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En primera líneaRafael Puyol

¿De qué se mueren los españoles?

Las enfermedades del sistema circulatorio, seguida de los tumores se mantienen como las primeras causas de muerte en España. Y todo indica que así va a seguir siendo una vez superada la fase crítica de la pandemia

Dados los tiempos que corren uno podría pensar que fallecen prioritariamente de hartazgo, desesperanza, frustración, tedio u otras afecciones semejantes, pero aunque esas dolencias nos dejen maltrechos no logran acabar con nosotros. Lo he dicho otras veces: si no existiese la inmigración cada vez seríamos menos porque la natalidad sigue descendiendo y la mortalidad aumentando. Y esta última lo hace a pesar de que nuestra esperanza de vida al nacer no cesa de crecer. La razón está en el envejecimiento, es decir, en la acumulación progresiva de personas en las edades altas de nuestra pirámide que al ser cada vez más se mueren en mayores proporciones: en 2021 más del 60 por ciento de los fallecidos ya habían cumplido los 80 años.

En ese año, una vez superada la fase álgida de la pandemia aunque todavía bajo su influencia, fallecieron casi 451.000 personas, menos que el año anterior, pero más que el 2019, la etapa previa a la expansión del virus. Ya podemos reconstruir con cierta certeza cual fue en 2020, 2021 y el primer semestre de 2022 su incidencia mortífera. Directamente causadas por la plaga o por su influencia en el agravamiento de otras enfermedades se produjeron en ese periodo unas 128.000 defunciones, más de hombres que de mujeres y con una fuerte concentración en las edades altas. En ocasiones la covid actuó sola; en otras estuvo acompañada por complicaciones como la insuficiencia respiratoria o la neumonía, pero en ambos casos ha resultado inusual que una enfermedad infecciosa y por lo tanto exógena haya sido la principal causa de defunción (2021) en una época de fuerte predominio de las enfermedades endógenas como agentes sustanciales de los fallecimientos, superando incluso a ciertas dolencias cardiovasculares o tumorales.

Lu Tolstova

Si el análisis no lo hacemos por dolencias individuales, sino por grupos hace muchos años que las enfermedades del sistema circulatorio, seguida de los tumores se mantienen como las primeras causas de muerte en España. Y todo indica que así va a seguir siendo una vez superada la fase crítica de la pandemia. Son las dos ces mortíferas (el cáncer y el corazón) que juntas siegan la vida de más del 50 por ciento de los españoles. La tercera c, la carretera, con solo unas 1.600 defunciones solo supone el 0,3 por ciento de la mortalidad. Quizás la condición de muertes evitables, más que su importancia numérica, explica la acusada proyección mediática de esta causa. Es lo que sucede también con el suicidio, ciertamente la principal razón de muerte externa, pero que, con 4.000 fallecimientos, representa menos del 1 por ciento de los fallecimientos. No es un porcentaje muy elevado, pero estas muertes siempre serán demasiadas y lo más preocupante es que aumentan sobre todo entre los varones que protagonizan el 75 por ciento de los casos.

Tras las enfermedades del sistema circulatorio y los tumores vienen las enfermedades infecciosas y las del sistema respiratorio y digestivo, pero ya con porcentajes de fallecidos entre el 10 y el 5 por ciento. Y después se sitúan los trastornos mentales y del comportamiento que juntos suponen el 4,6 por ciento. Entre ellos situamos dolencias como la demencia o la enfermedad de Alzheimer que nos preocupan porque crecen también a medida que el envejecimiento se intensifica.

No hay variaciones sustantivas en cuanto a las principales causas de muerte entre las diferentes comunidades. En todas la mayoría de la gente se muere de lo mismo en particular de las enfermedades señaladas como vehículos preponderantes para abandonar este mundo. Lo que sí existen son alteraciones sustantivas en la intensidad territorial de las defunciones. Las tasas brutas de mortalidad más fuertes por cada 100.000 habitantes se dieron en el Principado de Asturias, Castilla y León y Galicia. En cambio, las más bajas las presentaron los dos archipiélagos. Esa distribución no tiene que ver con la existencia de hipotéticas diferencias en los sistemas sanitarios regionales, sino con la estructura por edades de la población. Ya lo he dicho, el nivel de envejecimiento condiciona intensamente la situación de la mortalidad de tal manera que las regiones más envejecidas son las que tienen las tasas más fuertes. Y, al contrario, las más jóvenes son las que poseen los valores más suaves. Eso además está acompañado por otro factor limitante del crecimiento interno. El envejecimiento no es solo un factor de sobremortalidad, sino también de baja natalidad lo cual dificulta su propia corrección.

  • Rafael Puyol es presidente de UNIR