El lastre de la mentira
Hay muchos socialistas, ahora asqueados, que valoran el lastre que supone la mentira sin fisuras del presidente. Pienso que Sánchez no sólo daña gravemente a España sino que, tras él, dejará desarbolado al PSOE
El tiempo pasa deprisa y el falso debate entre Sánchez y Feijóo en el Senado parece que se produjo hace siglos y por ello no entraré en sus entretelas. Y escribo «falso debate» porque ni el formato era equilibrado y justo ni el presidente lo desarrolló para que los españoles fuesen informados de la realidad, sino de su ficción. Made in Sánchez. Dos horas y once minutos de intervenciones del presidente que apremiaba a Feijóo –veintisiete minutos en el uso de la palabra sumando sus turnos– por dejar sin contestar alguna cuestión que él había planteado. ¿Con qué tiempo? Así es este hombre. Todo queda ya en la madeja de los días pasados menos la certidumbre intemporal, y a mi juicio grave, de que Sánchez miente sin descanso y, acaso por su virtuosismo en ello –pienso a su favor– puede que no distinga si miente o dice la verdad, lo que me lleva a suponerle alguna patología.
La mentira es como el rayo que no cesa en la palabra del presidente desde que ocupó la Moncloa merced a una moción que se apuntalaba en una sentencia manipulada como habría de constatar posteriormente el Tribunal Supremo. Mintió en su campaña electoral negando que pactaría con Podemos y con Bildu. Sus promesas electorales caducaron menos de veinticuatro horas después de las elecciones. Un fraude. Y desde entonces han sido unos años de mentiras dejando a menudo en evidencia a su propio Gobierno que no era raro manifestase lo contrario que él.
Sánchez se caracteriza por despreciar e insultar a la oposición. El 1 de agosto de 2022 firmé en El Debate Oposición de la oposición. El Gobierno de Sánchez sigue siendo eso. ¿Complejo? ¿Falta de ideas? ¿Fatuidad? No sé. España necesitaría el contrapeso de dos partidos fuertes de centroizquierda y de centroderecha. Las opciones extremas tanto como los partidos «bonsais», con menores o mayores apoyos, pueden prometer lo que se les ocurra porque sus posibilidades ciertas no son gobernar, sino, en el mejor de los casos, presionar a los grandes o compartiendo responsabilidades secundarias, y en el peor chantajearlos. Ya lo hemos vivido. Pero Sánchez ha ido alejándose de ese panorama que desearon los constituyentes y se ha radicalizado. No es socialdemócrata; se ha travestido en populista radical asumiendo sus tics. Entre ellos la mentira sublimada.
Nunca se escucha a Sánchez, y como extensión sumisa tampoco a sus ministros y colaboradores, ni una palabra de autocrítica. No hacen nada mal, aciertan siempre, son una maravilla, mientras la oposición yerra de continuo por insolvencia o mala fe, o ambas lindezas. La culpa siempre la tienen otros. Un PSOE en la oposición achacó a la crisis económica sus momentos negros. Ahora ni eso porque, como es su crisis, no existe y baraja datos falsos que producen sonrojo en Bruselas. Hace años los socialistas hablaron de «brotes verdes» y ahora anuncian un inmediato futuro prometedor. Nada nuevo.
El socialismo camina desnortado desde hace no pocos años, en orfandad ideológica y sin mimbres sólidos de respuesta a las demandas de la sociedad de nuestro tiempo. Lee la historia a su manera. No es cierto, por ejemplo, que las mejoras sociales nos llegasen gracias al socialismo. Su práctica inicial en España llegó ya con el Gobierno del conservador Eduardo Dato, creador del Ministerio de Trabajo, impulsor de una pionera legislación laboral, asesinado por radicales de izquierda en 1921.
El radicalismo no vende y la mentira tampoco. González ganó abrumadoramente las elecciones cuando centró al PSOE, desterrando el marxismo, el izquierdismo radical hueco, desde el pragmatismo. Sánchez siguió a Zapatero y, equivocándose, retornó al largocaballerismo, a un abrupto izquierdismo de salón, a los enfrentamientos entre españoles, y abrió las heridas de la guerra civil buscando su referencia histórica en la II República y en el PSOE, no precisamente ejemplar, anterior a la guerra civil y durante la propia guerra.
Me choca que el PSOE no se plantee, aunque sea en conciliábulos, una cierta refundación y, sobre todo, que no se contemple una salida a las contradicciones e incoherencias de sus planteamientos. No se puede ilusionar a un país con fórmulas y latiguillos de los años veinte y treinta del siglo XX en la segunda década del siglo XXI. Tampoco con supuestas políticas novedosas, faltas de rigor, que a veces producen hilaridad por su grotesca desmesura. El PSOE parece un boxeador sonado que vive una especie de cucaña en la que personajes o personajillos acaso ya intuyen que tendrán que administrar más pronto que tarde los restos de un naufragio que nadie quiere admitir pero que está ahí.
En el socialismo hay personas responsables e inteligentes, hombres y mujeres con las cabezas bien amuebladas que se han planteado estas cuestiones y me consta que en no pocas de ellas coinciden con lo escrito en estas líneas. Unas listas electorales tirando a mediocres garantizan el aplauso. De ahí ese entusiasmo en los escaños diga lo que diga el jefe. Hay muchos socialistas, ahora asqueados, que valoran el lastre que supone la mentira sin fisuras del presidente. Pienso que Sánchez no sólo daña gravemente a España sino que, tras él, dejará desarbolado al PSOE. No lloraré por ello. En sus palmeros, que parecen ser mayoría en sus filas, no descubro propósito de enmienda. La mentira como fórmula se acaba pagando. Recuerdo aquella frase de Rubalcaba: «Necesitamos un Gobierno que no nos mienta». Pues eso.
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando