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EN PRIMERA LÍNEAJuan Van-Halen

La ley de Murphy

La ley de Sánchez sería entonces una ley de Murphy bis. Y acaso, por egocentrismo, a él le haría feliz

La ley de Murphy fue enunciada por Edward A. Murphy, un ingeniero aeroespacial y militar estadounidense, a mediados del siglo pasado. Entre las versiones de su inicio la más repetida es que ante un error de su asistente en la instalación de un cableado, Murphy le dijo: «Si existe una forma de que usted cometa un error, lo hará», que suele resumirse: «Si algo malo puede pasar, pasará». Tiene su aplicación en la política, su gestión y sus gestores.

España, claro, ha tenido ministros buenos, regulares, malos y pésimos. Por no irnos más lejos, para un escudriñador del siglo XIX, como lo soy yo, el reinado de Isabel II tuvo ejemplos para todos los gustos. En una de las numerosas intrigas del Rey consorte, Francisco de Asís aupó al ministerio de Justicia a un abogado de provincias por el mero hecho de acudir a la tertulia de un amigo de su camarilla que, enterado y recuperado su espadón por Narváez, pasó de la ilusión del cargo al destierro. Espartero tampoco era fácil de manipular y sus gobiernos fueron –o parecieron ser– más transformadores. Con Alfonso XII fue distinto por la influencia de Cánovas y su turnismo con Sagasta.

Ya al final del primer cuarto del siglo XX, Alfonso XIII cayó en manos del general Primo de Rivera –«mi Mussolini»– y en esa trampa se perdió. Dos ministros de la Monarquía, Romanones y Alcalá-Zamora, éste pasado al republicanismo, firmaron en la consulta de un médico, Marañón, el certificado de defunción de la Monarquía y el acceso a la Segunda República, que inmediatamente cayó en algunos errores graves. Por su radicalismo y su incoherencia, se caracterizó por los enfrentamientos, la violencia y el extremismo, pese a que contó con ministros de valía. Con el Frente Popular en el poder y pronto con la guerra civil iniciada, el Gobierno formalmente republicano actuaba a las órdenes de la Komintern bajo la batuta de Stalin. Esto no lo leeremos en los manuales de la llamada «memoria democrática» que hoy está integrada en un ministerio, el de Félix Bolaños: ministro de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática. Una aportación española al listado de ministerios de nuestros aliados europeos. «Si algo malo puede pasar, pasará».

El Frente Popular en la etapa de Largo Caballero, el Lenin español, contó con una amalgama de ministros entre los que por primera vez se incluían anarquistas que, por su ideología, eran enemigos de cualquier organización de Estado. Acaso el ejemplo más curioso sea Juan García Oliver, camarero convertido en ministro de Justicia en noviembre de 1936, fundador de Los Solidarios, un grupo armado que se autodefinía como «los mejores terroristas de la clase trabajadora». Perseguido por asesinatos y atracos, huyó de España y regresó en 1931. El ministro García Oliver se ocupó de que fueran destruidos los expedientes penales en el archivo de su Ministerio. También se conservaban en instancias judiciales pero él lo ignoraba.

Paula Andrade

Durante el régimen de Franco los ministros eran profesionales cualificados. Se recuerda el caso singular de Julio Rodríguez Martínez, ministro de Educación y Ciencia en 1973, el del jocosamente llamado calendario juliano, que según se dijo fue nombrado porque Carrero malinterpretó el deseo de Franco, que le habló de nombrar a «ese granadino rector de la Autónoma». Se refería a Luis Sánchez Agesta, también granadino y también rector de la Autónoma antes que el nombrado. En su mandato, que no llegó al año, hizo algunas sandeces y cometió excentricidades pero su formación no era dudosa: catedrático de Cristalografía y Mineralogía.

En el periodo de la Transición, Suárez contó con un Gobierno al que se llamó «de los PNN» por la bisoñez de muchos de sus ministros, pero dieron buen juego en momentos muy difíciles. Felipe González llegó a la presidencia del Gobierno sin experiencia de gestión pero sus equipos respondieron con seriedad y dedicación. Contó con el ingenioso apoyo de Guerra. Aznar llamó a varios políticos avezados en el periodo de la Transición y lanzó al ruedo a otros que no metieron la pata. No supo responder a la repetida falsedad de que España envió tropas a la guerra de Irak, cuando lo cierto es que llegaron después de declarar la ONU su final. Y tras Aznar llegó Zapatero con incorporaciones penosas como Bibiana Aído y Leire Pajín. La mediocridad, o algo peor, ulularon en el Consejo de Ministros. Aído y Pajín acumularon tales disparates y declaraciones tan risibles que no hace falta recordarlos. Rajoy se caracterizó por su prudencia, que no pocos tildaron y tildan de lejanía de la realidad. Triunfó en la economía pero con una mayoría absoluta no hincó el diente a temas que hubiesen podido edulcorar el futuro, como su prometida derogación de la Ley de Memoria Histórica. «Si algo malo puede pasar, pasará».

Y aquí tenemos a Pedro Sánchez, Antonio, en traducción internacional, la quintaesencia de la ley de Murphy en política. Con Podemos en el Consejo de Ministros se incorporó a la salsa gubernamental un sinfín de naderías, incoherencias, muestras de demagogia barata patentizando así su mediocridad y su falta de recursos dialécticos más allá del insulto. Personajes como las ministras Alegría, Belarra, Rodríguez, las dos Montero (sobre todo Irene, pero María Jesús no le va a la zaga), y el ministro Garzón y sus ocurrencias cada vez más absurdas, evidencian lo que ya sabemos. Incluso noto a Calviño últimamente nerviosa y desmadrada, tan modosita que parecía.

Sus excelencias podemitas no han sudado la camiseta, su vida laboral anterior es prácticamente nula. Pero eso no les lleva a la humildad, sino a producir las afirmaciones más chocantes (incluso en sus bocas) y a evidenciar su deseo de mantener los sillones y los sueldos por encima de la coherencia y, sobre todo, de la verdad.

Como «si algo malo puede pasar, pasará», no me extrañaría que, de tener ocasión, Sánchez acoja en el Consejo de Ministros a representantes de Bildu. Sería la segunda edición de aquel ministro, Juan García Oliver, el de Los Solidarios, «tan buenos terroristas», del Gobierno del Frente Popular. La ley de Sánchez sería entonces una ley de Murphy bis. Y acaso, por egocentrismo, a él le haría feliz.

  • Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.