Bienestar planetario
Cuando se piensa que lo principal son las palabras, lo que faltan son las ideas
Una prestigiosa Universidad ha decidido liderar, por fin, el bienestar planetario. Lo ha hecho además a lo grande, no limitándose a crear un simple observatorio, sino montando algo de superior enjundia: todo un comisionado (de comer), con sus dietas y trienios. Desconozco si en el negociado en cuestión se perciben sueldos astronómicos –por coherencia con su rimbombante nombre–, pero desde luego lo merecería a tenor de las altas responsabilidades que se le reservan sobre la sostenibilidad, la igualdad, la paz, los derechos humanos, la felicidad, la salud animal, la diversidad y el sursuncorda. Tiene que ser una inolvidable experiencia poder tratar con personalidades de tan elevadas aptitudes para abordar esos insondables dilemas terráqueos, lo que justo es reconocer que está al alcance de unos pocos. Sería un detalle que al menos pudiéramos conectar una cámara a su oficina para conocer sus esfuerzos cotidianos y que la humanidad pudiera tomar buena nota de tan excelsas prácticas civilizadas.
He leído que, entre las primeras iniciativas que proponen, figura la organización de un «mínor» sobre bienestar planetario, que parece ser un programa académico transdisciplinario, multidisciplinario e interdisciplinario especializado en el «planetary welbeing», que es lo mismo pero dicho en plan esnob. Apuesto que pronto avanzarán hacia una dieta planetaria repleta de ensaladas inclusivas, con aros de cebolla heteropatriarcales, semillas no violentas y mayonesa empoderada, con ligeros toques de ajo culturalmente balanceado.
Ocurrencias como estas coinciden con notables encrucijadas en las que el mundo anda metido. Mientras somos incapaces de divisar la salida del túnel energético, los desafíos económicos y sociales o el fin de las guerras existentes y las que vendrán, destinamos fondos y más fondos a ridículos proyectos de este tipo, siempre envueltos en cargantes jergas del agrado de legiones de neofílicos sedientos de novedades, aunque les traiga sin cuidado el beneficio grande o pequeño que puedan aportar.
Como insistía Javier Marías, hay bastante vanidad en estos planteamientos. Y ociosidad, me permitirán añadir. En lugar de centrarnos en los retos actuales, que es lo más complicado de hacer, la tendencia en multitud de terrenos pasa hoy por ingeniar realidades alternativas con apariencia de sesuda reflexión, cuando la mayor parte no son más que humo en estado puro. Un humo, además, saturado de logomaquia intelectualoide con infinidad de pies de página convenientemente regados de dinero público, porque no duden que detrás de estas extravagancias suele haber una pasta gansa que sale del bolsillo del sufrido contribuyente, directamente o en forma de requisitos para poder ascender en categorías laborales o docentes, después bien retribuidas.
En lugar de forjar grandes especialistas en derecho, economía o ciencias sanitarias, a través de las clásicas modalidades de aprendizaje de esas y otras materias, mantenemos entretenido al personal con estos bienestares planetarios y dentro de nada con la gobernanza multinivel y politransparente por la gloria de mi madre, como diría el recordado Chiquito. Cualquier cosa es ahora mejor que poner a formarse en una especialidad o a trabajarla con los sistemas serios que han dado su fruto, porque eso les huele a naftalina o alcanfor a los que se emperran a diario en contarnos películas para no dormir en lugar de ocuparse de lo fundamental.
Quienes nos han traído esto me da la impresión que son los mismos que venían a darnos lecciones sobre cómo se hacían las cosas. En política y en lo demás. Los que consideraban que había llegado el momento de pasar página de lo viejo, pese a que funcionara. Aquellos que se reunían en asambleas televisadas y vociferantes para censurar con brocha gorda lo que otros se cansaban de analizar con ahínco y ni con esas acertaban a encontrar la solución. El tiempo ha confirmado que esas proclamas no eran sino una genuina colección de flatus vocis, palabras huecas aunque se pronunciaran con ardor energúmeno y cautivaran al primero que se agarrara a un clavo ardiendo o anduviera despistado.
Cuando se piensa que lo principal son las palabras, lo que faltan son las ideas, sostienen los especialistas en lingüística aplicada a la sociología. Eso es lo que hemos padecido en los últimos años con esa insoportable neolengua orwelliana, que por lo visto se resiste a desaparecer del mapa y dejar de dar la vara de una maldita vez.
- Javier Junceda es jurista y escritor