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Houston, tenemos un problema

No se explica que el Congreso de los Diputados quiera focalizar el problema de la pederastia en ese 0,2 por ciento de los casos y se olvide del 99,8 por ciento restante

En octubre de 1962, con diez años recién cumplidos, y coincidiendo con la inauguración del Concilio Vaticano II, que iba a aggiornar la Iglesia, comencé el Bachillerato en el mejor Instituto masculino, pues era el único de mi ciudad, el Ximénez de Rada de Pamplona. Allí permanecí siete cursos, hasta 1969. Salí de él cuando el hombre pisó la luna y en la Iglesia comenzaba el proceso de secularización y la sequía vocacional.

De los de mi curso anterior, en un colegio religioso de primaria, fui el único que pasó al Instituto, un centro interclasista en el que había gentes de todos los estamentos sociales, mientras que el resto de mis compañeros optaron por colegios de pago y en ellos sedimentaron según el status social y económico de sus familias.

Entonces, mientras que en los colegios los profesores tenían un hábito… y poco más, en los institutos las clases eran impartidas por profesores licenciados en la materia que explicaban y, en la mayoría de los casos, después de haber ganado una oposición muy dura, de cinco ejercicios. Entre ellos los había de todo tipo e ideología, desde el más afín al Régimen de Franco, pasando por nacionalistas, hasta el socialista recién llegado del exilio. Eran hombres y mujeres, casados y solteros, cada uno a su estilo, e impartían sus clases con libertad de cátedra. Había auténticos talentos que, por los conocimientos y valores morales que aportaban y porque sabían despertar la sensibilidad a la estética, a la ciencia o a las artes en ese momento tan decisivo como era el de la adolescencia, llegaron a tener una influencia decisiva en sus alumnos. Por algo será que, entonces, los profesores estrella de la incipiente Universidad de Navarra enviaban a sus hijos al Ximénez de Rada y, a sus hijas, al femenino, el Príncipe de Viana.

Paula Andrade

Entre los institutos y los colegios había más diferencias. En los colegios les obligaban a madrugar para acudir a diario a una misa tempranera, al tiempo que les cargaban con rosarios, sabatinas, novenas, ejercicios espirituales, etc., mientras que en el instituto la única relación que teníamos con la Religión era esa asignatura, una de las denominadas «marías», como la Gimnasia y la Formación del espíritu nacional, en las que el aprobado estaba asegurado, que las daban unos venerables sacerdotes de sotana, manteo y teja. Además, mientras que la educación de los institutos estaba marcada por la independencia, la intemperie y la libertad, la de los colegios se caracterizaba por la sujeción, la protección y la dependencia. Por eso, cuando uno migraba de estos al instituto, lo primero que sentía era una bocanada de libertad. Quizás, esa sobreprotección sufrida en esos centros privados hizo que muchos de sus antiguos alumnos hoy digan ser ateos o católicos, pero no practicantes, y que muchos de ellos, al llegar la democracia, nutrieran los partidos de izquierdas. Porque la religión no se impone, sino que se propone.

En un ambiente como el de los institutos era inconcebible que se pudieran producir abusos sexuales y si en alguno sucedió, sus alumnos echarían la culpa a un profesor, o profesora, pero no generalizarían diciendo que el claustro de profesores estaba lleno de pervertidos. Por el contrario, cuando uno de estos terribles hechos se ha producido en un colegio, tienden a meter en el mismo saco a toda la comunidad religiosa y, por elevación, a toda la Iglesia. Y eso es una auténtica injusticia porque, con los datos en la mano, se comprueba que la gran mayoría de los sacerdotes, religiosos y religiosas han sido, y son, honrados y honestos pues, desde la guerra civil hasta ahora, 506 son las denuncias que se han presentado por pederastia. Efectivamente, son muchas, y muchas son las víctimas que acarrean traumas de por vida. Pero, si tenemos en cuenta que en este tiempo en España ha habido 185.000 sacerdotes, religiosos y religiosas, esto quiere decir que los autores de tales delitos han sido el 0,27 por ciento del clero. Y a día de hoy, los casos que la Justicia tiene abiertos a religiosos –católicos y de otras confesiones religiosas– y a laicos, que cometieron los hechos en el ámbito religioso, son 68, cuando en la actualidad hay 24.500 sacerdotes y religiosos. ¡Otra vez el 0,27 por ciento!

Y si enlazamos estos datos con los del informe que, por encargo del Ministerio de Interior, elaboró la Universidad de Barcelona, en diciembre de 2021, en el que se dice que en España al año se registran 400.000 actos de violencia sexual y que de ellos 100.000 son contra menores, y la Fundación ANAR nos dice que de ellos los cometidos por miembros de la Iglesia son el 0,2 por ciento, vemos que las cifras encajan. Por eso no se explica que el Congreso de los Diputados quiera focalizar el problema de la pederastia en ese 0,2 por ciento de los casos y se olvide del 99,8 por ciento restante, como tampoco se entendería que si quisiera estudiar, por ejemplo, los delitos de robo con violencia solamente se fijaran en los cometidos por gitanos o inmigrantes. Da la impresión de que nuestros políticos quieren hacer una Causa General contra la Iglesia y en ello parece como si subyaciera ese resentimiento, sectarismo y ceguera propio de antiguos alumnos de colegios privados. Y si esto es así, en este país, como en el Apolo 13, tenemos un problema.

  • José Ignacio Palacios Zuasti fue senador por Navarra y presidente del PP de Navarra