El médico y el profesor son posibilitadores de esperanza
El conocimiento y la cultura nos labran el camino, nos marcan el sendero por el que nuestra vida transcurre. Este sendero es un continuo fluir por el que avanzamos con pie más o menos seguro, pero siempre adelante hasta llegar al recodo
Humanidades y conocimiento son dos términos que deberían ir juntos y paralelos, aunque no siempre sucede así. Todo conocimiento que se separa del humanismo no tiene futuro en la sociedad, al menos bajo el prisma de los que nos movemos en estos ámbitos. Una sociedad próspera necesita que sus integrantes posean un nivel cultural y un conocimiento que les avale para dirigir y tomar decisiones. Y todo esto deberá ser acreditado con el humanismo que debe imperar en todas nuestras actividades.
Además, la palabra es básica en la interrelación médico-paciente. Aquí se manifiesta el triángulo de esta emoción que es el encuentro entre un paciente necesitado de ayuda y un médico capaz de dársela. Cuando un enfermo entra en una consulta lo primero que se pone en marcha es la mirada, si no entiendes una mirada, nunca entenderás una larga explicación; después el médico estrecha la mano y aquí entran en contacto sensaciones y emociones a través de la epidermis de ambos y, en tercer lugar, y no lo menos importante, tenemos la palabra. Esa palabra cálida, amable, que hace que el triángulo de esta relación cumpla el fin de la emoción que entra en el encuentro. El enfermo busca el profesional que se ocupe de su enfermedad y el médico que se ocupe de su persona. Para ello, el facultativo debe estar adornado por unas cualidades humanas que completan su conocimiento. Ambas características son necesarias y el encuentro sin las dos no lleva al éxito.
La salud solo se valora cuando se pierde y es el médico humanista el único capaz de devolverla y no me refiero a solo la curación, sino a algo más, a la aceptación de la enfermedad como algo necesario para obtener la salud. Sin las características humanísticas del profesional, por mucho conocimiento que haya de base, nunca se llegará a la completa superación de la dolencia.
El sentimiento de la salud es poco expresivo en una persona, sin embargo, se manifiesta en todo su esplendor cuando falta. El paciente demanda ayuda y el médico le da esperanza cuando el tratamiento no es posible o incluso además de él. Esa demanda de ayuda está relacionada con la capacidad de empatía del galeno y ésta con las cualidades de humanismo que le adornan.
Se distinguen cuatro momentos en esta relación, el momento mágico que es el del encuentro, el del triángulo con la mirada, el tacto y la palabra; el segundo es el momento trascendente, el del diagnóstico; el tercero el momento responsable, en el que se centra en el diagnóstico y finalmente el momento comprometido que trata sobre el seguimiento del paciente para lo cual ciencia, arte y humanismo conforman el otro triángulo de la interrelación médico-paciente.
Por lo tanto, en este binomio tenemos dos triángulos, el del encuentro y el del patrimonio necesario para que esta concurrencia esté abocada a la consecución del objetivo que es curar y, si no, al menos, aliviar
Y esta capacidad empática de los médicos nunca se encuentra detrás de la pantalla de un ordenador. Hay galenos que cuando entra el paciente en su clínica a relatarle sus dolencias no aparta la vista de su escritorio y teclea según le vamos relatando nuestros padecimientos. Eso no es empatía médica, eso es un escribiente que lleva una bata blanca y que sabe medicina, pero como decía Letamendi, el médico que solo medicina sabe, ni medicina sabe. Se puede estar, al mismo tiempo, con un ordenador, apuntar lo que el paciente relata y manifestar el afecto de los triángulos ya referidos. Ambas actitudes son posibles, y en la hora actual de la tecnología, necesarias. No por mucha técnica se debe olvidar la interrelación con el paciente.
Pedro Laín Entralgo analiza con especial agudeza la palabra del médico, los silencios, la actividad gestual de las manos, un sencillo lenguaje que indica mucho, aunque es la palabra acertada y cálida la que centra la relación médico-paciente.
Otra faceta donde el humanismo y el conocimiento van de la mano es en la docencia, en la relación entre el estamento docente y el discente. El maestro cincela, modela al alumno esculpiendo su personalidad poco a poco, impregnándole de valores y principios.
Sin embargo, el profesor le proporciona conceptos y datos. En una palabra, conocimiento, pero a diferencia del maestro no le añade los valores tan importantes que existen en una enseñanza. Por eso el profesor es una cosa y el maestro es otra. Este enseña, frente a aquel, valores. Es más completo si cabe, pues al conocimiento se le añade humanismo. Los primeros balbuceos en la escuela, después en la Universidad conforman al alumno en virtudes que le acompañarán toda su vida. Y esto se debe, aparte de la familia, al maestro que le inculca un ejemplo.
Esta capacidad del ser humano para comunicar a través del lenguaje es fundamental en la transmisión de emociones y sentimientos.
Algo parecido era el diálogo socrático en el que, con preguntas y respuestas, objeciones e interrogantes, el interlocutor admitía su ignorancia sobre el tema y ya estaba en el camino del conocimiento.
La transmisión del saber es la base del desarrollo de una sociedad que se precie activa y pujante, ya que lo necesita para ser motor del saber y crecer a través de los años. Además, el profesor debe saber transmitir un espíritu creativo, enseñar a aprender recorriendo el camino de la ciencia sin olvidar los valores que la adornan. Si solo nos limitamos a la mera transmisión de conocimientos, la Universidad no tendría razón de ser, pues como decía Whitehead, para eso solo con la imprenta bastaría. Es necesario adornar este aprendizaje con otras cualidades que el maestro bien conoce.
El conocimiento y la cultura nos labran el camino, nos marcan el sendero por el que nuestra vida transcurre. Este sendero es un continuo fluir por el que avanzamos con pie más o menos seguro, pero siempre adelante hasta llegar al recodo. Al traspasar este, viene la sabiduría, la reflexión, el intimismo personal.
- Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de Doctores de España