El compromiso de Núñez Feijóo
Derogar la ley de Memoria Democrática es una cuestión de salud pública
Alberto Núñez Feijóo ha asumido el compromiso de derogar la ley de Memoria Democrática. Lo ha hecho de manera solemne, en Ermua, en el homenaje del PP a Miguel Ángel Blanco en el 25º aniversario de su vil asesinato.
Derogar la ley de Memoria Democrática es una cuestión de salud pública. Expulsarla de nuestro ordenamiento jurídico será condición inexcusable para recuperar todos los consensos que formaron parte del gran «pacto constitucional» de 1978, con el que se alumbró nuestra democracia y que fue masivamente refrendado por el pueblo español.
Si la base espiritual de la Transición fue la reconciliación, esta Memoria Democrática dinamita la esencia de aquel pacto sobre el que hemos edificado nuestra convivencia estos cuarenta años. El proyecto de ley, agravado por las infames enmiendas incorporadas al mismo, rompe con esta trayectoria, que es consubstancial a la democracia que nos dimos los españoles. La ley constituye una rectificación radical del espíritu fundante de la Constitución de 1978. Son dos planteamientos antagónicos, que es imposible casar. Respaldar esta Memoria Democrática implica repudiar toda la trayectoria anterior y muy específicamente la de la Transición, a la que se pretende deslegitimar y cubrirla de un ignominioso manto de sospecha.
Este es el verdadero sentido de la grave decisión política que hoy vota el Congreso de los Diputados. La Cámara se fracturará, preludio de la fractura de la sociedad que alienta el proyecto de Sánchez. Los enemigos de esta democracia, los independentistas, los blanqueadores de ETA y los que han nacido para acabar con 'el régimen del 78' votarán a favor exultantes. No podían imaginarse un triunfo de tal calibre. Pero, ¿y la bancada socialista? ¿Con qué ánimo votarán los 120 diputados, herederos del legado de Felipe González, Alfonso Guerra, Javier Solana? Todos, sin excepción, aplaudirán con fervor el resultado de la votación, puestos en pie, junto a sus compañeros de esta travesía, los bilduetarras, los podemitas y demás. Pero será un aplauso siniestro. A algunos se les quemarán las manos, porque sabrán que están cometiendo una traición a sus mayores, que fueron máximos protagonistas de la Transición; y están renegando de una de las páginas más brillantes de nuestra historia contemporánea. Si algo supone esta votación es un problema para el PSOE y para su dignidad como partido. No pocos de los que voten sentirán su alma socialista helada. Lo cual no sucederá en el caso de Bolaños, porque, dada su condición de aprendiz de sofista, para él el principio de no contradicción no existe.
Pero la reconciliación de ninguna manera puede darse por muerta, por mucho que esta ley persiga la resurrección de las «dos Españas». Fue un sentimiento muy hondo en la sociedad española, compartido por quienes habían pertenecido a los dos bandos de la guerra civil y que sigue perviviendo. El perdón mutuo de los españoles de uno y otro bando y la voluntad de construir un futuro común de concordia se convertía en el presupuesto ético-político de la convivencia democrática a la que aspiraba el pueblo español y que se plasmó en la Constitución de 1978. Las palabras de Azaña «paz, piedad, perdón» eran recordadas y asumidas como base del futuro que habíamos de construir entre todos, sin ajustes de cuentas y sin reabrir heridas, porque considerábamos la guerra civil como un fracaso colectivo. Teníamos la conciencia de que la tragedia que España había padecido obedecía a una realidad muy compleja, en la que los errores y culpas estaban repartidos. Nadie estaba libre de tirar la primera piedra. Por eso, lo razonable es que ese pasado, que no queremos que vuelva a reabrirse, se someta no a otro sino al juicio de la historia, sine ira et studio, como aconsejaba Tácito. Pero en ningún caso a una historia oficial, además sesgada y sectaria, como pretende la Memoria Democrática, lo cual, por otra parte, es incompatible con los postulados de una democracia liberal.
Los hijos de los que protagonizaron la guerra fratricida optamos por la reconciliación y su obra fue la Transición. Ahora esta ley les presenta a los nietos el dilema: o «las dos Españas» o la «reconciliación». De este dilema depende nuestro futuro. Para que triunfe el lado bueno de la historia será imprescindible la derogación de la ley que, en un día triste para nuestra convivencia, adoptará el Congreso de los Diputados. Por eso es tan relevante el compromiso de Núñez Feijóo.
- Eugenio Nasarre es exdiputado en las Cortes Generales.