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En primera líneaJavier Rupérez

La OTAN goza de buena salud

Queda ahora la manera definitiva en que el conjunto atlántico contribuya a cumplir los justificados deseos del presidente ucraniano en su mensaje televisado a la asamblea

En realidad, la cumbre de Madrid de junio de 2022 tenía que haber tenido lugar en la capital española en 2020. Fue la pandemia la que motivó el retraso y el consiguiente cambio de fecha. También, de manera tan inesperada como positiva, el que la Alianza Atlántica se encontrara en situación de renovar firmemente sus compromisos internos y externos, definir con precisión sus tareas para el inmediato futuro y hacer patente su voluntad de enfrentarse a los riesgos del momento actual. Habría que dar gracias a Putin por motivar, con su criminal agresión a Ucrania, que esa OTAN a la que que Macron, en un momento de desfallecimiento cognitivo, definiera como afectada por la «muerte cerebral», o que Trump desdeñara despectivamente y estuviera a punto de abandonar, haya resurgido entre sus supuestas cenizas y mostrado sus capacidades reales: la más creíble, poderosa y capaz alianza político militar que el mundo ha conocido desde que en 1945 terminara la II Guerra Mundial. Hace dos años esta columna no hubiera podido titularse de la manera en que hoy lo hace.

No cabía ninguna duda sobre la influencia que la agresión rusa contra Ucrania había de tener sobre la reunión de Madrid y sus correspondientes decisiones. El habitual «concepto estratégico» que las cumbres de la Alianza suelen elaborar cada decenio responde ahora claramente a esas expectativas y sus correspondientes necesidades definiendo sin ambigüedades lo que los aliados piensan del autócrata ruso y sus criminales iniciativas: «Rusia –dice el texto aprobado en Madrid– es la amenaza mas significativa y directa contra la seguridad de los aliados y la paz en el área euroatlántica». De hecho, es Rusia la que encabeza el texto de once páginas, allí donde se describen las urgencias del presente y en las que se encuentran otras tres áreas de posible o actual conflicto: la inestabilidad, la competencia estratégica y la proliferación de modelos autoritarios.

Lu Tolstova

Una cierta expectativa rodeaba el lugar que la OTAN concediera a China en sus preocupaciones y la relación que pudiera establecer entre el gigante asiático y las agresiones moscovitas, pero la inteligente cautela ha prevalecido: no es misericordiosa la descripción que el «concepto» hace de China y detallada la explicación de sus desmanes y desvaríos, pero su tratamiento no es exactamente el diagnosticado para Rusia. En algún sentido, con los orientales la fórmula es preventiva, mientras que con los moscovitas es contundente y decisiva. En la descripción de las nuevas tareas militares de la alianza, y aun sin mencionar a ningún país o área especifica, se detalla con precisión la voluntad de situar personal y armamento en las zonas conflictivas y prever asistencia inmediata en caso de que fuera necesario. No hace falta inquirir en qué esta pensando la Alianza para concluir que, sin mayores detalles, el pensamiento recae sobre el este de Europa y las fronteras con Rusia y con los países que formaron parte del Pacto de Varsovia o de la misma URSS y ahora son miembros de la Alianza. Y un poco más allá el «concepto estratégico» subraya lo que ya constituía una perceptible inclinación atlántica: la de incluir en una perspectiva global llamada de «360» grados el número de riesgos, amenazas o asechanzas a la que los aliados deben eventualmente hacer frente: terrorismo, Oriente Medio, norte de África, Sahel, Balcanes Occidentales, mar Negro, Indo Pacífico, la guerra cibernética o las consecuencias del cambio climático. Ahora más que nunca, la OTAN se quiere y se presenta como una eficaz y creíble institución de alcance global que con razón puede presumir de su ejecutoria para mantener la seguridad de sus socios, disuadir a sus potenciales agresores y contribuir a la estabilidad mundial. En esa órbita son importantes y bien concebidos los textos que el concepto dedica a reafirmar las convicciones básicas del grupo –la defensa de la democracia, el Estado de derecho y las libertades fundamentales–, la solidaridad entre sus miembros y la voluntad de mantener y profundizar las relaciones con sus socios exteriores, entre los cuales dedica especial mención a la UE y también a la OSCE. Con un enunciado que sin referencias incluye muchas de las preocupaciones presentes y futuras del grupo y de sus miembros: la OTAN, dice el texto, está «resuelta a defender cada pulgada del territorio aliado y preservar la soberanía y la integridad territorial de todos los aliados».

Dice Putin que la ampliación atlántica estuvo motivada por una voluntad agresiva hacia Rusia. Nada más falso. Estuvo motivada por un número importante de repúblicas exsoviéticas y de estados ex Pacto de Varsovia que buscaban seguridad y amparo frente a la barbarie que habían tenido que soportar de la URSS, a la que el autócrata soviético con tanto entusiasmo sirvió y que ahora intenta reconstruir. En realidad, el mejor agente para la ampliación del bloque atlántico ha sido y sigue siendo Vladimir Vladimirovich Putin. La prueba más reciente, y que en Madrid ha encontrado favorable y contundente respuesta, ha sido la aceptación por parte de los aliados de la petición de adhesión formulada por Suecia y Finlandia, dos reputados países democráticos hasta ahora neutrales y no alineados. Queda ahora, aunque en el texto no podía quedar reseñado, la manera definitiva en que el conjunto atlántico, y naturalmente de manera visible los Estados Unidos de América, contribuya a cumplir los justificados deseos del presidente ucraniano en su mensaje televisado a la asamblea: la ayuda necesaria para acabar con la agresión criminal de Rusia y contribuir a la restauración de sus derechos nacionales y de una época de previsibilidad, estabilidad y paz. Justamente la que Moscú ha violentamente interrumpido, en términos como no se conocían desde que la URSS y la Alemania nazi invadieran Polonia en 1939.

Pero, en definitiva, lo que Madrid ha albergado es una prometedora y gran realidad: la existencia de una voluntad compartida por los países democráticos del mundo miembros de la OTAN o asociados con ella para disuadir al agresor, garantizar la seguridad y ofrecer al mundo una estabilidad basada en la paz y en la dignidad de todos sus ciudadanos. Que así sea.

  • Javier Rupérez es embajador de España