La cultura del encuentro
El románico, el gótico, el barroco, como estilos más principales, aunque sin olvidar el renacentista y algunos vestigios mudéjares y paleocristianos que, salpicados por estos lugares, se alternan a lo largo del camino siendo raro el pueblo, el lugar, el sendero, donde no se haya levantado una ermita, una pequeña iglesia o una cruz que nos indica el testimonio de la fe a lo largo de los siglos
El Camino de Santiago es una ruta que recorren los peregrinos, procedentes de todo el mundo, para llegar a la ciudad de Santiago de Compostela, donde se veneran las reliquias del apóstol Santiago el Mayor. Durante toda la Edad Media fue muy recorrido, después un tanto olvidado y en la actualidad ha vuelto a tomar un gran auge. El Camino de Santiago Francés y las rutas francesas del Camino fueron declarados por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Pero una de las cualidades más desarrolladas es la cultura del encuentro, de la palabra entre los peregrinos. Esa frase de «buen camino» encierra muchos sentimientos, muchos deseos para los romeros, con los que nos cruzamos, y para nosotros mismos. Al pronunciarla, un cúmulo de esperanzas, de sueños compartidos, de ilusiones y anhelos, se arremolinan en nuestro cerebro dando entusiasmo a la distancia realizada y a la que queda por llevar a cabo.
La cultura del encuentro, toma cuerpo de naturaleza en el camino de Santiago, en ese ir y venir, en ese cruce de personas que tienen el mismo objetivo, idéntico anhelo, aunque no tengan las mismas percepciones y los mismos intereses. El camino no solo es un acervo cultural de grandes valores, sino, además, también, un crisol de culturas donde el intercambio, la palabra, el encuentro, toman su más acendrada significación. Los valores, la herencia moral que encierra, solo se puede entender si se hace el camino, en silencio, con la mente despejada, fija en la distancia y con el pensamiento libre de ataduras.
Sus orígenes se remontan al año 812 en el que se encontraron reliquias atribuidas al Apóstol y, ya al final del siglo IX, el culto se extiende por la Europa cristiana con lo que el número de peregrinos aumentó gracias a los contactos culturales entre las diferentes naciones europeas. El centro y norte de Europa se incorporan, de esta manera, al Camino. Alfonso II, rey de Asturias, mandó construir una iglesia en el lugar donde, de acuerdo a la tradición, reposan los restos del apóstol Santiago. A partir del siglo XV, esta iglesia se convirtió en uno de los principales centros de peregrinación de la Cristiandad y dio origen al actual Camino de Santiago. El románico, el gótico, el barroco, como estilos más principales, aunque sin olvidar el renacentista y algunos vestigios mudéjares y paleocristianos que, salpicados por estos lugares, se alternan a lo largo del camino siendo raro el pueblo, el lugar, el sendero, donde no se haya levantado una ermita, una pequeña iglesia o una cruz que nos indica el testimonio de la fe a lo largo de los siglos.
Pero uno de los aspectos más importantes del camino de Santiago es la vertebración de España, ya desde la Edad Media y la romanización con el cambio de la Hispania visigótica a la Hispania romana. Los ritos cambian, el Camino permanece.
La palabra, arraigada en ese encuentro, tamizada por sentimientos de muchos años, consigue su más íntima reflexión en el cruce de caminos, de personas, de culturas, de sentimientos. Realizar el camino, no solo es andar kilómetros, es reposar en silencio los pensamientos, las reflexiones, las meditaciones. En cada recodo, en cada repecho, podemos evidenciar lo más recóndito de nosotros, lo más profundo de la persona. En esa mirada que lanzamos en los encuentros con los peregrinos, se encierra multitud de abstracciones, de introspecciones necesarias para continuar. Sin ellas, el camino no tendría sentido. Sin esa transmisión efímera que se realiza en un rápido encuentro, el camino perdería su significación, su sentido más primitivo que es el de la trascendencia. Una sencilla ermita, un puente de cruce, una cruz a la entrada de un pueblo, representan símbolos de hondo valor para el peregrino que recorre el sendero de la vida con un enfoque de vivencia personal, de recorrido intimista y espiritual, tratando de especular sobre múltiples secretos de nuestra existencia.
Por ello, la palabra en el encuentro, la constatación de que seguimos vivos en una rápida o larga conversación, al albur de un descanso, bajo un árbol en cuya sombra nos refugiamos del calor o de la lluvia pertinaz, son uno de los valores más intangibles que podemos tener en el camino. Todo ello nos infunde un profundo respeto que debemos experimentar con la mirada templada, con la voz cálida y la mano dispuesta al saludo. Ese triángulo del encuentro al que tantas veces nos enfrentamos en nuestra vida. Mirada, palabra y abrazo conforman un triángulo que agavilla multitud de sentimientos y sobre el que pivota la bondad del camino. Todo ello, lo podemos experimentar sin darnos cuenta, de una manera vital.
Creo que debiera ser una asignatura de obligado cumplimiento hacer algunas etapas del camino. En todas las profesiones, en las actividades de los políticos se debería exigir el cumplimentar una parte de este recorrido. La abstracción, la reflexión y el intimismo personal y del encuentro, siempre serán valores positivos para las personas.
- Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de Doctores de España