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En primera líneaRafael Puyol

Hay que luchar por una demografía mejor

Nos falta una política nacional que defina estrategias comunes y financie las acciones a emprender. Solo así permitiremos que ese invierno (o verano) demográfico se convierta en primavera

Preocupante e inquietante son adjetivos que se pueden aplicar a la situación demográfica que sufren hoy muchos países de nuestro entorno. Personalmente prefiero el uso de esos u otros adjetivos similares a las expresiones «invierno demográfico» o «suicidio demográfico». Y les voy a decir por qué. El término «invierno demográfico» fue utilizado por primera vez por Michel Schooyans, profesor de la Universidad de Lovaina, para definir una situación de balance natural negativo que acaba provocando un envejecimiento profundo y una disminución de la población absoluta. Y la expresión «suicidio demográfico» se debe a Michel Rocard, quien la utilizó en 1989 para definir la deriva desfavorable que empezaban a tener por esa fecha las poblaciones de Europa Occidental. Nunca esos vocablos me han sonado bien. Los encuentro un tanto negativos, pesimistas, desmoralizantes , alarmistas en los que parece latir un sentimiento fatalista de irreversibilidad. Y yo creo que las cosas debemos mirarlas con otros ojos.

Muchas, muchas veces he manifestado mi preocupación por lo que está ocurriendo con las poblaciones occidentales y con la española en particular, pero no soy de los que piensa que esto ya no tiene remedio. Pero déjenme dar una vuelta a las expresiones invierno y suicidio.

Lu Tolstova

Para empezar diré que el invierno no es una estación tan mala desde un punto de vista demográfico. Ciertamente es la época que concentra habitualmente el mayor número de defunciones, pero ya han visto lo que ha pasado este verano, que probablemente va a sumar más muertes que el periodo invernal, salvo que los problemas de abastecimiento y coste de la energía se agudicen. Y es que el cambio climático puede alterar en el futuro la clasificación mensual de los fallecimientos. Por otro lado, el mayor número de concepciones se produce entre octubre y enero, lo que provoca después que sea el verano la época en la que nacen más niños. De tal manera que si el invierno pierde protagonismo en la mortalidad frente al verano y además reúne el mayor volumen de concepciones, quizás tengamos que hablar en el futuro de «verano demográfico» para aludir a una etapa sombría de penuria poblacional. Las rebajas estivales pueden llegar también al censo.

Pero todavía me gusta menos la expresión suicidio demográfico. La población no se suicida, lo hacen las personas. Y no conozco ninguna población que deliberadamente haya decidido desaparecer. Ya sé que es una metáfora, pero con todo el respeto a quienes la utilizan, la encuentro excesiva y hasta de mal gusto. Con todo, no se trata más que de un problema semántico y que a mí no me guste la expresión, resulta irrelevante. Lo que me preocupa es el sentido demasiado excluyente que algunos partidarios del término dan a la proposición. El suicidio demográfico sería el resultado de la falta de nacimientos y su evitación pasa por la única vía de aumentar la natalidad. La inmigración no es, a la larga, ninguna solución. Yo sinceramente creo que no es así. Que hay que favorecer una mayor natalidad mediante la política adecuada de ayuda familiar es una proposición que comparto sin matices. Pero ésta es una solución a largo plazo para casi todo. Y no podemos esperar tanto tiempo. La inmigración se ha convertido en España en un fenómeno estructural e imprescindible para nuestro mercado laboral y nuestra economía. Y también para nuestra demografía porque impide que tengamos crecimiento negativo, supone más de una quinta parte de los nacimientos anuales y suaviza el envejecimiento. Así pues, la solución demográfica a los males de España pasa por la definición de una política integral que ofrezca remedios para mejorar la fecundidad, regule esa inmigración imprescindible y dé respuestas a los retos del envejecimiento. Dejémonos de enunciar nuestra situación en términos catastrofistas. Dejémonos de inviernos y suicidios demográficos. Insistamos con vehemencia en que el reto demográfico no está tanto en el vaciamiento de nuestros campos, que desgraciadamente no vamos a lograr parar, aunque quepan acciones correctoras, como en dar soluciones a los otros desafíos mencionados con políticas inteligentes y suficientemente financiadas. Afortunadamente, algunas comunidades han empezado a dar salidas a estas apuestas, pero nos falta una política nacional que defina estrategias comunes y financie las acciones a emprender. Solo así permitiremos que ese invierno (o verano) demográfico se convierta en primavera.

  • Rafael Puyol es presidente de UNIR