidad para ser verdad. Y ahora... ¿Seguimos con la función de nuestro circo particular?

Seamos consecuentes. Estamos cosechando para el diablo.

  • Pedro Fuentes es humanista