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La España apoptótica

A mi modo de ver, lo que acontece en la sociedad española es un proceso de autodestrucción desmesurado e infinito, que lleva a una apoptosis celular, es decir, a una destrucción de los basamentos morales y éticos que sustentan una sociedad dinámica y estable

La apoptosis es la muerte celular programada, un proceso fisiológico normal que participa en el mantenimiento de la homeostasis de los tejidos que, en principio, es normal y que mantiene la supervivencia y el desarrollo tisular.

Una célula apoptótica presenta una serie de cambios fisiológicos al participar activamente en su proceso destructivo. El estado final es la fragmentación de la célula en los llamados cuerpos apoptóticos que son eliminados por las células fagocíticas. Este mecanismo no es ni más ni menos que un suicidio celular controlado genéticamente.

Hasta aquí la biología con sus múltiples incógnitas, con sus luces y sus sombras, pero que bien podría ser un buen parangón con lo que sucede en este momento en España.

Nuestro país es quizás uno de los únicos que tiene una capacidad infinita para autodestruirse. No creo que haya en la Tierra un país con esta cualidad de autodestrucción, en el que los mecanismos de suicidio tengan este nivel de desarrollo.

Nuestra sociedad ha alcanzado un gran nivel de evolución, tanto social como económica, pero en el fondo tiende a auto fagocitarse, a auto limitarse en su desarrollo y esto no es cosa de los tiempos modernos, sino que viene de antiguo. La historia nos lo demuestra con unos datos incuestionables y, sin embargo, el país persiste. Lo curioso del tema es, que la sociedad vive anestesiada, como si la cosa no fuera con ella, sumida en un letargo intelectual; a mi modo de ver, moral y ético.

Y para colmo, los políticos no hacen nada por solucionar este problema. Hacen verdad esos versos de nuestro gran Cervantes: «Caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada».

Paula Andrade

Todo parece que vale, todo parece que es así, porque así es y todo se justifica con la complacencia afirmativa, con la mirada de soslayo y con los juicios intelectuales de lo más abigarrado que hay. Nada nos estimula, sólo un encogimiento de hombros que no conduce a ninguna posición intelectual.

Cuando hablamos con nuestros coetáneos justificamos todas las acciones, no en función de su valor moral sino, en relación con los afectos positivos o negativos que tengamos sobre la persona que la realizó. Es decir, el fin justifica los medios y si estos los realiza una persona de nuestro entorno sea político, afectivo o de otra índole cualquiera, lo vamos a defender a capa y espada. Si no corresponde a nuestro entorno o afectividad, nuestra crítica será implacable, sangrante, fuera de todo proceso racional y moral.

No nos hemos dado cuenta que hemos minado los basamentos morales de la sociedad española. Si miramos atrás y reflexionamos un poco podemos darnos cuenta, si queremos, de cómo han cambiado los conceptos de ética y moralidad y esto afecta no sólo a nuestro patrimonio personal, sino también al de nuestras relaciones y a la herencia que dejamos a la sociedad futura. Si la actual ha perdido gran parte de sus valores ¿qué pasará con la venidera? Quizás ya no pueda recibir ningún valor porque nuestra herencia es escasa o nula. Hemos agotado el patrimonio genético heredado de nuestros padres.

Hemos pasado de una España de principios y valores a una España de objetivos. Aquellos dejan paso a estos. Lo importante no es defender principios y valores, sino objetivos a conseguir. Lo obtenido es lo importante y no el concepto de ese contenido. Este cambio de España es algo inconmensurable, sutil, que poco a poco va dejando huella en la sociedad, pero que, al cabo de unos años, el cambio ha sido tan importante, que estamos hablando de otra sociedad, de otro sistema de convivencia. Es necesario pararse y reflexionar acerca de los valores y principios, pues de otra manera puede este cambio pasar inadvertido.

Esto es lo que a mi modo de ver acontece en la sociedad española, un proceso de autodestrucción desmesurado e infinito, que lleva a una apoptosis celular, es decir, a una destrucción de los basamentos morales y éticos que sustentan una sociedad dinámica y estable. Si el proceso no lo terminamos, se perpetuará en una dinámica infinita, que irá destruyendo todo el sistema celular (hígado, corazón tejidos, etc...) lo que equivale decir toda la sociedad civil (educación, sanidad, derecho penal, constitucional, administrativo, mercantil, etc...)

Aún hay tiempo para parar el proceso destructivo. Hay que hacerlo de una manera urgente y reiniciar un proceso de regeneración celular y moral. Este proceso, necesitará primeramente una cicatrización de los tejidos, han sido demasiados enfrentamientos, heridas, navajazos, para pasar después a una regeneración. Si lo hacemos de esta manera podremos finalizar esta apoptosis de la sociedad y comenzar nuevamente, de lo contrario el proceso terminará con la muerte del individuo y de la sociedad civil. Y así se cumplirá lo que decía el poeta: «Miré los muros de la patria mía, / Si un tiempo fuertes ya desmoronados,/ de la carrera de la edad cansados/ por quien caduca ya su valentía… vencida de la edad sentí mi espada/ y no hallé cosa en que poner mis ojos/ que no fuese recuerdo de la muerte».

  • Antonio Bascones Martínez es presidente de la Real Academia de Doctores de España