La cajera hace caja
Ahora la cajera hace caja y le conceden 20.319 millones de euros para «impulsar políticas feministas de forma transversal», iniciativas que no conocemos y acaso no conoceremos nunca
En la prehistoria, o sea cuando yo era un jovenzuelo, ciertas empresas otorgaban diplomas y hacían figurar en sus cuadros de honor a aquellos empleados que lograban singulares éxitos. Recuerdo una compañía de seguros que homenajeaba a quienes, salidos de la empresa, habían conseguido triunfos en su vida profesional posterior. Entendían que lo aprendido en la compañía benefició su biografía. Irene Montero fue cajera de la cadena de establecimientos Saturn, en San Sebastián de los Reyes, y declaró un día que de sus experiencias laborales –no se le conocen otras en el sector privado– «la que me ayudó más para ser ministra es la de cajera». Debería estar en el cuadro de honor.
La ministra señaló hace tiempo en Twitter: «Parece que a algunos señores les molesta que una cajera de supermercado, hija de un mozo de mudanza y una maestra de escuela, pueda llegar a ministra». No es eso. Irene Montero no es el primer caso de persona de familia humilde que llega a ministro. Ella no lo sabe pero esa promoción desde abajo por el tesón y el talento se daba ya en el franquismo, y se lo recuerdo porque acaso ni lo imagine. ¡En el franquismo! Le cito un ejemplo pero hay muchos parecidos: Licinio de la Fuente. Hijo de una familia muy humilde, fue pastor en su pueblo toledano, estudió con beca el Bachillerato, ya de mocito, en un año, al tiempo que ejercía de camarero y luego de linotipista cursó Derecho como becario en tres años, y aprobó las oposiciones a la Abogacía del Estado a la primera. Fue ministro y, al final de su vida política, vicepresidente del Gobierno.
Siendo ministro De la Fuente se crearon muchos hospitales, entre ellos el 12 de Octubre, y se aprobaron importantes normas en materia social: la Ley General de Seguridad Social, la de Seguridad Social Agraria, la de Protección a las Familias Numerosas, la de Convenios Colectivos, la de Cooperativas, la de Emigración… y afrontó la eliminación de la huelga, entonces ilegal, como causa de despido. En el campo de la igualdad, competencia de la ministra Montero, por el Decreto de 20 de agosto de 1970, reguló los derechos laborales de la mujer trabajadora. Su artículo 1º establecía: «La mujer tiene derecho a prestar servicios laborales en plena situación de igualdad jurídica con el hombre y a percibir por ello idéntica remuneración». De la Fuente dimitió al no ver aprobado en el Consejo de Ministros su proyecto de ley de huelga y no admitir él las enmiendas que sobre su negativa decidida al despido a huelguistas presentaron algunos compañeros de aquel Gobierno. Al final de su gestión el 88 por ciento de la población española estaba protegida por el sistema de la Seguridad Social.
Nada de esto lo sabe la ministra Montero, que no dudo haya leído sobre psicología pero menos sobre historia reciente de España más allá de una versión mentida de la II República. Pero lo cierto es que Licinio de la Fuente pasó de pastor a ministro, cursó el Bachiller en un año, la carrera de Derecho en tres, y aprobó la dura oposición a abogado del Estado a la primera. Nadie quita importancia ni mérito a llegar a ministra desde cajera de supermercado, como supone Montero. Al contrario, es un ejemplo. La cuestión es por qué llegó, cómo llegó, y con qué méritos objetivos de servicio a la sociedad. Los malpensados entienden que llegó por ser pareja de alguien que la aupó. Por cierto, un personaje cuyos valores no discuto, nada acorde en ciertas actitudes machistas conocidas con el título de Igualdad que lleva el Ministerio que rige Montero.
Hay otras diferencias entre las dos personas de las que escribo: las obras. «Por sus obras los conoceréis», recoge el Evangelio. He recordado algunas de las obras de Licinio de la Fuente. ¿Qué ha hecho, objetivamente, la ministra Montero por la igualdad? ¿Tratar de cambiar el idioma? ¿Llevar a los colegios la educación sexual binaria o como se llame? ¿Organizar manifestaciones con gritos y carteles irreproducibles porque dañan al buen gusto? ¿Podremos un día enumerar los logros positivos de la ministra? Tengo muchas dudas. Hasta ahora Montero ha llevado al Consejo de Ministros dos proyectos de ley: de Garantía de la Libertad Sexual, y de igualdad real y efectiva de las personas trans y para garantía de los derechos LGTBI, que siguen en trámite.
Otra diferencia es que De la Fuente dimitió en defensa de lo que creyó justo al discrepar del Gobierno al que pertenecía. Irene Montero y su colega y vieja amiga Ione Belarra se posicionaron agriamente en contra del presidente Sánchez y de la parte socialista de su Gobierno en relación con la postura de España en la guerra de Ucrania, y pronto se quedaron muditas sin amago alguno de dimisión. El sueldo es el sueldo. Yolanda Díaz y Alberto Garzón navegaron desde el principio a favor de la corriente, como buenos comunistas listos.
Ahora la cajera hace caja y le conceden 20.319 millones de euros para «impulsar políticas feministas de forma transversal», iniciativas que no conocemos y acaso no conoceremos nunca. Con esa nube de millones se podrían construir 135 hospitales como el Zendal; hacer 4.000 kilómetros de carreteras; pagar dos veces el AVE Madrid-Barcelona y quedaría dinero para comprar 25 trenes de alta velocidad; construir 16 veces la T-4 de Barajas; construir 60 rascacielos como las torres de la Castellana; construir 300.000 viviendas sociales. El Presupuesto de la Comunidad de Madrid para 2022 es de 23.033 millones de euros. Pero Irene Montero podrá hacer cosas chulísimas gracias a su talento y eficacia que, por cierto, ella sola conoce.
Pero uno ya no se sorprende de nada. Pasan cosas que en otra realidad serían chocantes. Me choca que el nieto del bilaureado general Varela dirigirá a Pedro Sánchez en una serie televisiva hagiográfica de cuatro capítulos, al tiempo que retiran la estatua ecuestre de su abuelo de la plaza de San Fernando, su pueblo. Y Sánchez nos ha dedicado un consejo: «Creo que es importante decir la verdad a los ciudadanos». Pues qué bien. Se refería a que las subidas de la luz y los carburantes se las debemos a Putin, pero hace meses que padecemos, por ejemplo, la enorme subida de la luz bajo el mandato del mayor Pinocho de la historia de España. ¿Se lo creerá? Miente incluso cuando cree decir la verdad. Y eso, sin duda, supone un virtuosismo. Mientras, los llamados sindicatos «de clase», mudos y recibiendo más y más millones para que estén quietecitos y no molesten.
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando