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EN PRIMERA LÍNEAJuan Van-Halen

Astracanada de espías

Sería ridículo, incluso enternecedor, que Sánchez creyese que diciendo a los golpistas del 1 octubre de 2017 «a mí también me espiaron» va a arreglar algo con tipos tan rufianescos como Rufián

Me dicen que la Moncloa ha convocado a la flor y nata de los sabuesos y manitas del país para investigar el espionaje al que fue sometido el presidente Sánchez, la ministra de Defensa, parece que el titular de Interior y, en un tiempo más lejano, la anterior ministra de Asuntos Exteriores. Hay quien asegura que se ha visto deambular por los despachos monclovitas a Pepe Gotera y Otilio –chapuzas a domicilio–, a Mortadelo y Filemón –agencia de información–, a Anacleto –agente secreto– y hasta al mismísimo Torrente. Todo es posible. En nuestra realidad nada se puede afirmar ni negar con certidumbres razonables.

Se diría que en torno a la Moncloa se reúnen más espías y contraespías que en «Embassy» durante la II Guerra Mundial. El espionaje ha inundado nuestras curiosidades. Primero fue el que montaron los Mossos d’Esquadra a personalidades constitucionalistas de Cataluña, episodio que los medios engrasados ni mencionan. Luego la denuncia de los independentistas de que fueron espiados; fue con escrupuloso cumplimiento de la ley según informó al Congreso Paz Esteban, directora del CNI. Lo de este espionaje lo adelantó, sumando varias decenas de supuestos espiados, el sensacionalista The New Yorker con la firma del desacreditado Ronald Farrow, por más señas hijo de Woody Allen, para que nos sigamos riendo, que tiene detrás al grupo Citizen Lab y dinero de George Soros, raro tipo que aparece siempre que nos pisan un pie. Finalmente nos enteramos del espionaje a Sánchez y a Robles. ¿Y cómo hemos llegado a saberlo? Por una rueda informativa del ministro Bolaños, siempre solemne y en todas las salsas, que es el responsable principal de la seguridad en las comunicaciones del presidente y su entorno. Sería jocoso si no supusiese un paso más en el caos que malvivimos.

Ángela Merkel, Boris Johnson y Emmanuel Macron, entre otros dirigentes del mundo mundial, como en su día De Gaulle o Churchill con los métodos utilizados en su tiempo, fueron espiados. Humildes ellos, nunca lo contaron. Pero Sánchez si no lo hace público revienta. La justificación de ese afán informador la ofrecieron Rodríguez, la ministra y portavoz del Gobierno, y el propio Bolaños: el ansia de transparencia. Como nuestro Ejecutivo «no tiene nada que ocultar» va y lo proclama urbi et orbe. Pero nadie se traga tal transparencia en un Gobierno donde una de sus características principales es la opacidad y considera secretos de Estado hasta los viajes en Falcon y Super Puma del presidente. Descartada por inverosímil la reiterada explicación de la transparencia, habrá que buscar el motivo real por el que Sánchez desvela ahora un espionaje del que tiene noticia por el CNI desde mediados de 2021. ¿No responderá todo al interés de incluir una trama de espías en la serie televisiva de Sánchez?

Merkel, Johnson y Macron fueron discretos para no caer en el ridículo de dejar a sus servicios de Inteligencia con el culo al aire. La misión de la Inteligencia de un país es espiar aquí y allá, procurar enterarse de todo lo que convenga a sus intereses nacionales, y en ese ejercicio profesional y serio saben que, a su vez, ellos son espiados. Pensar otra cosa sería infantil y supondría una tremenda frivolidad y falta de coherencia, dos de las características más repetidas en la actuación del Gobierno que gozamos. Proclamar ahora que el espionaje debe contarse a los ciudadanos puede responder a la táctica errónea de apuntalar el crédito de la denuncia independentista y dar cobertura a Puigdemont, que lo sabía desde hace un año y no dijo ni pío. Ahora lo exhibe para distraernos sobre sus contactos con Putin a través del agente y empresario ruso residente en Cataluña Alexander Dmitrenko, que está investigado y lo niega todo. Sería ridículo, incluso enternecedor, que Sánchez creyese que diciendo a los golpistas del 1 octubre de 2017 «a mí también me espiaron» va a arreglar algo con tipos tan rufianescos como Rufián. Todo es un despropósito. ¿En qué dará? Acaso en la dimisión/cese de Paz Esteban. Alguien caerá porque lo piden los golpistas y a ellos no se les niega nada.

Lu Tolstova

El «chungogate» que nos han montado no tiene sentido ni rigor y responde sólo a los particulares intereses de su mismidad el jefe supremo. Se guardaron calladitos el espionaje durante mucho tiempo y ahora lo proclaman porque creen que les viene bien para tapar esto o lo otro y para contentar a los soliviantados. Todo puede acabar en unas palmaditas cómplices a los enemigos de la unidad de España, unidas a más prebendas, y así ganar unos meses para que Sánchez duerma en su colchón de la Moncloa. Todo ello a poco más de un mes de la reunión de la OTAN en Madrid que ya contaba con la desconfianza de algunos de nuestros socios y ahora escamará aún más.

Con muchos medios de comunicación poco menos que a la carta, unos sindicatos bien remunerados que sólo concitan el entusiasmo de sus liberados y se muestran contrarios a la bajada de impuestos, un Parlamento a medio gas –ya dijo el Constitucional lo que tenía que decir–, una Fiscalía General «pues eso», y un Poder Judicial en cierta medida sitiado, España camina entre sorpresas y el espionaje es la última de ellas. Mientras, la calle ajena, cabreada y en guardia.

Otro dato a tener en cuenta: en junio el Tribunal Constitucional tendrá mayoría «progresista» y en el apaño al que se prestó Casado sólo consiguió que uno de sus magistrados propuestos, García-Trevijano, fuese presidente unos meses; también cesará en junio. Sobre el apaño en el Tribunal de Cuentas es mejor no ahondar; se consiguió lo que quería el Gobierno, en beneficio de los independentistas, permitiendo el aval de la Generalitat a sus responsabilidades económicas. Aplausos a la intervención de García Egea, el hombre de Casado en la negociación.

Lo que tenemos es una astracanada, un largo monólogo de Gila. El Gobierno vive, respira y se mantiene escándalo tras escándalo tapando el anterior con el siguiente. ¿De verdad alguien cree que en el exterior somos un país fiable? Hay que estar en Babia, ser ciego o tonto para creerlo. No importa porque el Gobierno cree que nunca pasa nada. Pero ese sueño podría acercarse ya a su fecha de caducidad.

  • Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando