Con el viento en contra
Sánchez puede pensar que engañará a Feijóo para que en su soledad le eche un salvavidas, pero no conoce a Feijóo, que es de esos políticos avezados y correosos que atan los acuerdos por adelantado
Hace tiempo que desistí, por cansancio, de ejercer, dentro de mis cortas posibilidades de hacerlo, aquella obra de misericordia de «enseñar al que no sabe». Por eso no aclaro a Irene, la ministra de Igual-dá, a Adriana, la segunda del Partido Sanchista Obrero Español, a Ana, la alcaldesa de Gijón, o a Laura, la de Olé tu Toto, la diferencia entre un feminismo de ridículo, cartela y descalificación y el feminismo serio, útil y de calado. Varias iniciativas promovidas por ese feminismo de confrontación se llevaron ya algún papirotazo jurídico, pero en este ámbito, como en otros, el Gobierno desprecia los consejos de los órganos consultivos. El informe que prepara el CGPJ considera que la llamada «ley trans» vulnera derechos «de mujeres no transexuales y de menores», supone «inseguridad jurídica» y atenta contra «el derecho fundamental a la igualad que recoge la Constitución». Según declaró la Irene de Igual-dá, este proyecto de ley es «un paso de gigante que nos pone a la vanguardia de Europa (…) para muchas personas que han podido sentir que estaban solas, solos o soles». No parece que la ministra vaya a ser recibida en la RAE pese a sus méritos de émula de Nebrija.
Me satisface que España esté a la vanguardia de Europa en algo, tan positivo para la ministra, como la legislación trans. Hasta esta alentadora noticia, y gracias al Gobierno que gozamos, ya no seremos sólo la vanguardia europea en deuda, paro e inflación. Además, tenemos la fortuna de ser el único país de la UE con Gobierno de coalición en el que parte de sus miembros no dimiten aunque estén públicamente en contra de sus decisiones, y el presidente tampoco dimite cuando iniciativas suyas son consideradas inconstitucionales por el Tribunal Constitucional, ni dimite cuando el Parlamento, con la excepción de su partido, vota en contra de un cambio en la política exterior en relación con el Sahara, decidido sólo por él sin consultar a las diferentes fuerzas parlamentarias, sin llevarlo al Consejo de Ministros y sin debatirlo en el Parlamento. Un Gobierno tan dado a manosear el idioma para mal, es refractario al verbo «dimitir». Está pegado a sus sillones. Las prebendas atan más que los principios.
Nada de lo escrito me sorprende; cada vez me producen sorpresa menos cosas. Será la veteranía. Pero padezco la inquietud del resistente. Es un estado de ánimo que conoce bien Sánchez que es un resistente de libro. Por eso sabe, o así lo creo, que ya no tiene el viento a favor, y se está buscando acomodo en Europa o en Marruecos o vaya usted a saber dónde. Acaso piensa que cuando deje la Moncloa le será tan difícil como ahora estar entre la gente sin que le abucheen y busca poner tierra de por medio. Para conseguir una retirada de tronío con significados apoyos exteriores tendrá que rectificar el rumbo. Ya no oculta que le da igual coincidir con sus socios de Gobierno; toma decisiones sabiendo que parte de sus compañeros en el Consejo de Ministros no las comparten y harán pública su discrepancia, pero si pensó alguna vez que dimitirían, se equivocó. Debe quitarse lastre para que, de verdad y no por conveniencias coyunturales, le acojan en Washington y en una UE que, por cierto, vive horas bajas que trata de superar gracias al conflicto de Ucrania.
La UE tiene problemas que a menudo afectan a valores y principios; se mueve en una confusión creciente que ha logrado difuminar la guerra. Recuerdo un ejemplo de hace meses que puede parecer menor pero no lo es: la instrucción de la comisaria europea de Igualdad, la socialista maltesa Helena Dalli, al proponer que se celebrasen las Fiestas y no la Navidad «para tratar de no excluir a otras creencias». Pero se excluía al cimiento sobre el que se construyó Europa: el cristianismo. Las protestas del Vaticano hicieron que la Comisión Europea retirara aquella insólita propuesta. La instrucción de la socialista maltesa se refleja en quienes llaman a la Semana Santa «Fiestas de Primavera», disfraz que utilizan, también en España, muy altos y sesudos dirigentes.
En este contexto europeo, acosado por el globalismo y con problemas internos más o menos evidentes, resulta que los dos países incómodos en su día por defender valores recogidos en sus legislaciones que chocaban con instrucciones de la UE, Polonia y Hungría, han respondido con contundencia aunque de diferentes maneras. Polonia siendo un ejemplo de humanitarismo y solidaridad ante cientos de miles de refugiados ucranianos, y Hungría con unas elecciones en las que Orbán ha consolidado y ampliado su mayoría frente a una oposición que se presentaba unida.
Ir del brazo de los comunistas en la UE no es una buena opción para que le tomen a uno en serio, y eso también lo sabe Sánchez. En una Resolución de 2019 el Parlamento Europeo condenó a los totalitarismos comunista y nazi y «sus horribles crímenes», y mostró su preocupación por el hecho de que en algunos países se utilizan aún símbolos totalitarios en espacios públicos. ¿Qué pensará de esto Enrique Santiago, secretario general del PCE y secretario de Estado de Sánchez? En su biografía de Wikipedia aparece la hoz y el martillo, como en tantas manifestaciones callejeras.
Con el viento en contra en España y con esa contraindicación en Europa, y no digamos en Washington, Sánchez lanzará lastre. ¿Cómo? Sólo lo sabe él. Puede pensar que engañará a Feijóo para que en su soledad le eche un salvavidas, pero no conoce a Feijóo, que es de esos políticos avezados y correosos que atan los acuerdos por adelantado. No atenderá a imposiciones –lo que en el PSOE llaman «no dialogar» cuando no se acepta su trágala– ni se dejará marcar sus aliados; los elegirá él. En el Parlamento de Galicia no entraron ni Podemos ni Vox. Para meditar.
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando