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En primera líneaEmilio Contreras

Francia nos quiere débiles

Uno de los objetivos de la política exterior de Francia es que Alemania y España, sus dos vecinos más importantes, sean débiles. Por eso se opone a la construcción de un gaseoducto que lleve el gas argelino a la República Federal en sustitución del gas ruso

Alemania necesita imperiosamente un proveedor de gas que sustituya al que Rusia le ha cortado. Los alemanes han estado confundiendo durante años la realidad con sus deseos, y han tratado de convencerse de que Putin era alguien en quien se podía confiar. La invasión de Ucrania les ha arrancado el velo con el que voluntariamente se han cegado.

El riesgo de colapso de la economía germana ha obligado a sus dirigentes a buscar alternativas, y parece que el gas de Argelia podría ser la más conveniente. Pero para que ese gas llegue a la República Federal Alemana hay que construir un gaseoducto que atraviese los Pirineos y Francia. La ministra Ribera ha anunciado que el tramo español podría construirse en ocho meses. Y hemos sabido también que el gaseoducto contaría con financiación de la Unión Europea a través de su programa REDPower.

Hasta aquí, todo normal y cargado de lógica. Pero la sorpresa ha saltado cuando el Gobierno francés ha anunciado su oposición al proyecto con el débil argumento de que «tardaría años en estar operativo» y no resuelve el problema energético alemán a corto plazo.

Material para la construcción del gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y AlemaniaStefan Sauer/dpa

La oposición de Francia tiene raíces más profundas, que son una constante histórica de su política exterior.

Francia ha tenido desde hace siglos dos adversarios, España en el sur y Alemania en el este, que la han hecho sentirse atenazada en una pinza, y ha mantenido con ellos duros enfrentamientos y guerras. En el sur, España la derrotó durante ciento cincuenta años, desde comienzos del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII. Y ese recuerdo permanece en el inconsciente colectivo de los franceses y muy especialmente de sus dirigentes políticos, cualquiera que sea su ideología. La posterior decadencia de nuestro país durante más de dos siglos les aseguró el flanco sur y los tranquilizó.

Pero cuando la economía española empezó a crecer de forma inesperada hace sesenta años, volvieron a mirarnos con recelo. Y mucho más cuando España se convirtió en una potencia emergente hasta convertirse en la cuarta economía de los 27 países de la UE. Desde entonces Francia ha pasado del recelo a la preocupación, y ha tratado de taponar nuestro crecimiento. El Gobierno francés, entonces capitaneado por el conservador Giscard D'Estaing, boicoteó durante años la entrada de España en la Comunidad Económica Europea –hoy Unión Europea– mientras facilitaba el ingreso de países débiles como Grecia. La oposición se mantuvo con el socialista Miterrand hasta que se vio obligado a ceder por la presión americana cuando Felipe González apoyó nuestra entrada en la OTAN y exigió como contrapartida vía libre para acceder al Mercado Común.

Todavía está en la memoria de muchos la política francesa de acogida a los etarras en los años de la Transición y en los que siguieron. Francia fue el santuario de quienes mataron a 853 personas, hirieron a 2.597 y regaron España de sangre. Allí encontraron refugio e impunidad durante años. Nuestro vecino del norte los consideró «refugiados políticos» aunque desde 1978 nuestro país tenía una Constitución democrática, se habían celebrado varias elecciones generales y municipales, y gobernaba España el Partido Socialista. Pero a los intereses franceses convenía una España débil zarandeada por el terrorismo, y Francia le hizo el juego a ETA.

La política exterior francesa es igual de clara con Alemania. El recuerdo de los enfrentamientos está mucho más cercano, y el temor –digámoslo con claridad, el miedo– al poder germano es aún mayor. El Imperio Alemán derrotó e invadió Francia en la guerra franco-prusiana en 1870, en la I Guerra Mundial de 1914 y 25 años después el Reich nazi hizo lo mismo en 1939. Está claro que los franceses temen a Alemania, y sus motivos tienen para temerle.

En los treinta años que siguieron a la II Guerra Mundial, Francia aprovechó el lastre que para el liderazgo de Alemania supuso el recuerdo del horror nazi, y ejerció el liderazgo político de Europa aunque su economía era más débil que la germana. Pero cuando el paso del tiempo se llevó por delante ese recuerdo, el poderío económico alemán convirtió a la República Federal de Alemania en el líder político de la UE. La Francia de Miterrand hizo entonces todo lo que pudo para evitar que ese poder se consolidara. Cuando la Alemania comunista se hundió en 1989 y el canciller Kohl puso en marcha el proceso de unión de toda la nación alemana, el presidente de la República Francesa se opuso con todas sus fuerzas para evitar que su rival histórico en la frontera del este se reunificara y fuera aún más fuerte.

Desde esta perspectiva es como hay que ver los motivos de fondo de la oposición del Gobierno francés a la construcción de un gaseoducto que aseguraría el liderazgo de la economía alemana en Europa, algo que los franceses quieren evitar. Además, España se convertiría en el centro internacional de interconexión de gas más importante del sur de Europa; y eso tampoco cuadra con los objetivos de la política exterior gala.

Francia exigirá un precio alto por ceder, si es que acaba cediendo. Pero nunca reconocerá que su estrategia nacionalista no solo debilitaría a Alemania sino a toda la Unión Europea, con gran regocijo de quienes buscan su decadencia, como Rusia y China.

  • Emilio Contreras es periodista