El gulag de los 15 minutos
Votando bien podemos hacer que «la ciudad de los 15 minutos» sea solo un espejismo y que siga primando la libertad individual sobre los megaproyectos colectivistas orwellianos del ecologismo delirante
Imagínese que su madre enferma requiere de atención constante, y que, para ir a visitarla, tiene que acercarse conduciendo a un barrio totalmente alejado del suyo; o imagínese que usted ha decidido hacer la compra en un supermercado lejos de su casa, porque le gusta mucho la carne que venden, y tiene que ir a la otra punta de su ciudad para adquirirla; o imagínese que tiene que llevar a su hijo al pediatra dos veces al mes y que el médico que usted ha elegido vive a 25 minutos de su casa en coche.
A priori, cuesta poco figurarse estas actividades cotidianas, ¿verdad? Todos, en mayor o menor medida, tenemos que coger el coche o la moto para hacer un recado, ir al trabajo o para visitar a nuestros amigos y familiares. Ni nos planteamos la distancia. Simplemente cogemos el vehículo y vamos. Se trata de una conducta que tenemos tan interiorizada que ni siquiera hemos esbozado en nuestras cabezas la posibilidad de que algún día puedan impedírnoslo. Pero como decía el sabio, nada es permanente…
A lo largo de las últimas décadas se han ido aprobando decenas de normas que, sin darnos mucha cuenta, han restringido notablemente nuestra capacidad para decidir. La realidad es que ahora somos menos libres que hace veinte años. Los respectivos gobiernos que se han ido sucediendo en España y en Europa han ido introduciendo en nuestras mentes la idea de que los ciudadanos no tenemos el criterio suficiente para tomar decisiones serias y que, por tanto, son ellos y no nosotros los que deben asumir el mando de nuestro bienestar y devenir. Una situación que, por otro lado, hemos aceptado sin demasiadas pegas.
Pero todas estas normas que han mermado nuestra libertad se quedan muy pequeñas si las comparamos con la próxima medida que nos depara el futuro y que ya está en funcionamiento en fase de prueba en algunas ciudades de Europa. Se trata de la Gran Norma que lo abarca todo y por la cual pasaremos de ser ciudadanos medianamente libres a simple ganado encerrado en potreras sostenibles.
Me refiero, como no, al proyecto conocido como «ciudad de los 15 minutos», la última visión mesiánica del panorama verde que, sin que lo sepamos, comienza a dominar nuestras vidas y que despunta en todos los mentideros de las sectas medioambientales internacionales. Un plan que, de concretarse, supondrá el mayor atentado contra la libertad individual de la historia moderna y, a su vez, el mayor triunfo de la doctrina neocomunista de la Agenda 2030, cuyos objetivos se esconden tras el mantra del «desarrollo sostenible», pero no son más que una chusca coartada para desarrollar una agenda política global al servicio de intereses partidarios y, para muchos, subjetivos.
El proyecto, activo ya en ciudades tan relevantes como Oxford, pretende dividir las ciudades por distritos y restringir las veces que un ciudadano puede disponer de su propio vehículo para salir de su zona o distrito (con una multa por cada infracción, evidentemente). La idea de este macroplan de ingeniería social es que todos los servicios, centros de salud, colegios, comercios, parques, instalaciones deportivas, etc. estén a una distancia máxima de nuestra casa de 15 minutos andando o en bicicleta. De esta forma, supuestamente, los ciudadanos contaminaremos menos y reduciremos drásticamente nuestra huella de carbono.
Una ilusión que, a priori, puede parecer benigna, pero que no nos cuenta lo que perdemos por el camino. Y aquí volvemos al principio de este escrito.
Imagínese que todos los supuestos mencionados anteriormente no puede hacerlos con total libertad. Figúrese que una panda de políticos al servicio de no sé qué intereses decide por usted, por ejemplo, cuándo ir a ver a su madre enferma, dónde comprar su carne favorita o a qué médico tiene que llevar a su hijo. Y, además, imagínese estar monitorizado constantemente por la autoridad durante todo este proceso (habrá un régimen sancionador para los infractores), con el inevitable riesgo que supone para nuestra libertad e intimidad.
La buena noticia es que todavía estamos a tiempo de pararlo. Votando bien podemos hacer que «la ciudad de los 15 minutos» sea solo un espejismo y que siga primando la libertad individual sobre los megaproyectos colectivistas orwellianos del ecologismo delirante.
Solo espero que el dulce néctar de las mentiras no vuelva a atraparnos y que, de alguna forma, evitemos que nos encierren en gulags ecosostenibles con nuestro consentimiento. Si coartan nuestra libertad que no sea con una sonrisa amable.
- Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista