Fundado en 1910
En primera líneaEugenio Nasarre

La lección de los Tácito: el triunfo de la moderación

La vía de la moderación puede aglutinar a una mayoría de españoles y es el mejor modo de dejar atrás nuestra grave situación pantanosa actual

La publicación íntegra de los 180 artículos del grupo Tácito, que fueron apareciendo en un período crucial para la vida de España (23 de junio de 1973-4 de febrero de 1977), resulta de extraordinario interés y oportunidad, con la mirada puesta en el momento que ahora vive nuestra nación. Del acto de presentación ya se ha dado cumplida cuenta en estas páginas de El Debate. Pero acaso la obra de los Tácito sea merecedora de alguna ulterior reflexión. ¿Aquella experiencia nos puede servir de lección ante los retos que nos plantea la presente situación política de España?

Tácito fue un grupo singular. No fue un partido político encubierto. Estaba constituido por un centenar de personas que pertenecían a altos cuerpos de la Administración del Estado, a la docencia universitaria o ejercían profesiones liberales. Pertenecían al espacio político que podríamos calificar de centroderecha. El presidente de la ACdP, Abelardo Algora, con una magnífica intuición, había promovido la formación del grupo. Pero no era confesional; no lo quiso ser desde su mismo origen, sin perjuicio de las convicciones personales de sus miembros. Nació con la voluntad de influir con un objetivo tan preciso como complejo: cómo transitar del régimen autoritario de Franco (cuyo fin cercano se presentía) a una democracia liberal perfectamente homologable con las democracias de la Europa occidental. En suma, el proyecto consistía en que España se incorporara al «club de las democracias», la Unión Europea de entonces, y abandonara su aislamiento, que la convertía en un país extravagante y ensimismado.

Al hilo de los acontecimientos, los artículos fueron desgranando un sólido pensamiento político. No quisieron nunca traspasar la legalidad, que, por otra parte, iba teniendo cada vez contornos más difusos, porque la sociedad (colegios profesionales, medios universitarios, mundo laboral, medios católicos) iba ensanchando los ámbitos de libertad. En ese clima en ebullición se fueron decantando tres posiciones ante el «después de Franco»: el inmovilismo, la reforma y la ruptura.

El grupo Tácito se decantó claramente por la segunda posición. Claro está, recibió críticas de unos y otros. Los primeros lo acusaban de taimados traidores, porque su proyecto conducía al desmantelamiento de las esencias del Régimen. Los partidarios de la «ruptura» lo consideraban un proyecto tibio, una suerte de «derechita cobarde», que estaría condenado al fracaso.

La opción ganadora fue la de la «reforma». Tenía muchas ventajas, con tal de que fuera practicable. La condición para su viabilidad era que el Rey Juan Carlos, sucesor de los poderes de Franco, asumiera el papel histórico de acabar con el «régimen de los vencedores», convertirse en el Rey «de todos los españoles» y ser el motor del cambio hacia una democracia, el único sistema posible a la altura de su tiempo para recuperar la normalidad histórica. Los Tácito creyeron que esa condición se produciría (era resultado de un análisis racional, pero no dejaba de ser una apuesta) y acertaron. El Rey Juan Carlos asumió ese papel histórico y lo puso en marcha con el nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno el 5 de julio de 1976. Nada menos que siete tácitos se incorporaron como ministros a ese Gobierno y otros ocuparon altos cargos del mismo.

Paula Andrade

Las ventajas de la vía reformista fueron evidentes. Era la que mejor respondía a los anhelos de reconciliación y de superación de «las dos Españas» que albergaba la mayoría de la sociedad española. Era la vía de la moderación y del «centro», que muy pronto adoptaron como seña de identidad. El camino emprendido exigía la elaboración de los «consensos básicos» que una democracia pluralista requiere. La dinámica de la moderación y de la búsqueda de acuerdos fue marginando a las posiciones más extremas. El resultado de todo este proceso –lo sabemos bien– fue el gran «pacto constitucional» de 1978, que nos permitió, unos años después, entrar por la puerta grande en la Europa de las democracias. La Transición fue un éxito.

Ciertamente la situación que vive hoy España no es remotamente comparable con la de las postrimerías del franquismo. Pero concurren algunos elementos que nos invitan a pensar si aquella experiencia de los Tácito puede servirnos de lección. La dinámica política desatada en España desde la victoriosa moción de censura de Sánchez (¡hace ya cuatro años!) ha tenido dos efectos sumamente perturbadores para nuestra democracia y nuestra convivencia: la creciente polarización, con preocupantes atisbos de resurrección de «las dos Españas», y un sumamente peligroso deterioro de nuestras instituciones democráticas, con la quiebra del principio checks and balances, sin cuyo respeto toda democracia perece. Polarización y erosión institucional forman un cóctel explosivo.

Una muy amplia porción de españoles ya es consciente de esta situación (y de su gravedad). Las elecciones de Andalucía son una muestra elocuente de ello. Por ello, las próximas elecciones generales van a ser decisivas. Existe una posibilidad, que es también una opción: aplicar la ley del péndulo. A ello se refirió el exministro y tácito Ortega Díaz-Ambrona, como opción no deseable. Es mi misma opinión.

Porque lo deseable es que para resolver los dos grandes problemas para nuestra convivencia y para nuestra democracia se impusiera la vía de la moderación, como la que postularon los Tácito. Si esta opción, presentada con claridad y con una nítida defensa de la «España constitucional», lograra en las urnas un amplio respaldo de la sociedad española, se podría emprender un camino fecundo. Porque desataría una dinámica que arrinconaría a los extremos, que propiciaría la sanación de nuestras menoscabadas instituciones democráticas, restauraría los «consensos necesarios» y afrontaría las reformas que hoy imperiosamente necesita España para superar este período de declive que padecemos.

No deberíamos dejar caer en saco roto la lección de los Tácito. La vía de la moderación puede aglutinar a una mayoría de españoles y es el mejor modo de dejar atrás nuestra grave situación pantanosa actual.

  • Eugenio Nasarre fue diputado a Cortes Generales