El miedo a Feijóo
En Moncloa y Ferraz están nerviosos porque tienen miedo a las próximas elecciones con Feijóo enfrente y la ilusión recuperada
Cada día se hace más evidente el miedo a Feijóo. En Moncloa, entre los cómplices necesarios del desastre gubernamental, entre los palmeros de Sánchez, en los medios engrasados… Se ha abierto una veda a la que el presidente de la Xunta se refirió con humor en el acto de su presentación en Madrid como candidato en el Congreso de Sevilla. Comparó los zurriagazos que recibe con los que soporta desde hace tiempo Isabel Díaz Ayuso: «En menos de diez días a mí no me va tan mal; igual empatamos». Los primeros en aplaudir visiblemente entusiasmados tras la intervención de Feijóo fueron los más significados encargados del PP madrileño «por el mando» tras aquel ya lejano último Congreso Regional. Durante la grave crisis que tuvo como paisaje político Madrid la organización regional sorprendentemente no dijo ni pío. El clima en el abarrotado salón recordaba viejos tiempos. ¿Será la vuelta a lo que Rajoy llamó «política para adultos»?
Lo peor de las situaciones de tensión es que definirse a veces supone un riesgo. Sitúo el error de Casado fundamentalmente en su intervención en el programa de Carlos Herrera en la que lejos de apostar por el entendimiento y la paz, lo que hubiese sido inteligente, tomó partido atacando duramente a una de las partes enfrentadas, Isabel Díaz Ayuso, manejando cifras falsas basadas, según él, en un anónimo y acusando sin pruebas. El descontento venía de atrás.
Ya desde 2020 se producían ceses, sin explicación, de presidentes del PP elegidos en distritos madrileños y en municipios. Once en la ciudad de Madrid. Las víctimas fueron llamadas a Génova y se les notificó que serían sustituidos por unos órganos a cuyo frente se colocó comúnmente a personas con afinidad personal; en Madrid a concejales. Parece que el pecado de los cesados era ser sospechosos de «isabelinos». Y los elegidos democráticamente quedaron fuera. Quien dio la cara en la limpia declaró entonces: «El objetivo no es controlar estas agrupaciones, sino reactivarlas». Pero qué más control que los cambios a dedo. No sé si por el clima creado tras ese seísmo o por más circunstancias, en el jubiloso acto de presentación de Feijóo reconocí, sin embargo, un olor olvidado desde mis tiempos de corresponsal de guerra: el olor a cadaverina.
Feijóo es un político de talla que emana confianza. Y no solo por sus cuatro mayorías absolutas en la presidencia de la Xunta de Galicia, también por su experiencia de gestión. Sin haber gestionado es difícil acertar en la responsabilidad de presidir un Gobierno. Lo estamos padeciendo con Sánchez. Feijóo fue secretario general de Asistencia Sanitaria, presidente del Insalud –ahí lo conocí yo–, y presidente de la Sociedad Estatal Correos y Telégrafos. Luego regresó a Galicia. Una trayectoria brillante y reconocida ampliamente por los votos ciudadanos.
El miedo a Feijóo se manifiesta en ámbitos que no deben extrañar. En las televisiones de sobra conocidas, y en el machaqueo de los ministros. Dice Feijóo que ve al PP en la centralidad. Ese es su espacio natural y lo fue siempre. Algunos, arteramente, en la derecha y en la izquierda, manipulan sus planteamientos como si supusiesen una contradicción con el pacto PP-Vox en Castilla y León. Pues no. Feijóo anunció su intención de «descentralizar» el PP, y esto supone no «intervenir» las autonomías, a diferencia de los usos del anterior secretario general que las trataba de controlar y a menudo lo conseguía. No en vano, aquel periodo es definido por algunos barones autonómicos como una «etapa de terror». En cada autonomía el PP pactará con la fuerza política que le garantice una opción de gobierno.
Esa centralidad ha de seguirse sin complejos, no atendiendo a lo que marque la izquierda, aupando fantasmas y cocos favorables a sus intereses. La centralidad del PP y sus estrategias no las pueden marcar quienes gobiernan con comunistas y se apoyan en quienes no creen en España, en la Constitución, y se declaran enemigos de la Monarquía parlamentaria que emana de ella. ¿Por qué llegar a pactos con Vox es impresentable y pactar con comunistas, separatistas y filoetarras es tan saludable? Ni el PP es Vox ni Vox es el PP, pero el partido de Sánchez no tiene legitimidad alguna para imponer que una opción centrada pacte con quien le convenga y desde una carga ética que no tienen los pactos a los que debe Sánchez su Gobierno.
En Moncloa y Ferraz están nerviosos porque tienen miedo a las próximas elecciones con Feijóo enfrente y la ilusión recuperada. La sociedad española está cansada de mentiras y ya no admite una más. Sánchez anunció en el Congreso un Plan Nacional de Respuesta al Impacto de la Guerra, y la televisión pública, que pagamos todos, dice que la guerra en Ucrania comenzó en diciembre, pero el pueblo español sabe que se inició en febrero y sabe cuándo subió la luz, desde cuándo la inflación influyó en nuestros bolsillos, desde cuándo nos achicharra a impuestos un Gobierno con más ministros que nunca y con un número de asesores no soportados hasta ahora. El voto no ideologizado, que es ampliamente mayoritario, no va a apoyar la mentira continuada. La calle ya se está moviendo y no es la ultraderecha quien la mueve, sino las erráticas políticas del Gobierno.
Sánchez, además, se confirma como autócrata. Desde la Transición los ejes de la política exterior se apuntalaban en el consenso, era una política de Estado, y ahora nuestro genuino Pinocho ha cambiado nada menos que la posición de España respecto al Sahara, que era de respeto a la decisión de las Naciones Unidas, sin consultar con la oposición, sin escuchar al Parlamento y sin informar al Consejo de Ministros. Por sí y compartido consigo mismo. La decisión supone otro conflicto que pone en grave riesgo los intereses de España. Una decisión personalísima digna de un dictadorzuelo. Tirano Banderas en carne mortal.
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando