Más allá de la anécdota
Sánchez construyó el sanchismo y el sanchismo lleva camino de destruir España. Al menos la España de la democracia y la Monarquía parlamentaria que recoge la Constitución
Cada vez encuentro a más amigos, entre ellos socialistas consecuentes, que se confiesan asqueados por la realidad que vivimos. En conversaciones acaso inútiles tratamos de saber cómo hemos llegado a padecer y sobre todo a asumir tanto disparate. Los políticos, singularmente de esa izquierda radical que se autodefinió como «nueva», producen afirmaciones de grueso calibre, incluso delictivas, y lo más chocante es que no pasa nada. Ni la Fiscalía actúa de oficio ni el Gobierno pronuncia una palabra. Muchas veces tampoco reacciona la oposición, que parece considerar irrelevante lo que a menudo es grave y, además, abre caminos.
Pablo Iglesias, fracasado en lo que un día pretendió, afirmaba en una emisora de radio: «Con cinco tías como Isa Serra veríamos correr como gallinas a toda la Policía Municipal de Madrid. Isa me traería las cabelleras de todos ellos y Echenique y yo las quemaríamos en una hoguera con Arnaldo Otegi en Arralde». La tal Serra, colocada con un buen sueldo, fue condenada por atentado contra la autoridad, lesiones y daños. En esa misma intervención, Iglesias contó con pelos y señales cómo se produjeron los delitos por los que fue condenada la actual asesora de la ministra de Igualdad y compañera en la excursión a Nueva York pagada con dinero público.
Pablo Echenique, citado por su antiguo jefe en aquella ocasión, se refirió recientemente al Rey Juan Carlos como «ese delincuente fugado». El Rey padre ni es un delincuente ni está fugado. Tampoco ha sido condenado nunca. Echenique no recuerda el asunto de su cuidador ilegal. Tras la acusación falsa del podemita tampoco hubo reacción ni política ni mediática. Aparte de la falsedad, las machaconas diatribas de Echenique suponen una cierta ingratitud. Fue acogido por una España democrática reinando Juan Carlos I en la que se atendieron, justamente, sus penosas circunstancias personales que no sé si hubiesen tenido igual consideración en su país de nacimiento. De hecho, leo que su discapacidad fue una de las causas por las que su familia emigró a nuestro país.
Otro motivo de inquietud que no se disipa en esta España orwelliana es la pertinaz decisión okupa de la Justicia por parte del Gobierno. En un nuevo episodio del culebrón viajó a Madrid el comisario europeo de Justicia, el belga Didier Reynders, y se fue sin conseguir sino buenas palabras y, eso sí, con un informe del Gobierno, ejerciendo nuevamente de oposición de la oposición, acusando a otros de lo que sólo él es responsable. Moncloa es experta en lanzar balones fuera. Reynders aclaró que Bruselas no admite «injerencias políticas» y que el sistema debe garantizar que los propios jueces sean quienes participen en la elección de sus representantes en el CGPJ. «Si el sistema fuera válido no incidiría en ello el informe sobre el Estado de derecho», declaró el comisario europeo. Moncloa quiere renovar ya y a su gusto el CGPJ y darse cinco años, la permanencia del nuevo Consejo, para cambiar el sistema; aprovechándolo especialmente si no gobierna. Confío en que el primer partido de la oposición no acepte ese trágala. Aunque encontré blandengue a su interlocutor con Reynders.
Estas referencias a asuntos puntuales pueden parecer anecdóticas pero suponen un camino con metas más graves. Ya se ha visto algún síntoma. Despenalizar las injurias a la Corona y los ultrajes a España ha recibido los votos necesarios para tramitarse en el Congreso. Y esta vez con el apoyo del PSOE, que se opuso en ocasiones anteriores. Que ERC y Bildu presenten esa proposición de ley no extraña a nadie y tampoco que la apoye Podemos, pero la suma del voto socialista demuestra la deriva del sanchismo. Hoy no existe sino para evidenciar un radicalismo y un entreguismo suicidas. Sánchez no asume que no puede presentarse como socialdemócrata en Bruselas y como salvador del radicalismo comunista en España. Ya es bastante mensaje para la UE que seamos el único país en su seno con comunistas en el Gobierno.
En todos los países democráticos, sean monarquías o repúblicas, la figura del jefe del Estado recibe un amparo singular en las leyes, y los símbolos nacionales también. En España las pitadas al himno nacional, la quema de banderas nacionales o de fotografías del Rey están a la orden del día. Ocurrió en el reciente aniversario del esperpéntico e ilegal referéndum catalán, aquél en el que se admitió hasta el voto de Bob Esponja; se quemaron banderas de España y no hubo reacción. La pasividad de la Generalidad no extraña, no cumple su papel institucional, pero desde la Delegación del Gobierno no dijeron ni pío. ¿Cómo iban a inquietar el entreguismo de Sánchez? Recuerdo cuando Sarkozy suspendió un partido de fútbol porque unos alborotadores pitaron a La Marsellesa; desde entonces aquella decisión se hizo norma y se acabaron las pitadas.
Mis amigos y yo en conversaciones acaso inútiles seguiremos preguntándonos cómo España ha llegado a esta situación anómala. Acaso se deba a una mixtura de egolatría, falta de ideología, virtuosismo para la mentira, ausencia de creencia en España, olvido de la responsabilidad con todos y no con parte de los españoles y un componente patológico que no soy quién para diagnosticar. Sánchez construyó el sanchismo y el sanchismo lleva camino de destruir España. Al menos la España de la democracia y la Monarquía parlamentaria que recoge la Constitución.
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando