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EN PRIMERA LÍNEAJuan Van-Halen

Ayuso y los otros

Ayuso se presenta a las elecciones con cartas ganadoras en la mano. Hay otros candidatos. Pero son eso: otros. Los demás. Como en una carrera ciclista: el pelotón

Esa suma de rostros desconocidos, de actitudes ignoradas, de idiosincrasia plural, de personas indeterminadas que llamamos «la gente», en este caso los ciudadanos con derecho a voto, custodian en su libérrima decisión de introducir una papeleta u otra en la urna nada menos que la formulación del futuro durante unos años. En su municipio, en su comunidad o en el conjunto de la nación.

El voto responde a impulsos diversos. No descubro la pólvora si afirmo que los programas electorales son los textos menos leídos durante las campañas. Sobre el tema puedo alzar algunas convicciones empíricas. En buena medida la decisión del voto se ha tomado antes de las campañas y, desde luego, antes de la jornada electoral. Influyen comúnmente, acaso como factor decisivo, la personalidad del candidato, sus hechos y el plus que supone su forma de manifestarse y de defender a los ciudadanos. Ello unido a la fiabilidad demostrada por las siglas bajo las que se ampara. Al tiempo que a favor se vota en contra, y cuentan los aciertos o disparates del equipo gobernante.

Durante muchos años he conocido desde dentro la política madrileña. En la oposición y desde el partido del Gobierno, siempre en la actividad parlamentaria. Llegué a la política con los deberes profesionales hechos. Ahora hay demasiadas biografías –el ejemplo paradigmático es Podemos– en las que el primer trabajo es el cargo público. A la política hay que llegar para desarrollar lo ya aprendido, no para aprender.

La política autonómica de Madrid me llevó a tratar con personas interesantes, inteligentes y preparadas de todos los partidos, con las que procuré entenderme; siempre fui partidario del acuerdo. Hice muy buenos amigos. El enfrentamiento no conduce a nada positivo. Por eso no entendí las tensiones maniqueas que eligió Zapatero ni el maniqueísmo desbocado y loco de su discípulo Sánchez; no es el socialismo que había conocido. Los 202 escaños de Felipe González en 1982 no hubiesen sido posibles desde el radicalismo; centró el mensaje y barrió.

Paula Andrade

A pocos meses de unas elecciones municipales y autonómicas se dan ya –estamos en campaña aunque no formal– las notas y condicionamientos que he señalado. El sanchismo improvisa candidatos con enorme riesgo. Ha llamado a Reyes Maroto, todavía ministra, que en su primera intervención, y ante Sánchez, no se sabía los distritos de Madrid, ciudad de la que quiere ser alcaldesa. Y Juan Lobato, candidato a la presidencia de la Comunidad, afirmó en el mismo acto que la crisis de 2008 se produjo con un Gobierno del PP, olvidando a Zapatero que, por cierto, con la crisis ya galopando aseguró que España estaba en la «Champions League» de las economías del mundo. Se ve que la mentira no es una estrategia nueva.

Traté a una Isabel Díaz Ayuso muy joven, cuando trabajaba en periodismo, su oficio, y luego como viceconsejera de Presidencia de la Comunidad y como diputada autonómica. Era ya una mujer muy activa, de ideas propias y decisión para defenderlas. En los días en que se barajaban nombres para encabezar la candidatura de la Comunidad comí con un viejo amigo de larga experiencia y buen olfato. Coincidimos en que Ayuso, de la que no se había hablado aún, sería una buena candidata; a ella nunca se lo comenté. Fue presidenta en 2019 porque supo pactar. Y en las siguientes elecciones, 2021, consiguió más apoyos que el conjunto de las fuerzas de izquierda; el PSOE fue tercera fuerza política y Pablo Iglesias se desfondó; otra buena noticia de aquellas elecciones. La espectacular subida de Ayuso fue consecuencia de su gestión.

Uno de los errores de Sánchez, y no menor, fue desde el principio atacar con saña a la Comunidad de Madrid tratando de dañar a Ayuso. Ella recogió el guante. No es persona que deseche los retos. Son más de una docena los procedimientos abiertos contra decisiones del Gobierno que afectan directamente a Madrid lesionando su autonomía. La izquierda y los sindicatos vicarios utilizan su artillería para que cualquier problema que afecta también a otras comunidades se centre en Madrid por mera manipulación política. Es otro error porque la gente vive el día a día y ya no comulga con ruedas de molino. Sánchez debería tenerlo en cuenta de cara a las generales.

He escrito que en unas elecciones se valora, acaso como factor decisivo, la personalidad del candidato. Sus hechos, su credibilidad y su forma de manifestarse y defender a los ciudadanos. De eso ha dado pruebas Ayuso respondiendo con energía y sin morderse la lengua a las campañas de evidente manipulación que ha padecido. Caídos los viejos señuelos ya ampliamente compartidos, la izquierda ha tenido que refugiarse en la política woke, radicalismo dogmático, contradictorio e incoherente. El ejemplo último es el bodrio jurídico de la ley del 'sólo sí es sí'. Ayuso ha soportado calificaciones insultantes –hasta de asesina– sin dar un paso atrás. El reciente acto en la Universidad fue penoso. La negación de los valores universitarios. Son los usos que el rico propietario de Galapagar trasladó a la Universidad desde los tugurios. Ahora declara que si triunfa el PP abandonará España. Otro aliciente para el voto. En Venezuela le esperan con la chequera a punto.

Ayuso se presenta a las elecciones con cartas ganadoras en la mano. Hay otros candidatos. Pero son eso: otros. Los demás. Como en una carrera ciclista: el pelotón.

  • Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando