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Gonzalo Cabello de los Cobos Narváez

¿Y si hubiera guerra en España?

Estoy convencido de que los ucranianos vivían igual de seguros que nosotros, o casi, y, en el fondo, nunca pensaron que Putin podría llegar tan lejos

El otro día jugué al golf con un amigo y nos tocaron dos personas mayores en nuestro partido, Rafa y Emilio. El primero superaba los ochenta años y el segundo se acercaba peligrosamente. Debo confesar que, cuando se presentaron, los prejuicios se apoderaron de nosotros previendo un partido largo y tedioso. Pero es lo que pasa con los prejuicios, que en cuanto profundizas un poco en ellos te das cuenta de que no son más que un lastre absurdo que nos impide acercarnos a las personas y conocerlas.

Rafa y Emilio resultaron ser personas muy interesantes. Cultos y cosmopolitas, los dos ancianos se defendían perfectamente en el juego y nos animaban constantemente en cada uno de nuestros golpes, falláramos o acertáramos. Nos hicimos amigos enseguida.

En un momento dado, como consecuencia de una anécdota que les estaba contando, hice un comentario sobre lo rápido que pasa el tiempo. Me aventuré con un latinajo y ufanamente solté aquello de tempus fugit. Los dos se miraron sonriendo de forma cómplice y Rafa, el más mayor, me dijo: «Mira, Gonzalo, para que te hagas una idea de lo rápido que pasa el tiempo, yo ayer estaba haciendo la mili en Zaragoza y hoy estoy aquí peleando contra mi párkinson para meter la dichosa bolita en el agujero. Así de rápido pasa».

De aquella frase surgió un debate interesante sobre el servicio militar obligatorio. Ambos señores lo habían hecho y se sentían profundamente orgullosos: «La mili te curte. Te conoces a ti mismo y conoces a gente de todo tipo y condición. Aprendes a querer a España. Y es lo que hace falta aquí, un poco de amor por lo que tenemos». Aquellas frases me hicieron pensar.

Aunque los medios de comunicación se han cansado de hablar de la guerra de Ucrania, en realidad, el conflicto sigue ahí. Miles de personas continúan muriendo en el frente día a día mientras nosotros, siguiendo la irresistible estela del dictatorial «interés informativo», cada vez estamos más alejados y menos informados. Porque, seamos sinceros, una vez ha pasado el «subidón» de las primeras semanas hemos perdido el interés. Pasó con el volcán de La Palma y pasa ahora con Ucrania. Nuestro sentido del espectáculo es muy exigente y requiere de un contenido mucho más variado.

Y es que la guerra de Ucrania no nos está afectando demasiado. En el plano económico obviamente sí, pero en el plano moral más bien poquito. Ucrania está cerca pero a la vez está lejos… Nos apena que esos ciudadanos guapos y rubios estén muriendo, pero en el fondo sabemos, o creemos saber, que a nosotros no nos va a afectar directamente. No somos realmente conscientes de lo que está pasando. Y es normal.

Lu Tolstova

Llevamos muchas décadas acomodados en la idea de que la violencia sistemática es algo remoto, casi irreal, que sucede en los libros de Historia o, como mucho, en lugares alejados de nuestros cómodos salones. Ni por asomo contemplamos la posibilidad de que nuestros hijos sean llamados a filas y mucho menos de que mueran en una batalla.

La realidad, lo que se nos ha olvidado, es que la naturaleza del hombre permanece inmutable. La envidia, la ambición de poder, la venganza o las ansias expansionistas siguen presentes en nuestro tiempo. Y lo seguirán estando porque, aunque muy poca gente se atreva a decirlo abiertamente, el mal forma parte de nuestra existencia en la misma medida que el bien.

El debilitamiento de las economías occidentales y, por consiguiente, de sus instituciones y organismos internacionales (OTAN, Unión Europea, ONU, etc.) debe ponernos en estado de alerta. Cuando las reglas del juego las ponemos nosotros es mucho más fácil garantizar la paz, pero en el momento que el tablero de juego comienza a oscilar y el poder comienza a pasar a otras manos, como está sucediendo en la actualidad, es momento de prepararse para lo peor. Y no soy alarmista, simplemente soy aficionado a la historia.

La pregunta que cabe hacerse, por tanto, es: ¿está España preparada para un conflicto? ¿Lo está la Unión Europea?

El problema de vivir demasiado tiempo en paz es que te reblandeces. Siempre ha pasado igual. Cuando todo va bien y hay prosperidad comienzas a preguntarte si los grillos tienen los mismos derechos que las personas o si los gallos, en realidad, llevan milenios violando impunemente a las gallinas en un ejercicio intolerable de patriarcado machista y retrógrado. Cuando no hay preocupaciones reales hay que inventárselas. Somos así.

Estoy convencido de que los ucranianos vivían igual de seguros que nosotros, o casi, y, en el fondo, nunca pensaron que Putin podría llegar tan lejos. Sin embargo, ahí están, matándose en las esquinas para defender cada palmo de terreno en una guerra que se asemeja demasiado a las guerras que hemos estudiado. Miles de jóvenes han dejado de lado sus trabajos, sus familias, sus bailecitos de TikTok y sus selfies de Instagram para asesinarse entre ellos en la representación más cruda y más antigua de todas.

Como sociedad debemos ser conscientes de que algo así puede sucedernos en cualquier momento y prepararnos en consecuencia, tanto militar como moralmente. Debemos asumir la realidad y estar alerta ante un futuro cada vez más inestable. Mirar para otro lado o cambiar de canal no puede ser la solución.

  • Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista