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En primera líneaJavier Rupérez

EE.UU., Brasil: dos años y dos días después

Trump tiene un fervoroso discípulo y responde al nombre de Bolsonaro, que no por casualidad ha escogido Florida para escapar de Brasil cuando su sucesor accedía a la presidencia

Fue el 6 de enero de 2020 cuando una turba cargada de violencia invadió el Congreso de los Estados Unidos. La Cámara estaba en aquel momento procediendo a la certificación de los resultados electorales que habían llevado a Joe Biden a la presidencia del país. El propósito de los golpistas, porque de un golpe de Estado se trataba, era impedir que el recuento llegara a su fin, permitiendo con ello crear una situación insólita: la que hubiera permitido que Donald Trump, notorio perdedor en los comicios, siguiera habitando la Casa Blanca. No era nuevo su propósito. Llevaba tiempo anunciando que las elecciones estaban trucadas y que, en realidad, era él el ganador. Olvidando que su carrera electoral no podía ser peor. En 2017 había llegado a la presidencia como resultado del complicado sistema que en el colegio electoral permite ganar a los que han perdido el voto popular: Hillary Hilton le había superado en este último por más de tres millones de votos. En 2018 el Partido Republicano de Trump había recibido una sonora derrota en las elecciones de «medio mandato». En 2020 no sólo el colegio electoral le daba la victoria a Biden. El voto popular le había otorgado una distancia de más de siete millones de votos. Pero Trump no estaba dispuesto a cejar en su empeño: según él, las elecciones habían sido falseadas y en realidad él era el ganador. La turba que invadió el Congreso, ante el horror y la estupefacción de propios y extraños, no hacía otra cosa que cumplir con sus deseos e instrucciones. La «gran América» que el trumpismo prometía no estaba dispuesta a parar ante banalidades tales como la Constitución o la ley. Aunque para ello fuera necesario organizar un golpe de Estado.

Dos años después de aquel terrible espectáculo, el Congreso de los Estados Unidos, y las opiniones públicas locales y extranjeras, asisten a otro, que no por incruento tiene menos de insólito: los republicanos que, en noviembre de 2022, en las elecciones de «medio mandato», habían conseguido desplazar a los demócratas de la mayoría de la Cámara, no son capaces de ponerse de acuerdo en la elección de su presidente después de más de una decena de votaciones convocadas para conseguirlo. Ello impide que los nuevamente elegidos puedan tomar posesión de sus escaños y consiguientemente deja al país por el momento sin una de las dos cámaras en las que se articula su sistema legislativo. Y consiguientemente sin capacidad funcional. El espectador abrumado bien puede deducir lo evidente: el Partido Republicano en los Estados Unidos se ha ido convirtiendo en un elemento profundamente perturbador por lo que atañe a la normalidad constitucional y política del país.

Paula Andrade

Fueron los resultados del pasado mes de noviembre en las elecciones de «medio mandato» las que dirigieron a Trump y a sus seguidores un contundente mensaje. Frente a la supuesta «marea roja» que los republicanos predecían, sus resultados no pasaron de contener una cierta corrección: los demócratas mantenían la mayoría en el Senado y sus pérdidas en la Cámara no eran catastróficas. Trump, que había tomado parte activa en la campaña electoral, quedaba seriamente tocado. El partido no había obtenido los resultados previstos y la misma capacidad del expresidente para formalizar su candidatura a la elección presidencial en 2024 resultaba seriamente puesta en duda. Ahora sabemos algo más: esas elecciones de «medio mandato» han escarbado profundamente en la división republicana hasta conceder estado a una facción que, en un contexto claramente conservador, lleva sus planteamientos hasta extremos decididamente anticonstitucionales. No es necesario subrayar la satisfacción con que los demócratas contemplan el espectáculo. Porque en efecto, ¿cuáles serían ahora las posibilidades de que «ese» partido republicano, sea cual sea su candidato, pueda obtener la mayoría en las elecciones presidenciales de 2024?

Es ya tópico habitual entre observadores y politólogos más o menos ilustrados el referirse con preocupación a la creciente polarización que sufre la vida política y social norteamericana. Gran parte de la cual, por cierto, tiene un principal y claro, aunque no único, responsable en Donald Trump. Al que, por cierto, y no es casual, el conocido periodista británico, Gideon Rachman, lega a incluir entre uno de los protagonistas de su libro La era de los líderes autoritarios. En la compañía de Putin, Xi Jinping, Modi, Erdogan, Orban y otros colegas de similares fatigas. Otros de diferentes convicciones no faltarán en aprovechar la ocasión para señalar a los demócratas en sus sectores más dados a lo woke y a la destrucción de los convencionalismos heredados, y algo de razón puede no faltarles. Pero mientras tanto la contemplación del espectáculo republicano en los EE. UU. suscita asombro y preocupación. ¿Es ese uno de los dos elementos indispensables de bipartidismo patrio? ¿Hasta dónde pueden llegar sus responsables y adherentes? ¿Y cuál es el resultado consiguiente para la vida nacional e internacional del elemento que todavía sigue siendo la manifestación más poderosa y visible de lo que queda del internacionalismo liberal? ¿Tendremos que esperar otros dos años para averiguarlo?

Y mientras tanto nos llega Brasil. Como si el guión lo hubiera escrito el mismo Trump. La falacia del falseamiento electoral. La cuidadosa planificación del golpe físico contra los edificios de la institucionalidad constitucional. El propósito de conseguir que el perdedor en los comicios siga ilegalmente al frente del poder. La ausencia deliberada de los actos celebratorios en la toma de posesión del recién elegido y nuevo mandatario. La patente distancia verbal y física con la que el perdedor dice condenar los actos de violencia cometidos por sus declarados seguidores. Trump tiene un fervoroso discípulo y responde al nombre de Bolsonaro. Que no por casualidad ha escogido Florida para escapar de Brasil cuando su sucesor accedía a la presidencia. ¿Estará quizás recibiendo instrucciones en la mansión que su amigo tiene en Mar a Lago?

  • Javier Rupérez es embajador de España