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En primera líneaJavier Rupérez

John Singer Sargent en España

Claro que Sargent no es solo España, pero, como ahora demuestra ampliamente la exposición de la National Gallery, no sería comprensible sin España. La que él vivió. La que el admiró. La que él pintó

Fue en 2010 cuando en el Museo del Prado coincidieron Las Meninas de Velázquez con Las hijas de Edward Darley Boit, obra del pintor norteamericano John Singer Sargent (1862-1925). Era sólo la segunda vez que la obra del americano, de dimensiones similares a la obra velazqueña, salía de su residencia habitual en el Museum of Fine Arts de Boston para visitar Europa. Antes solo lo había hecho en Londres, donde Sargent había residido la última parte de su vida. Y el espectáculo, dentro de los muchos y de alcance muy similares que el Prado ha ofrecido y sigue ofreciendo, era inolvidable: en la distancia de una corta mirada, las Meninas del XVII dialogaban con admiración no exenta de afecto con su reflejo del XX. Y frente a la complicada coreografía de las niñas cortesanas de los Austrias se alzaba, de manera tan risueña como informal, la mirada cómplice de cuatro adolescentes contemporáneas nacidas y criadas en el seno de la burguesía rica e ilustrada de los crecientes Estados Unidos de América. No hacía falta ser un experto en pintura para comprender que el lienzo de Sargent tenía toda su explicación e inspiración en el de Velázquez. No en vano, como el mismo Prado mostraba en el entorno de la exposición, Sargent había visitado el museo madrileño en 1897, cuando todavía no cumplía los veinticinco años, y en el archivo de la pinacoteca constan sus visitas como copista de la obra allí expuesta. Una de sus copias fue, precisamente, en formato notablemente reducido, Las Meninas. Otras siguieron los originales de el Greco y de Goya. El joven artista americano había pronto descubierto que una parte significativa de su inspiración se encontraba en la gran pintura española. Y por extensión en la misma España. No era el único discípulo en la tendencia. Ahí ya estaba situado su casi contemporáneo Manet e incluso, un tanto antes, Courbet e incluso Delacroix. Era, en una ligeramente distinta dimensión, lo que el hispanista americano Robert Kagan hace pocos años describió como «The Spanish Craze», la fascinación por España.

Mucho de ello queda recogido en la exposición que la National Gallery en Washington celebra actualmente, y hasta enero del 23, bajo el título «Sargent in Spain». Una investigación exhaustiva nos dice que el pintor visitó España siete veces durante su vida y que en sus recorridos por la patria común de todos los españoles no solo incluyó Madrid y Barcelona sino también Andalucía, Galicia, Castilla, y Mallorca, en todas ellas reflejando la cotidianeidad de sus habitantes o describiendo sus características peculiares, como las del pueblo gitano en las tierras andaluzas. Todo ello al óleo, en la acuarela, en el dibujo o en la fotografía, con una pasión por la luz, el paisaje, o la gente que hacen de sus obras un gran canto al realismo de la época. De ese que, no muy lejano, practicó también en su forma y estilo propios Joaquín Sorolla. La exposición añade una reproducción cuidadosa de los murales que Sargent pintó en la Biblioteca Pública de Boston, muchos de ellos inspirados en figuras religiosas o míticas de la iconografía hispana. Sin olvidar la sala dedicada en especial al flamenco en sus formas diversas y que preside con solemnidad un bello y gran retrato de la bailaora que en su tiempo fue conocida por «La Carmencita».

Lu Tolstova

Claro que, para ser completa, a la exposición le faltan la imagen de las cuatro hijas de Edward Darley, aquellas que el Prado supo recibir y agasajar, y el gran lienzo que también en Boston abre el Isabella Stuart Museum y que bajo el evocativo nombre de El Jaleo describe con fuerza tan lírica como épica una celebración flamenca que en su frente muestra la estilizada y atrayente figura de una bailaora en sus correspondientes faralaes. También de John Singer Sargent, por cierto, por si alguna duda hubiera al respecto. Una corta pero no por ello despreciable ocasión para acercarse a la bella obra del americano se encuentra en tres breves y bellos lienzos que atesora en su colección el museo Thyssen Bornemisza de Madrid, buenos aperitivos para conocerle mejor ahora en Washington, o siempre en Boston o también siempre, aunque no necesariamente en su relación con España, en el Metropolitan de Nueva York, allí donde se exhibe el retrato de aquella Madame X que en sus tiempos provocó notable escándalo porque mostraba demasiado al desnudo uno de sus hombros.

Claro que Sargent no es solo España, pero, como ahora demuestra ampliamente la exposición de la National Gallery, no sería comprensible sin España. La que él vivió. La que el admiró. La que él pintó. Con una fuerza lírica y con una arte pictórico digno de los mejores de su especie y profesión. Ahora mismo lo reconoce Sebastián Smee en el articulo que a la exposición dedica en el Washington Post: «Un maestro… Es quizás justo afirmar que, en general, no era un artista profundo. Estaba demasiado embrujado por la superficie de las cosas –Las hijas de Edward Darley Boit es una excepción–. Pero poca gente ha mostrado más sabiduría en el proceso de llevar la pintura de un lado para otro hasta que logra reflejar el aspecto y el tacto de las cosas. En cualquier caso, ¿no es el virtuosismo combinado con el aplomo una cierta muestra de profundidad?». Cierto. Para los pintores y para los que no lo son.

  • Javier Rupérez es embajador de España