Fundado en 1910
EN PRIMERA LÍNEAJuan Van-Halen

El tocomocho

Lo constatado es que nunca la víctima de un tocomocho cae de nuevo. Con una experiencia han aprendido. En el tocomocho político no es así

El tocomocho es un timo clásico que comenzó a principios del siglo pasado. Sólo precisa la intervención de un listo, necesariamente auxiliado por un colega o «gancho», y una víctima, cualquier ingenuo que se deje engañar. Ya saben: el listo enseña al ingenuo un billete de lotería supuestamente premiado que por un motivo u otro no puede cobrar y le ofrece cambiárselo por una cantidad infinitamente inferior al valor del premio. El colega del listo vence las dudas de quien será víctima que, tras leer la lista de números premiados convenientemente manipulada, se vacía la cartera. Es un timo tradicional de estaciones de ferrocarril y de fechas navideñas. Aunque cueste creerlo esta estafa todavía hoy les funciona a los pillos.

Hemos entrado en año electoral y la convocatoria a las urnas es escenario favorable para el tocomocho político. El listo, cuyo apellido es, por ejemplo, Sánchez, se apuntala en la mentira tanto como en el buenismo de sus víctimas. Muestra billetes de lotería falsamente premiados, en este caso convertidos en promesas electorales que no cumplirá porque no cumplió las precedentes, y esperará sin sonrojo el voto de los ingenuos, de las buenas gentes que se dejen embaucar y, desde una infinita paciencia, piensen «esta vez, sí» e introduzcan la papeleta deseada por el listo y sus «ganchos» que en este caso no es uno sino legión; el Consejo de Ministros y peones en todas las instituciones y organismos públicos «okupados» por los mentirosos.

Lo constatado es que nunca la víctima de un tocomocho cae de nuevo. Con una experiencia han aprendido. En el tocomocho político no es así y los ingenuos, mal informados, o ambas cosas, suelen comprar el billete de lotería falso más de una vez dejándose engañar acaso sin propósito de enmienda. Sánchez, nuestro campeón de la mentira convertida en forma de gobernar, confía en la amnesia de los españoles y por ello mostraba tanta urgencia en avanzar en sus tropelías ideológicas –algunas chocaron con el Tribunal Constitucional– antes de iniciarse el año electoral. Pero no ha sido así. No debe producirnos tranquilidad porque algo estará maquinando. No descansa.

Sánchez ha empleado el tocomocho desde su tesis doctoral. En la moción de censura, 2018, reiteró que el PP había sido condenado por corrupción y no era cierto. Se trataba de la manipulación de una sentencia, como dejaría claro el Tribunal Supremo. En España el único partido condenado por corrupción como tal partido es el PSOE –¿recordamos el caso Filesa, Malesa y Time Export?–. Y no menos graves son las condenas a los presidentes del PSOE Chaves y Griñán por los ERE de Andalucía. Griñán se va librando de la prisión por enfermedad grave pero Zaplana, del PP, ingresó en la cárcel, sin haber sido juzgado, aunque padecía leucemia. Zaplana ha pedido que Griñán no vaya a prisión. «La Justicia pierde su sentido cuando olvida las razones humanitarias», declaró elegante.

Paula Andrade

En las elecciones de 2020, otra vez el tocomocho de Sánchez. Dos días después de celebrarse y tras atacar a Podemos y reiterar en campaña que nunca pactaría con ellos, formó un Gobierno de coalición en el que los autoproclamados comunistas ocuparon una vicepresidencia y cinco carteras. Escuchar los videos de Sánchez en aquélla campaña electoral produce vergüenza ajena. Luego llegó su pacto preferente con Bildu –que también había negado– y con ERC, completándose la gravísima incongruencia de que el Gobierno de España se apoya y pervive gracias a quienes no creen en España.

Desde que Sánchez ocupa la Moncloa el tocomocho se ha convertido en su comportamiento habitual. Aseguró que nunca indultaría a los golpistas de 2017 y están en la calle, indemnes ante un gravísimo ataque a la Constitución y a la unidad nacional. Proclamó que no suprimiría el delito de sedición –él había considerado rebelión el intento de golpe en Cataluña– y lo ha suprimido. Negó que abarataría el delito de malversación, y ya hemos visto. Y podríamos estar en puertas del referéndum que le exigen los independentistas, lo que supondría una vulneración clara de la Constitución por más que lo quieran disfrazar. Si a todo ello se suma el intento de controlar el Tribunal Constitucional y el Consejo del Poder Judicial modificando toscamente leyes orgánicas, es evidente que vivimos un asalto a la Constitución por la gatera.

Otros sonados tocomochos de Sánchez son sus tretas para sumar votos repartiendo dinero público. Baja el IVA de unos alimentos que habían subido en los meses precedentes, lo que supone para el consumidor un ahorro de céntimos. Se excluyen la carne y el pescado. Reparte una paguita a los jóvenes y a las familias por una sola vez, y retira los veinte céntimos de rebaja en el litro de carburantes, con lo que los supuestos beneficiados pagan las nuevas dádivas gubernamentales. Pero no se devuelven a los ciudadanos los treinta mil millones extras que el Gobierno ingresó por impuestos e IVA, con precios subidos, durante los últimos meses. Con la inflación el ciudadano pierde, el Gobierno gana.

Y recordaré un tocomocho especial y último: el maquillaje de cifras de desempleados. El Gobierno dice estar encantado, pero sus cifras no incluyen como parados a los fijos discontinuos que cobran el paro, el invento de Yolanda Díaz que ahora declara desconocer su número. Superan el medio millón. De aplausos a la prestidigitación, nada. Para eso directamente al circo.

  • Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando