Sobre Ana Botella y el feminismo a la carta
Para la izquierda en general y para el movimiento feminista en particular, las mujeres de la derecha, en realidad, no son mujeres de primera y no deben ser defendidas con el mismo ímpetu que a las de su cuerda ideológica
Trabajé para Ana Botella durante casi cuatro años, lo que duró su mandato como alcaldesa de Madrid entre 2011 y 2015. Primero como asesor de su gabinete, y más tarde como coordinador. Profesionalmente fueron los años más interesantes de mi carrera: conocí a gente increíble, aprendí mucho de política real e hice buenos amigos a los que sigo viendo con regularidad.
Y no, nunca he militado en un partido político. De hecho, esa fue una de las razones por las que Ana me contrató. Quería a alguien independiente en su gabinete que sacase el trabajo adelante sin estar atado a los requerimientos, muchas veces esclavos, de partido.
Mi predisposición respecto a lo que me iba a encontrar no era muy buena. Estaba harto de leer comentarios sobre asesores chupópteros y políticos abúlicos y pensaba que aquello iba a ser un poco como la ventanilla del inolvidable Vuelva usted mañana de Larra. Me equivoqué. Lo que descubrí en el Ayuntamiento de Madrid fue a un equipo bien preparado, motivado y muy inclinado al servicio público. De hecho, raro era el día en el que nos íbamos de la oficina antes de las nueve o diez de la noche.
Ana seleccionó para su gabinete a un grupo heterogéneo de personas a las que inculcó una máxima muy sencilla: dejarse la piel. Desde el primer día nos hizo comprender que los madrileños eran nuestros jefes y que nosotros simplemente estábamos de paso para servirles lo mejor que sabíamos y podíamos. Nos pidió compromiso y nosotros, sin duda, se lo dimos.
La persona de la que más aprendí fue del jefe de gabinete de Ana Botella, Diego Sanjuanbenito. Su devoción por la alcaldesa solo era comparable a su devoción por Madrid. Diego, entre otras muchas cosas, me enseñó el valor fundamental de la lealtad. Si teníamos la suerte de estar ahí era, primero, por lo madrileños y, segundo, por la alcaldesa, que era quien nos había nombrado. La única manera de agradecerle su confianza era matándonos a trabajar. Así lo hicimos.
Conseguimos un equipo muy sólido con el que daba gusto pasar las horas, y lo que comenzó siendo una relación profesional terminó convirtiéndose en amistad. Todos estábamos muy implicados con la alcaldesa y tratábamos de ayudarla lo mejor que podíamos. Pero fue muy complicado…
Desde el primer día la crucificaron por ser mujer del presidente Aznar. Daba igual que fuera licenciada en derecho por la Universidad Complutense, que en el año 1977 aprobara las oposiciones al Cuerpo de Técnicos de Administración Civil del Estado, que toda su vida profesional la hubiera dedicado a la función pública o que antes de ser alcaldesa de Madrid hubiese sido concejala del Ayuntamiento desde el año 2003. Todos los méritos de Ana Botella quedaban diluidos por la mezquindad simple de los carroñeros. Para la oposición, y por qué no decirlo, para muchos en su propio partido, era la «señora de Aznar».
Los ataques descarnados y violentos se sucedían día sí y día también. Los asaltos políticos en el Pleno del Ayuntamiento o en los medios derivaban por norma en acometidas personales contra ella, su marido e incluso, a veces, contra sus propios hijos. Todo valía. Y no solo eran políticos, muchos periodistas también se unieron a la escabechina mediática sin que les temblara el pulso lo más mínimo. Pueden comprender que a nosotros nos dolía mucho todo aquello.
Ana, sin embargo, mantenía siempre la calma e incluso se tomaba las críticas pérfidas con cierto sentido del humor. Restaba importancia a ataques tan hirientes que, les puedo asegurar, encolerizarían al mismísimo santo Job. Ella nunca se distrajo de su auténtico cometido.
Entonces supe lo que era la dignidad. Una dignidad callada y responsable.
Lo que sí me hubiera gustado es que esas personas que actualmente denuncian furibundos «violencia política» contra Irene Montero, hubiesen salido también en defensa de la alcaldesa de Madrid cuando era vapuleada impunemente por las mismas razones que hoy parecen aborrecer. Pero claro, la hipocresía es moneda de cambio corriente en política y lo que a mí me hubiese gustado, en realidad, poco importa.
Y es que, según parece, para la izquierda en general y para el movimiento feminista en particular, las mujeres de la derecha, en realidad, no son mujeres de primera y no deben ser defendidas con el mismo ímpetu que a las de su cuerda ideológica. Basta ver el trato machista y rastrero que diariamente dirigen a Isabel Díaz Ayuso para darse cuenta de lo que digo.
Por eso, me gustaría que este artículo sirviese para reivindicar a Ana Botella, una de las mujeres más íntegras que he conocido y que se fue tan discretamente como llegó. Eso sí, amortizando notabilísimamente la deuda que heredó en el Ayuntamiento, introduciendo medidas de eficiencia en la administración que siguen vigentes, implantando en Madrid el hoy imprescindible sistema BICIMAD, impulsando la colaboración público-privada en la capital para desarrollar todo tipo de proyectos como, por ejemplo, el polideportivo de Vallehermoso, promoviendo la «declaración responsable» para evitar las trabas burocráticas y proteger el emprendimiento y, en definitiva, ayudando a sanear el funcionamiento del Ayuntamiento de Madrid.
No está mal para «la mujer de Aznar», ¿no les parece?
- Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista