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En primera líneaÁlvaro de Diego

Príncipe de la Concordia

Haciendo gala de su nombre, el conde de Concordia pretendió conciliar todos los saberes, movimientos y pensadores conocidos de su tiempo. También la ciencia filosófica podía ser hermana, que no hermanastra, del más alto de los saberes: la teología

Aseguraba Spengler que «cada época tiene su propio problema» y dicta a los seres humanos el estilo concreto de sus realizaciones vitales, de sus obras. La Florencia del Renacimiento alumbró banqueros gobernados por poetas que a veces tuvieron por primer juguete un cetro. Uno de aquellos juglares se llamaba Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494). Ese nombre evoca por sí solo el endecasílabo perfecto. Y con los de Ficino, Poliziano, Benivieni o Botticelli esmalta aquel primer y tupido promontorio toscano de sensibilidad e inteligencia. Desde aquellas colinas se precipitarían Leonardo o Miguel Ángel a las cumbres del genio.

No obstante, ninguna otra juventud se abrasó igual en el ardor de una promesa. Nunca como entonces un príncipe pudo convertirse en antepasado de sí mismo. Nacido el 24 de febrero de 1463 en el castillo de Mirandola, próximo a Módena, Pico perdió muy pronto, a los cuatro años, a su padre. Le educó su madre, llamada Giulia y hermana, cómo no, de insigne poeta. También ésta le dejó tempranamente huérfano, tan solo un año después de enviarle a Bolonia para estudiar Derecho Canónico. Con quince años Piccolo Pico (el cariñoso apelativo es de Alejandro VI, el papa español, sagaz y disoluto) hubo de labrarse solo un destino. Escribió así a su amigo Poliziano, que le introdujo en la Academia platónica creada por Ficino para los Médici. Lorenzo el Magnífico, precisamente, habría de librarle cierta vez de la prisión decretada por un marido burlado y cornudo.

Pico había tomado por feliz azada los libros, como el ratón de biblioteca que se aprovisiona a la sombra y en el silencio. Pero quiso arar en todo momento a la luz del día, pues la verdad se desvela a la intemperie. Y, en este sentido, nos legó un consejo para timoratos. No hay que temer a quienes «condenan y odian lo que no entienden», pues «los perros ladran siempre a los desconocidos».

Paula Andrade

Haciendo gala de su nombre, el conde de Concordia pretendió conciliar todos los saberes, movimientos y pensadores conocidos de su tiempo. También la ciencia filosófica podía ser hermana, que no hermanastra, del más alto de los saberes: la teología. Con proverbial agudeza nuestro hombre acercó a Platón y Aristóteles. Terció entre Scoto y Tomás de Aquino. Apegó a Dante con Petrarca, Desenredó el hilo que entrelaza al cristianismo con la Cábala judía. Todo sin desentenderse del auténtico Dios, que en la Revelación encuentra en Jesucristo el camino, la verdad y la vida. Pico no se apartó de la Iglesia y eligió por sudario el hábito dominico.

De su insolencia imberbe, de su casi párvula desenvoltura intelectual nos queda el gran empeño fallido de su corta vida. En diciembre de 1486 convocó el primer concilio filosófico universal. Desafiaba así a todos los sabios del mundo, ante los cuales defendería casi un millar de tesis universales, una mitad de autoría ajena (escolásticas, árabes, platónicas, aristotélicas, cabalísticas o caldeas), otra de confección propia. El convocante no había cumplido aún los 24 años. No era emperador ni era Papa. Y aquella primera gran reunión ecuménica y laica jamás llegó a celebrarse. La impidieron Inocencio VIII y el Papa Borgia. Sólo siete tesis fueron condenadas, apenas se censuraron seis. No motivó la clausura un raquítico uno por ciento.

Giovanni Pico della Mirandola tuvo un final trágico, pero no impropio de una existencia intrépida y distinguida. Murió envenenado el 17 de noviembre de 1494. Contaba entonces 31 años, 8 meses y 24 días. Aproximadamente tenía la misma edad la secretaria de Estado de Igualdad cuando asumió su cargo. Un diario más que centenario ha cometido el desliz de equipararla profesionalmente al príncipe de Concordia: «La filósofa que se hace notar a golpe de disparate». La «filósofa», cómo no, ha agradecido el lamentable exabrupto de una estudiante de la Complutense contra Ayuso. Cada época dicta a los seres humanos su propio estilo. Desde luego que las comparaciones son odiosas.

  • Álvaro de Diego es director del Departamento de Periodismo y Narrativas Digitales de la Universidad CEU San Pablo