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en primera líneaJuan Van-Halen

La enmienda Leguina

Manifiesto mi apoyo, insignificante desde luego, a Leguina, y deseo que triunfe la verdad que, como nos señaló don Antonio Machado, no es su verdad sino la verdad

En este momento en el que Sánchez ha incrementado el trabajo de sus zapadores acelerando su más acreditada condición, la de demolition man, por la más que dudosa vía constitucional de las enmiendas, ha aderezado su gesta con la «enmienda Leguina» desde un expediente que le afecta, abierto hace más de un año. Y todo para suspenderle de militancia. ¿Y en qué se basa la relevante decisión? Naturalmente en una nueva mentira. El mentiroso patológico, el afectado por el trastorno de la mitomanía, aquel que miente porque se convierte en un hábito y le resulta imposible resistir el impulso de engañar, no duda de su razón. Supongo que lo cree también en su decisión de separar a Leguina del partido al que ha servido con lealtad y resultados envidiables.

Detrás del mentiroso compulsivo no siempre late el deseo de conseguir un beneficio. Suele mentir sin motivo. Dicen los psicólogos que el mitómano se expone a afrontar situaciones ridículas o a inventar historias insostenibles. Pero aunque el mitómano sepa que ha sido descubierto sigue mintiendo. El mitómano se siente raro cuando dice la verdad. Tiene la necesidad de mentir no sólo en las situaciones que puedan estar en su contra; también en los pequeños detalles aunque no gane nada con ello. Un detalle para Sánchez, nuestro mitómano de cabecera, es probablemente la «enmienda Leguina». No es un tema principal pero no puede dejar atrás su hábito.

Para esta «enmienda Leguina» que nada nuevo aporta a su acreditada condición de mentiroso patológico cuyas pruebas llenan internet y las hemerotecas, desde el incumplimiento de sus promesas electorales hasta sus socios, sus apoyos parlamentarios y sus últimas acciones, Sánchez encontró la colaboración de algún ministro parvenu en la política. Si Leguina se cae de su historia en el PSOE, le aplasta.

En este tiempo de políticos mediocres, lejos de los valores y de los buenos modos parlamentarios que conocí hace años, no me extraña que desentone Joaquín Leguina, un hombre preparado e inteligente, economista, demógrafo, profesor, estadístico facultativo del Estado, ensayista y novelista de éxito, consultor como demógrafo en foros de la ONU, la OCDE y el Consejo de Europa y doctor por la Universidad Complutense y la Sorbona. Y sin plagiar sus tesis. Concejal, diputado, presidente… No, el de los mediocres no es lugar para Leguina.

Paula Andrade

Dudo mucho que quienes le quieren expulsar del PSOE hayan leído una línea suya. ¿Para qué? Con el catón ideológico les basta. Yo, nada sospechoso de socialista, me he indignado con la maniobra ahormada por algún leguleyo del aparato. Traté a Leguina en dos etapas de mi vida. La primera, intensa, en plena salsa política siendo él presidente de la Comunidad de Madrid, el único socialista hasta ahora –más loca aún la decisión de separarlo de la militancia– y yo portavoz de Cultura de la oposición mayoritaria. Luego, en una segunda etapa, en mi condición de vocal del Consejo Social de la Universidad de Alcalá, que me había elegido doctor honoris causa y a la que me siento tan ligado. Leguina presidía y preside ese Consejo.

La decisión de Sánchez sobre Joaquín Leguina –porque detrás de la expulsión se adivina al gran jefe– es no sólo un disparate y un error; es una indignidad. Aunque debe saber este PSOE silencioso que perfecciona los radicalismos de Zapatero, que Leguina no es hombre que se achante. Ya ha anunciado que recurrirá.

¿Y cuál es la mentira en la que se basó el expediente incoado? El motivo es falso. Nicolás Redondo y Joaquín Leguina invitaron a un acto, no de partido sino de la fundación Alma Tecnológica, a candidatos a las elecciones del 4 de mayo de 2021. Acudió Isabel Díaz Ayuso. Y no se pidió el voto para nadie. Hubo una foto, eso sí. Y ya se sabe que al presidente le molestan las fotos en las que él no figura. Le encantan las fotos incluso cuando parece asistir a un baile de disfraces como en la cumbre del G-20 en Bali. Pero le cabreó la foto de Redondo, Leguina y Díaz Ayuso porque poco después las urnas colocaron al PSOE de Sánchez en el tercer lugar de la Asamblea de Madrid con el peor resultado que se recuerda. ¡Ay, las mayorías absolutas de Leguina! Por eso le expedientó y no lo hizo, o lo hizo sin consecuencias mayores, con Redondo.

Tras seis legislaturas del Senado y mi experiencia como testigo periodístico en alguna legislatura del Congreso, puedo proclamar que nunca asistí a una confrontación dialéctica tan brillante, y rigurosa, no exenta de dureza, como la que mantuvieron Leguina y Ruiz-Gallardón en el debate de la moción de censura que sufrió Leguina y perdió el PP por dos tránsfugas en sus filas. Siempre se habla de la desafección de dos diputados del PSOE en la investidura fallida de Simancas y nunca de aquellos tránsfugas del PP. Así se escribe la historia desde la ley del embudo, en la que Sánchez es un virtuoso. Leguina y Ruiz-Gallardón demostraron una valía parlamentaria sin fisuras que no ha tenido parangón si exceptuamos intervenciones de Rajoy, gran parlamentario también.

Manifiesto mi apoyo, insignificante desde luego, a Leguina, y deseo que triunfe la verdad que, como nos señaló don Antonio Machado, no es su verdad sino la verdad. Sin manipulaciones ni apellidos. Y si no, paciencia y barajar. La historia sigue.

  • Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando