Las valientes de la parte final de la lista
Aquella generación predicó con su ejemplo y nos transmitió una serie de valores ciudadanos entre los cuales estaba la valentía, la dignidad y la responsabilidad
Corría la segunda mitad de la década de los setenta y España entera vivía un proceso de construcción nacional que involucraba e importaba a todos los ciudadanos; estos participaron en distinto grado en aquel ejemplo de serenidad y de ese proyecto de ejercicio de la soberanía nacional. Los españoles se comportaron con verdadera conciencia ciudadana.
Hubo muchas personas que en aquellos momentos y coyuntura actuaron con una dignidad, honestidad y responsabilidad desinteresada digna de loa y encomio. Pero dentro de todo aquel nutrido grupo he de referirme a las que yo tuve más cerca y cuya actuación viví directamente.
En 1979 se celebraron las primeras elecciones a las Juntas Generales de Vizcaya, que integran la Diputación Foral y las primeras elecciones municipales de la democracia. Era necesario presentar candidaturas a Juntas y Ayuntamientos. Algunos serían elegidos; otros prestarían su nombre, para completar las listas quedando identificados y señalados en aquel entorno vascongado de los años del plomo. Mi madre, Blanca Gil de Biedma Alba, y mi tía Luz Orbea Muguiro, fueron dos madres de sendas familias numerosas que no dudaron en poner sus nombres para completar las candidaturas de UCD a las Juntas Generales. Sabían que por ir en el tramo final de la lista era imposible obtener el acta; pero las consecuencias en términos de quedar marcado, identificado y de riesgo personal eran semejantes.
Y eso se hacía con sencillez, con humildad, sin histerismos, cuidando que entre su numerosa y joven prole no se instalara el desasosiego, la zozobra o el miedo. No dejaron que los niños viviesen con angustia y se le daba a todo un toque de normalidad. Cuando en un cartel electoral, pegado en una pared de Las Arenas, los nombres de ambas mujeres aparecieron rodeados con una diana, le quitaron importancia, achacando ese detalle a una broma de los «gudaritos» que en el instituto nos rompían y tiraban las carpetas por llevar una bandera nacional. Incluso si algún día Joaquinete no había podido ir al cole, no era óbice para que la tía Luz le cogiese de la mano y se acercase con mi madre al cuartel de la Guardia Civil para dar el pésame por los habituales últimos caídos.
Además de lo mencionado hay que añadir que el marido de Luz, Gabriel Echánove, había salido elegido concejal de Guecho por UCD. Y mi padre previamente estuvo en el Ayuntamiento de Lejona, con aquellos denominados ayuntamientos del cambio promovidos por el entonces Príncipe y que en muchos casos fueron el núcleo de la posterior UCD del País Vasco; recuerdo a Ramón Churruca.
No pensemos que era sólo de una cuestión de dignidad y valentía personal y que el riesgo era algo lejano, no. Yo lo comprendí muy joven al vivir el secuestro y asesinato de Javier Ybarra, padre de una adolescente muy amiga nuestra. Las balas sonaban cerca, además de la muerte de diversos compañeros de partido, el tío Gabriel sufrió con dolor el vil atentado contra la vida de su gran amigo de la infancia Jesús Velasco, acribillado en la puerta del colegio de sus hijas. Y aquel hombre, ejemplo de bonhomía y motor de UCD en Bilbao que era Pedro Maura, perdió a su socio tiroteado una tarde camino del trabajo.
Pero no hablo de casos aislados. Aquel grado de compromiso, aquella responsabilidad y concepto de ciudadanía estaba más extendido de lo que, en la distancia, ahora pudiera parecer. He citado a personas cercanas. Pero podría hablar de muchos, como Gregorio Culebras, que soportaba miradas y comentarios miserables cada mañana en el autobús que le llevaba a su trabajo como albañil en la Central Nuclear de Lemóniz. O de Fernando Cantón que con su simpatía habitual se convertía en un posible blanco indefenso al encaramarse a un poste de Telefónica para cumplir con su trabajo. Sí, había una voluntad numerosa y humilde de ayudar y comprometerse con el proyecto nacional y de rodear al Rey D. Juan Carlos en su encomiable labor.
Desde luego, que aquella generación predicó con su ejemplo y nos transmitió una serie de valores ciudadanos entre los cuales estaba la valentía, la dignidad y la responsabilidad. Me gustaría creer que nosotros fuimos buenos alumnos pero dudo, sin embargo, que hayamos sido eficientes y productivos maestros para las generaciones siguientes a la nuestra.
Hoy no puedo evitar poner un mal gesto cuando, ante todo lo que acontece en la nación, escucho de personas próximas frases como: «Uy, prefiero no saber nada, que me pongo muy nervioso». ¡Vaya, qué contrariedad!
En este nuevo e importante año, tras las palabras de S.M. Felipe VI en Nochebuena llamándonos a todos a fortalecer las instituciones ante los desafíos a la nación de la que formamos parte, me gustaría sentir un cambio de actitud generalizado. Un nuevo y potente grado de compromiso ciudadano con la defensa de nuestros valores democráticos y un mayor y cálido abrazo de los españoles al Rey, verdadero baluarte de nuestros derechos y libertades. Todo grano de arena importa, y mucho; porque es preciso que, del pasado, recuperemos la mejor versión de nosotros mismos.
- José Antonio García-Albi Gil de Biedma es empresario