La ligereza de la indiferencia
Debemos rechazar a los gobernantes que idolatran este modelo de ideología de la incomunicación con el abandono de nuestra indiferencia. Que su pasividad falsaria no sea nuestra actividad indiferente
Vivimos un momento de incertidumbre donde cabe esperar cualquier cosa menos sentido común. Inmersos en un ambiente bélico, desconcierto y soledad, debemos comprender que ya hubo muchos momentos difíciles a lo largo de la historia, gobernantes malvados, espías, encantadores de serpientes, egoísmo, perversión y demás raras especies que acompañaron el peregrinaje de la vida.
Pero también hubo momentos históricos donde la justicia, prosperidad y valor nos hicieron confiar en la esperanza, la generosidad y la confianza.
Esta leve reflexión nos indica que todo pasará, antes o después, e incluso, ante la mirada de algunos intelectuales, la historia actual se nos muestra como una monumental posibilidad al conocimiento de sucesos terribles pero, por su carácter novedoso, excitantes y catalizadores de muchos de los cambios que habrán de venir en las próximas décadas.
En las tertulias octogenarias se pone especial énfasis en una sociedad civil que cambió sus ideales éticos y económicos en favor de una mayor aceptación del placer y de la comodidad.
En muchos de los encuentros de los jóvenes se manifiesta ese modelo hedonista que perpetúa la ley del mínimo esfuerzo, signo inequívoco de desesperanza y soledad.
Ni siquiera ya hay sentido de pertenencia a una tribu, porque el sentido de identidad se ha difuminado con el anhelo de paridad, es decir, el valor que tiene un ser humano respecto de otro. ¿Cómo es posible que a pesar de todas estas ideologías de igualdad y libertad, el ciudadano se inscriba en este anhelo? Debería ser lo contrario.
El ciudadano indiferente es la razón que explica tanta ambigüedad, porque cuando el hombre reacciona y decide, el rumbo de los acontecimientos toma un giro inesperado, aparece el esfuerzo, la esperanza, la bondad, la unidad, lo mejor que el ser humano puede dar de sí mismo. Lo estamos viendo en las múltiples respuestas que los ciudadanos están dando con la acogida del desastre ucraniano.
Por todo ello, tenemos que recuperar el espíritu del hombre fuerte, que construye sociedades fuertes que proveen trabajo, paz y seguridad, abandonando la pereza para así recuperar la construcción de la identidad ética y cultural, con juicio crítico, con respeto, con la constante persecución de la dignidad humana.
Martin Luther King dijo que «lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos»... Aún hoy, esta sociedad concebida en el Estado de derecho nos ofrece herramientas jurídicas, sociales y laborales para poder eliminar la falta de sentido común, con nuestro aprendizaje, con nuestro trabajo, con el sentimiento puesto en la justicia y en la fraternidad. Que nuestra indiferencia no nos haga cómplices del sufrimiento de los demás.
Que sea nuestro voto sincero el que cambie el panorama político, nuestro criterio el que nos ayude a entender lo que debemos consumir o dejar abandonado en las estanterías de la propaganda. Que nuestras decisiones sean producto de nuestra reflexión lógica y no de nuestras pasiones, para así entender que la verdad existe en el conocimiento de las cosas y no en la ideología. Demos a nuestra vitalidad el sentido espiritual necesario y dejemos las banalidades guardadas en un cajón; redes sociales, series enlatadas, likes...
Solo se puede ser «competente sin conocimiento» si se ejercita la indiferencia; este no es el camino.
La educación en el conocimiento completa y reaviva la excelencia del ser humano y no podemos quedarnos indiferentes ante esta sociedad de la comunicación de la incomunicación.
Debemos rechazar a los gobernantes que idolatran este modelo de ideología de la incomunicación con el abandono de nuestra indiferencia. Que su pasividad falsaria no sea nuestra actividad indiferente.
Como decía Víctor Hugo: «Es extraña la ligereza con la que los malvados creen que todo les saldrá bien».
- Pedro Fuentes es humanista