Fundado en 1910
En Primera LíneaJavier Junceda

Fukuyama y la diversidad

«La libertad es un buen caballo para cabalgar… pero hacia algún sitio». Y ese lugar es justo al que dirigen las ideologías basadas en criterios morales sólidos, fundados en el método de prueba y error consolidado a lo largo de los siglos

Como las sociedades son cada vez más diversas, para qué molestarse en encauzarlas hacia mejores derroteros, parece dar a entender Francis Fukuyama en su última obra. En su apuesta por un liberalismo de tono humano, el pensador de Chicago se afana en el liberalismo y sus desencantos en desentrañar los desafíos que enfrentan las democracias contemporáneas y las causas por las que los derechos y libertades llevan menguando en el planeta desde hace décadas.

Algunos de esos motivos que apunta son incontestables: a medida que nos acostumbramos a la plácida y próspera vida del régimen liberal, tendemos a dejar de valorar la paz y el orden que procura, anhelando nuevas perspectivas, aunque conduzcan a monumentales berenjenales.

También puede compartirse el progresivo abandono que denuncia de las esencias de esos sistemas, como la erosión del principio de legalidad a la hora de limitar al poder ejecutivo, considerado cuasi absoluto por su legitimidad electoral. O el olvido generalizado de que no existe modelo económico capaz de competir con el regido por el libre cambio.

Recuerda Fukuyama que, desde 1800 hasta hoy, la producción por persona en el mundo liberal aumentó en casi un tres mil por ciento, disfrutando los trabajadores de unos niveles de salud, longevidad y consumo que jamás estuvieron al alcance ni de las élites más privilegiadas del pasado. Ejemplo de ese rotundo éxito se constató hasta en China, cuando permitieron a sus campesinos quedarse con parte de las ganancias de sus parcelas familiares en lugar de trabajar en granjas colectivas: la producción de trigo paso de 55 a 87 millones de toneladas en apenas cuatro años.

Y puede tener parte de razón cuando sugiere atenuar el ardor mercantilista y de reducción al máximo de lo público promovida por Reagan y Thatcher –y continuada después por Clinton o Blair–, ya que incluso la ortodoxia liberal enseña que los mercados sólo funcionan cuando están bien garantizados por Estados de derecho con capacidad suficiente para atajar abusos y hacer respetar regulaciones estables, acogiendo razonables prestaciones sociales.

Dicho esto, sostener que el liberalismo «neutral» en lo tocante a los valores acaba volviéndose contra sí mismo, se compadece mal con la decidida defensa que Fukuyama hace de la diversidad social como muro infranqueable ante el que debe perecer cualquier propuesta con tintes morales.

Lu Tolstova

Eso lo afirma, además, quien censura en su libro que uno de los riesgos de nuestras democracias viene dado precisamente por la ausencia de discursos racionales que conducen a páramos en los que «nada es verdad y todo es posible», algo del todo cierto.

Tal vez Fukuyama considera que los planteamientos políticos que incluyan contenidos morales son, en sí mismos, irracionales. Si así fuera, nos debería entonces aclarar por qué considera justificada la crítica conservadora a las sociedades modernas por ser cada vez más laxas en dicho terreno.

Al igual que sucede con otras censuras que advierte en el orden liberal –imposibles según él de corregir al no existir un modelo mejor–, en el caso de los pueblos que carecen de un horizonte moral común en torno al cual construir un futuro mejor, Fukuyama insiste en que su diversidad es hoy mucho más acentuada que nunca, por lo que intentar un rearme moral los polarizaría aún más, al resultar a estas alturas inviable «retrasar el reloj para restablecer» esa alternativa, salvo que se hiciera por la fuerza.

Es decir: el mantra de la diversidad sustituye a enfoques que puedan alimentar políticas perfiladas por creencias milenarias que han posibilitado que la civilización haya llegado hasta aquí, viene más o menos a decirnos.

Se comprenderá que un razonamiento así cueste ser compartido. Los ordenamientos liberales no están compuestos por meras proclamas indiferentes del sustrato moral en el que florecen. Y el ius cogens responde hoy a valores universales que la comunidad internacional considera fundamentales y por eso son de obligado cumplimiento, anclados en cimientos de indiscutible naturaleza moral.

Como dejó escrito Arnold hace siglo y medio, algunos liberales acérrimos continúan sin comprender que «la libertad es un buen caballo para cabalgar… pero hacia algún sitio». Y ese lugar es justo al que dirigen las ideologías basadas en criterios morales sólidos, fundados en el método de prueba y error consolidado a lo largo de los siglos.

  • Javier Junceda es jurista y escritor