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En primera líneaRafael Puyol

Las dos Españas

Todo el país, necesita un retoque demográfico a través de una política nacional e integral que actúe sobre las variables fundamentales: la natalidad, las migraciones y el envejecimiento

La población española ha experimentado cambios profundos en los últimos 50 años en todas las variables demográficas. La España natalista ha dado paso a la condición de país con una de las fecundidades más bajas del mundo en el que desde los años 80 del siglo pasado ya no se renuevan las generaciones. Por el aumento de la esperanza de vida nos situamos a la cabeza de las naciones con valores más altos, pero ello no impide el fuerte crecimiento de las defunciones debido al envejecimiento y que el exceso de muertes sobre los nacimientos provoque un saldo natural negativo. Las migraciones interiores, responsables en buena parte del reparto actual de los habitantes, se han ralentizado, pero hemos pasado de ser la España peregrina a situarnos a la cabeza de los territorios con mayor inmigración. Y, al mismo tiempo, hemos perdido nuestra condición de país joven para situarnos en el pelotón de cabeza de los países más «seniorizados». Todas las comunidades autónomas han experimentado esos procesos, pero con ritmos distintos que ofrecen un panorama con distintas tonalidades de grises, algo más claros en la España meridional, mediterránea e insular y más sombríos en la mitad septentrional y cantábrica.

Y todo parece indicar que esos contrastes autonómicos que introducen en el mapa una pequeña variedad se van a mantener. Eso es lo que nos dice la última proyección del INE (Instituto Nacional de Estadística) con horizonte para las comunidades en 2037.

Como está sucediendo en la actualidad la población seguirá creciendo, salvo en cuatro comunidades que junto a Ceuta y Melilla perderán población absoluta. Son Castilla y León, Asturias, Extremadura y Galicia. Las demás ganarán habitantes, aunque en proporciones bastante diferentes. Las Baleares incrementarán su censo en un 25 por ciento, mientras que Cantabria solo lo mejorará en un 1 por ciento.

La baja natalidad y la mortalidad creciente determinarán saldos naturales negativos en todas las autonomías, especialmente intensos en las cuatro regiones con pérdida absoluta de población. Solo en tres (Murcia, Baleares y Madrid) y en las ciudades de Ceuta y Melilla el balance es positivo

Paula Andrade

En auxilio de ese saldo natural asediado viene la caballería ligera de la inmigración procedente del exterior que (de mantenerse las tendencias actuales) va a tener balances positivos en todas las comunidades. Eso sí, con acusados contrastes según los territorios. Mientras que en Baleares el saldo positivo por mil habitantes será de 190,6, en Extremadura tan solo de 29,9.

En cuanto a la migración interior previsible tenemos un panorama singular. En términos relativos a su tamaño, Aragón, Cantabria y La Rioja serán los territorios que atraerán más población de otros lugares de España. En cambio, las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, la Comunidad de Madrid, Extremadura y el País Vasco tendrán los saldos migratorios interautonómicos más negativos. Dos, al menos, de los grandes focos tradicionales de atracción de otros españoles, el País Vasco y Madrid, se convertirán en zonas de emigración interior.

El panorama descrito deja entrever que también hay dos Españas demográficas, que como las de Machado, una se muere poco a poco y otra bosteza con una población languideciente y, aunque viva, da señales de enfermedad crónica.

La España que se muere, la que pierde habitantes año tras año, ocupa la mitad norte (Asturias y Galicia) y el centro- oeste del país (Castilla y León y Extremadura). En ella fallecen más de los que nacen y aunque tiene un saldo migratorio favorable, su exigüidad no logra compensar el balance natural negativo. Cada vez menos habitantes y cada vez más viejos y menos jóvenes, lo que sin duda va a agravar su anorexia poblacional. La España que languidece cubre la inmensa mayoría del territorio nacional. La diferencia crucial con la que muere es que, aunque poco, la población sigue creciendo y ello, fundamentalmente, gracias a la inmigración, ya que el saldo natural con muy pocas excepciones es desfavorable. Pero ese crecimiento no impide que la población envejezca, si bien las proporciones resultan algo más moderadas que en la sometida a la involución. De este panorama de endeblez demográfica se liberan pocas regiones. Casi las únicas excepciones son los dos archipiélagos, particularmente el balear, la Región de Murcia y Madrid. En ellas los dos saldos, el natural o vegetativo y el migratorio, son positivos y el envejecimiento algo más moderado, aunque sus valores sigan siendo altos.

Todo el país, necesita, por lo tanto, un retoque demográfico a través de una política nacional e integral que actúe sobre las variables fundamentales: la natalidad, las migraciones y el envejecimiento. Si no definimos acciones para cualquiera de esos ámbitos y las dotamos adecuadamente, el país se nos va a ir de las manos.

  • Rafael Puyol es presidente de UNIR