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en primera líneaFernando Maura

Berta Valle, luchadora por la libertad

La crónica de Berta Valle se engarza como un arete más en la triste cadena del liberticidio que avanza en los países hermanados con España por la lengua, la Historia y la cultura

He tenido recientemente la oportunidad de asistir a un encuentro, organizado por la Fundación Naumann para la Libertad, con la comunicadora social nicaragüense Berta Valle, mujer del activista opositor a los Ortega, Félix Maradiaga.

Berta es una mujer valerosa, como corresponde siempre a las compañeras de los hombres perseguidos por sus ideas en los regímenes autocráticos que, por desgracia, abundan cada vez más en tantos países y, muy en especial, en los de habla española de la América Latina. A sus 36 años, Berta Valle puede además presentar una amplia hoja de servicios en favor de su comunidad. Directora ejecutiva de la Fundación Coen (dedicada a la prestación gratuita de servicios de salud y de la mejora de la educación en ese país), con anterioridad, la actual activista fue directora general de Vos TV, una de las principales cadenas de televisión del país centroamericano, entre muchas otras actividades en el ámbito de la comunicación.

Como si la sombra del dictador Somoza –derrocado por el actual presidente de Nicaragua– le persiguiera de manera incesante, el exguerrillero sandinista se ha convertido en un sátrapa más en el elenco dictatorial que invade como una enorme y prolongada mancha de aceite las naciones de Iberoamérica. Prueba de ello son los 177 presos políticos que, según datos avalados por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, o CIDH, están censados en el país centroamericano. Carecen éstos de acceso a la luz diurna y no tienen posibilidad de leer ningún libro, ni siquiera la Biblia, de acuerdo con el conmovedor relato que nos hace Berta.

Uno de esos 177, es Félix Maradiaga, un académico y activista opositor al clan de los Ortega, que puede presentar también un brillante currículo. Fue secretario general del Ministerio de Defensa y, después, líder del grupo Unidad Nacional Azul y Blanco. Candidato a la presidencia de la República en 2021, posteriormente detenido y encarcelado por el régimen, Maradiaga es, además de un hombre de acción, un intelectual. Fue director del Instituto de Estudios Estratégicos y Política Pública, creador de la Fundación para la Libertad, miembro del World Economic Forum y del Aspen Global Leadership Network.

En su artículo, La enfermedad de la dictadura, publicado en 2009, Félix Maradiaga, expresaba admirablemente el proceso de consolidación de las autocracias latinoamericanas en general, y en Nicaragua en particular. Lo hacía con estas palabras:

Lu Tolstova

«Una de las principales amenazas a la vida humana es la resistencia microbiana; es decir, la inmunidad de virus, bacterias y microorganismos a los tratamientos antibióticos contra enfermedades infecciosas. Un virus resistente puede residir por años e incluso décadas en el huésped, esperando el momento en que las defensas de ese sistema estén tan bajas que le permitan tomar control absoluto del mismo. Lo que hace que estos microorganismos sean tan letales, es que el sistema inmunológico no los reconoce como invasivos hasta que ya es demasiado tarde. Similarmente, varios sistemas políticos en América Latina han vivido una suerte de implantación pasiva de gérmenes autoritarios que más tarde que temprano adquieren, en el momento menos esperado, la forma de dictaduras. Tal es el caso del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua, que el lunes 19 de octubre de este año, cual tórsalo enquistado en la débil fibra democrática del país, salió de su cascarón».

El sistema que, en efecto, saldría de su cascarón fue el régimen dictatorial que encarna el dirigente sandinista, que ha sido –a decir de Berta Valle– financiado con 5.000 millones de dólares por la satrapía venezolana. Y al igual que ha ocurrido con los contradictores al régimen del país caribeño, recomienda la opositora nicaragüense que no dialoguen con el Gobierno, que es gestión «inútil», excepto para el sistema.

Un recuerdo cierto del 1984, de Orwell, se apoderaba de la reunión, cuando Berta Valle desgranaba su relato de calamidades personales sufridas por su marido y el resto de los presos de conciencia: el control omnipresente por el «Gran Hermano», y la «neo-lengua» –no sería extraño descubrir la creación, por ejemplo, de un Ministerio de la Verdad nicaragüense consistente en manipular la información para adaptar el pasado a los intereses del régimen–. Las prácticas despóticas de Daniel Ortega ya han sido inventadas y practicadas en muchas ocasiones y diferentes países.

Describía la mujer de Maradiaga, cuya voz se quiebra en los momentos de mayor intensidad emocional, los casos de «tortura blanca» en la Nicaragua actual; un suplicio consistente en la agregación de tormentos como el hambre, la incomunicación y la ausencia de tratamiento de las enfermedades de los reclusos. La crónica de Berta se extendía en detalles sobre la alimentación podrida que les proporcionan, el régimen permanentemente observado por los guardianes a las visitas y la carencia de medicinas para reducir la hipertensión de Maradiaga, que resultan suficientemente expresivos del extralimitado carácter de crueldad practicados por la dictadura.

Y todo ello amparado y dirigido, no por los exguerrilleros sandinistas, menos duchos en el arte de la conservación del poder que sus amigos cubanos, que son quienes asesoran y tutelan el ejercicio del despotismo nicaragüense. Cuba, una vez más, en el eje del diseño del control y el ejercicio de la opresión, como en Venezuela.

La crónica de Berta Valle, como la de su amiga Lilian Tintori, mujer del líder político venezolano Leopoldo López, se engarza como un arete más en la triste cadena del liberticidio que avanza en los países hermanados con España por la lengua, la historia y la cultura; y nos interpela a que salgamos de nuestro espacio de comodidad o de nuestros problemas endogámicos; porque la libertad no es un factor divisible.

  • Fernando Maura es director del foro LVL de Política Exterior