La caverna digital
Como en la caverna platónica, en la actual digital seguimos siendo intoxicados por sombras, pero sin que exista entrada del exterior que valga
Mientras aspiran el polvo o cortan el césped, los robots son capaces de cartografiar nuestra vivienda por dentro y por fuera. Lo propio sucede con la domótica aplicada al hogar, cuyos sensores pueden aprovechar para monitorizarnos hasta durmiendo. Y qué decir de los móviles, esos eficaces espías que portamos en el bolsillo y no dejan de vigilarnos a todas horas, en especial cuando nos comunicamos adictivamente con ellos. Los que cuenten con altavoces inteligentes en casa se habrán percatado también de los silencios oyentes de esos aparatos cuando hay alguien hablando cerca. Por arte de birlibirloque, al día siguiente el contenido de esas conversaciones acostumbra a traducirse en anuncios que el usuario recibe como quien no quiere la cosa al navegar por internet o en su correo electrónico.
Siendo espeluznantes estas prácticas en materia comercial, resultan aún más abracadabrantes cuando se proyectan sobre la vida en sociedad, apuntando al corazón mismo de las democracias.
Como indica en su última obra el intelectual alemán de origen coreano Byung Chul Han, uno de los pensadores del momento, la prisión digital aplicada al mundo empresarial ha saltado ya al ruedo del restante comportamiento humano, degradando a las personas a la condición de datos y de mero «ganado consumidor», incluso en su participación política.
Sostiene Han que el procesamiento de la información mediante la caja negra de los algoritmos y la inteligencia artificial está en condiciones de determinar de modo decisivo los derroteros sociales, a través del pronóstico de los comportamientos ciudadanos predecibles a partir de los datos. Y eso sucede mientras las víctimas de tal tiranía estamos encantadas de habernos conocido, creyéndonos ultramodernos y mega realizados por tener en la yema de los dedos la libertad de dar un «me gusta» a lo que sea, cuando es justo lo contrario.
Las distintas modalidades en que operan hoy estas indecentes martingalas están diseñadas para influir en la conducta por debajo del umbral de la conciencia, sin que nos demos apenas cuenta. Y si algo así es impresentable en términos de mercadotecnia, ni que decir tiene cuando afectan a la gobernabilidad de un país, una región o una localidad.
Esta infocracia se sirve, como auténtico coadyuvante, del torbellino de información cortoplacista y desorientadora –cuando no falsa– que nos atormenta, con un intervalo de actualidad brevísimo y presidido por las sorpresas, en especial aquellas cargadas de emotividad. Y por el abuso del info-entretenimiento que conduce, según el ensayista norteamericano Neil Postman, al declive del juicio humano y a la proliferación cada vez más acusada de sujetos inmaduros. O, en fin, por la eliminación de cualquier referencia a los hechos y a la verdad, sustituidos por realidades alternativas a las que solo cabe adherirse. Como es natural, esta lamentable deriva anula cualquier atisbo de racionalidad, que por definición consume su tiempo.
La publicidad subconsciente y personalizada en las redes sociales, previamente extraída de la minería de datos, influye ahora en los potenciales votantes de medio mundo, manipulándolos. De ahí que tenga toda la razón el autor germano-coreano cuando considera que esta infocracia basada en el dataísmo socava el proceso democrático, que presupone por definición autonomía y libre albedrío de los electores. Pone los pelos de punta que ejércitos de troles se dispongan a diario a intervenir en la coyuntura política y en las campañas, difundiendo de forma deliberada bulos y teorías conspirativas. O que cuentas falsas automatizadas se hagan pasar por personas reales para difundir patrañas, difamaciones o comentarios cargados de odio, inflando artificialmente el número de sus seguidores, fingiendo así estados de opinión inexistentes.
Me gustaría pensar que las autoridades electorales o de protección de datos –nacionales e internacionales–, están bien avisadas de este apocalíptico panorama y mejor preparadas aún para combatirlo como es debido. Como no sea así, aviados vamos, porque nuestras democracias corren riesgo de desaparecer como tales, abatidas por maniobras totalitarias al estilo de las reflejadas décadas atrás en algunas célebres distopías de la literatura universal.
Como en la caverna platónica, en la actual digital seguimos siendo intoxicados por sombras, pero sin que exista entrada del exterior que valga, ni nadie que nos venga de fuera a desatar los grilletes que nos encadenan a unas pantallas que nos fascinan y aherrojan.
- Javier Junceda es jurista y escritor