Fundado en 1910
en primera líneaJesús Fernández-Miranda

Supremacismo islámico

O los gobiernos europeos adoptan medidas eficaces frente al «supremacismo islámico», atajando de raíz la radicalización de sus defensores que arrastra a las juventudes musulmanas en Europa, o el conflicto final será inevitable

La crisis energética, la guerra de Ucrania y la Agenda 2030 están ocultando a la opinión pública un grave problema existente en Europa.

Me refiero al «supremacismo islámico», que se propaga entre los musulmanes de los países de la UE, y que supone la exigencia de los musulmanes de que su fe sea tratada con privilegios que no se reconocen a ninguna otra creencia religiosa, y ello sobre la base de considerar que su fe es la «única fe verdadera» y que cualquier comportamiento que se realice sin corresponderse fielmente a su Ley Divina o Sharía, debe ser condenado como una ofensa al Islam, como una conducta criminal por «islamofóbica».

La otra cara de la moneda es el absoluto desprecio y persecución por los musulmanes a cualquier credo, modo de vida o costumbres, distintos a los suyos, con un talante discriminatorio y totalitario que pone a los no musulmanes en la tesitura de ser considerados islamófobos por el mero hecho de vivir conforme a sus costumbres, fe o modo de vida.

En el año 1990 la 19ª Conferencia Islámica, formada por 45 países musulmanes, promulgó la «Declaración de Derechos Humanos en el Islam», como respuesta a la declaración de Derechos Humanos de la ONU de 1948.

En esta Declaración se establecen principios que son esclarecedores en relación con la filosofía de fondo que subyace en el Islam y en su relación con el resto del mundo.

Así, su artículo 10º nos dice:

«El Islam es la religión indiscutible»

Mientras que el artículo 22 añade:

a) Todo ser humano tiene derecho a la libertad de expresión, siempre y cuando no contradiga los principios de la Sharía.

b) Todo ser humano tiene derecho a prescribir el bien, y a imponer lo correcto y prohibir lo censurable, conforme a la Sharía Islámica.

c) Se prohíbe hacer un uso tendencioso de la información o manipularla, o que se oponga a los valores sagrados del Islam. Tampoco podrá publicarse nada cuyo objeto sea la transgresión de los valores, la disolución de las costumbres, la corrupción, el mal o la convulsión de la fe.

Lu Tolstova

La consecuencia es que la libertad de expresión y la libertad de información quedan sometidas a la Ley Coránica. Y puesto que «el Islam es la religión indiscutible», cualquier defensa de otra fe, o cualquier idea ajena a las enseñanzas de «el Profeta», no puede quedar amparada por el derecho a la libertad de expresión o información.

En cualquier caso, lo más grave de la Declaración es que afirma que «todo ser humano tiene derecho a prescribir el bien, y a imponer lo correcto y prohibir lo censurable».

Bajo esta norma se oculta el concepto islámico de la moral pública que equivale a autorizar a todo el mundo a fiscalizar la vida de su vecino y, en última instancia, a emprender particularmente la acción política represiva de «imponer lo correcto y prohibir lo censurable».

El académico francés Gilles Kepel, politólogo especialista en el Islam, prevé una guerra civil en Europa, pues un número cada vez mayor de jóvenes musulmanes con pocas perspectivas de empleo están conformando lo que él llama la «generación Yihad», cuyo objetivo es «destruir la sociedad europea occidental y democrática a través de una guerra civil para construir una sociedad islámica sobre sus cenizas».

La controvertida política de acogimiento de inmigrantes –en su mayoría, hombres jóvenes que, con la disculpa de la de guerra o la persecución política en sus países, vienen a Europa deseando mejorar su vida a costa de los ciudadanos europeos– es culpa, en gran parte, de Alemania y su excanciller la Sra. Merkel, como consecuencia del «complejo de racistas» aún no superado desde las persecuciones nazis a judíos y otras minorías étnicas, medidas que, además, ha impuesto a sus socios comunitarios.

Así mismo, ha contribuido al actual estado de cosas, la posición de las izquierdas marxistas, pues como ya nos dijo la intelectual rusa Nadiezda Mandelstam:

«La atracción de los comunistas por el Islam no es casual. El determinismo, la disolución del individuo en la sagrada militancia, el orden que aplasta al individuo. Todo eso les atrae más que la doctrina cristiana del libre albedrío y el valor de la personalidad humana».

Pero no pensemos, como la izquierda europea –toda ella, desde el comunismo a la socialdemocracia, de raíces marxistas– que la suma de factores como el crecimiento de la población musulmana en Europa, sus problemas de adaptación, o sus malas condiciones de vida, agravadas por la crisis económica, haya sido utilizada por los Gobiernos para crear un caos social que permita la instauración de un estado policial y el recorte de las libertades ciudadanas.

No.

La reacción de los Gobiernos europeos ha sido la cesión a las presiones musulmanas mediante absurdas legislaciones para combatir la «islamofobia», cuando la agresión a nuestras sociedades y nuestro modo de vida procede de los musulmanes y el «apaciguamiento» frente a los radicales musulmanes que nos recuerda la frase de Churchill ante los Pactos de Múnich de 1938, firmados por Chamberlain con Hitler:

«El apaciguamiento es lo mismo que dar de comer a un cocodrilo, lo único que se consigue es que crezca hasta el punto de que sea capaz de devorarte».

En definitiva, o los gobiernos europeos adoptan medidas eficaces frente al «supremacismo islámico», atajando de raíz la radicalización de sus defensores que arrastra a las juventudes musulmanas en Europa, o el conflicto final, al que se refiere Kepel, será inevitable.

No deberíamos estar dispuestos a aceptar el acoso por parte de los musulmanes que intentan imponernos su fe y su ley hasta lograr su total predominio excluyente; a la larga, millones de europeos algún día dirán basta, esperemos que democráticamente, porque si no lo acabarán diciendo con las armas, como prevé el académico Kepel.

Ténganlo en cuenta los propios musulmanes.

  • Jesús Fernández-Miranda es abogado