Dos bachilleratos y dos bachilleres
Lo que está haciendo el despropósito que supone la denominada ley Celaá, es atentar contra el derecho de los ciudadanos a la cultura. Anular el derecho a la libertad y cercenar su capacidad de decidir su propio proyecto de vida personal
Hace unas semanas andaba yo entretenido analizando para un artículo la obra completa del malogrado poeta canario Félix Francisco Casanova, y se me llenaba la mente de ansiosas preguntas. ¿Cómo era posible en un joven de su edad ese nivel literario, cultural y semejante amplitud de vocabulario?
Félix Francisco Casanova nació en la Palma en 1956 y falleció en Santa Cruz de Tenerife en enero de 1976 a la edad de 19 años, víctima de un desgraciado accidente doméstico. La mayor parte de su obra literaria la escribió entre los 14 y los 19 años. Una creación que consta de diversos poemarios, una novela y varios cuentos. Todo ello de gran calidad, y de una vigencia que sorprende.
Y tratando de encontrar la razón de su nivel intelectual y cultural, reparé de repente en las fechas. ¡Coño! Era del bachillerato antiguo. De aquel cuyas vigas maestras dejó puestas el inefable Pedro Saiz Rodríguez. Avanzando en la lectura de su diario, Yo hubiera o hubiese amado, comprendí el uso que había dado a las herramientas que se le facilitaron en el bachillerato. La cantidad y calidad de su lectura era insuperable. Asombra la lista de los autores leídos en un solo año, clásicos, contemporáneos, nacionales, extranjeros… El bachillerato le había dado la posibilidad de esforzarse en conseguir algo que le gustaba; una vasta cultura y ser lo que quería; un buen escritor. Pudo elegir.
Casanova se sentía libre y feliz. Tuvo una vida corta pero nadie le privó de su derecho a vivir plenamente como él quiso. Como una persona lo más culta que el tiempo le permitió y disfrutando de ello con su familia, su novia y sus numerosos amigos. Sus escritos desprenden esa alegría y satisfacción.
Un maldito escape de gas, proveniente de una deficiente instalación, acabó con su libre juventud.
Nos desplazamos ahora al futuro; al verano del año 2032. El joven Millán Montes ha concluido su primer año de carrera y viaja con sus padres a Granada. A lo largo de su estancia en la ciudad andaluza se ha incrementado el desasosiego que comenzó a sentir el verano anterior en un viaje similar a Segovia. Allí el universitario Millán no hallaba explicación al hecho de que unos señores de Roma se hubieran desplazado a Castilla con objeto de construir una serie de arcos para transportar agua. Ni tampoco sabía la razón de la importancia de unos Reyes llamados Católicos que habitaron el alcázar de la ciudad.
Ahora se los volvía a encontrar enterrados en Granada. ¿Qué hacían allá? Se preguntaba y buscaba el motivo por el que unos árabes habían edificado unos maravillosos palacios y no sabía quién era un emperador llamado Carlos que había dispuesto otro palacio adicional junto a los otros dos. Lo de la existencia de un tal Washington Irving, ya debía ser para nota. En fin, cientos de preguntas para escasas respuestas.
Algo había podido sacar en claro hablando con sus padres y obteniendo alguna información deslavazada en internet; enseguida se sintió atraído por los ignotos campos de la Historia. Pero le inquietaba no saber dónde estaba toda esa sabiduría. Donde los libros que contenían los datos necesarios para conocer su pasado y por qué razón estaban ocultos. Parecía evidente que algún pequeño grupo de privilegiados los retenía para su propio uso y disfrute personal, hurtando esa sabiduría al resto de los ciudadanos.
Comentó a sus padres el interés que sentía por conocer todo lo relativo a la Historia. Por lo poco que había podido averiguar, le parecían temas divertidos e interesantes y tenía inmensas ganar de recriminar a quien fuera, el hecho de no haber puesto a su disposición dichos conocimientos en sus estudios. ¿Ahora qué podía hacer? En el viaje de regreso les dijo contundente:
«Es que de haberlo sabido, me hubiese matriculado en Historia. No sé qué hago estudiando una carrera que no me dice nada».
Juan, su hermano menor, levantó la vista del móvil cuando el padre, mirando por el espejo retrovisor del coche, le dijo a Millán:
«Vamos, chaval, que parece que te han jodido la vida». «Así es, a carreras como Historia no puedes acceder sin una base sólida, no puedes comenzar de cero», corroboró la madre.
Cuando murió, Félix Francisco Casanova tenía la misma edad que nuestro amigo en su visita a Granada. A Casanova el destino le acortó la vida, a Millán se la fastidiaron un grupo de políticos canallas, irresponsables e insensibles con las personas.
Y es que lo que está haciendo el despropósito que supone la denominada ley Celaá, es atentar contra el derecho de los ciudadanos a la cultura. Anular el derecho a la libertad y cercenar su capacidad de decidir su propio proyecto de vida personal. Y no sólo en lo que a carreras de Humanidades se refiere. Cuando puedes pasar de curso sin haber comprendido las matemáticas, por mucha perspectiva de género que tengan, se verán también afectados los ingenieros y técnicos del futuro.
No alcanzo yo a comprender cómo la ciudadanía no se ha movilizado contundentemente contra este adoctrinamiento y visceral ataque a los derechos y libertades de nuestros jóvenes y de sus proyectos de vida. Como ciudadanos nos lo tenemos que hacer mirar.
- José Antonio García-Albi Gil de Biedma es empresario