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En primera líneaJuan Díez Nicolás

La polarización

¿Dónde están los esfuerzos, en uno y otro escenario, por encontrar argumentos para la convivencia, y no para la destrucción del otro, cuando sabemos que esa destrucción total no es posible?

Casi todas las sociedades tienen ciertas características que, en mayor o menor medida perduran en el tiempo, muchas veces porque los propios individuos creen que se trata de lo que algunos llamaron «el carácter nacional», y que se aplica a ciertos territorios, como regiones, naciones, estados, etc. Recordemos entre nosotros el conocido libro de Salvador de Madariaga, Ingleses, Franceses y Españoles. La investigación social empírica ha demostrado que ciertamente hay modos de pensar y actuar en diferentes grupos sociales que son mayoritarios, y otros minoritarios, y que unos y otros proceden de las tradiciones de cada grupo social, de su historia, de las circunstancias de cada momento, pero siempre subrayando que no se tratan de absolutos, sino de más o menos frecuentes. No existe ningún tipo de opinión o comportamiento que se pueda predicar de todos los franceses, o de todos los árabes, o de todos los judíos. Se puede hablar de opiniones o comportamientos más o menos mayoritarios, pero nunca universales.

Los españoles no somos los únicos tampoco con tendencia a mirarnos «el ombligo», ni tampoco a ser alternativamente «chauvinistas» o «autocríticos», pasando de un extremo a otro como también observamos en otras sociedades nacionales o regionales. Es difícil defender que seamos los mejores ni los peores en nada, porque la evidencia lo demuestra de forma implacable. Lo mismo se puede decir de cada uno de nosotros, en cualquier rasgo que tomemos en consideración siempre habrá alguien que es más que nosotros, y siempre habrá alguien que sea menos que nosotros. Queremos autoconvencernos de que somos el mejor o el peor, tanto como individuos como colectividad, según nuestro ánimo. Y sabemos, además, cómo elegir el ejemplo que sirve para «demostrar» nuestra afirmación de ser los mejores o los peores, aunque es evidente que esa pretendida demostración no lo es en absoluto, al menos si se siguen las reglas elementales de la metodología científica.

Lu Tolstova

Me vienen estos pensamientos al hilo de la polarización social que parece describir la situación de España en estos momentos, polarización prácticamente en todos los ámbitos de la vida y la convivencia. Polarización por causa del género, de la edad, de la riqueza, del lugar de nacimiento, de la lengua, de la religión, de la preferencia política, etc. Quien me conoce sabe que soy un fiel seguidor de Unamuno, y de su aversión a las etiquetas, pues las etiquetas nos impiden pensar, reflexionar, pues la adopción de una etiqueta para referirse a algo o a alguien parece no requerir ninguna precisión adicional. El término inmigrante, por ejemplo, parece evocar la figura de una persona procedente de otro país que ha venido a España buscando trabajo y mejorar económicamente, y por tanto pobre, con bajo nivel cultural, e incluso con cierta proclividad a delinquir. Ciertamente hay inmigrantes que se ajustan a ese perfil, ¿pero todos? No parece que los ingleses o noruegos jubilados que se compran una casa en las Islas Baleares o en la Costa del Sol se ajusten a ese perfil en su totalidad, ni siquiera mayoritariamente. Lo mismo puede decirse de «los catalanes», los «valencianos», los «canarios», o de los ingleses, franceses y españoles.

La polarización múltiple que estamos experimentando en España, por otra parte, no forma parte de nuestro «carácter nacional», pues la vemos en casi todos los países y regiones. Parece formar parte de la situación mundial actual. Y, sin embargo, tampoco es cierto totalmente. En otros períodos de la historia del mundo ha habido polarizaciones, en casi todas las religiones ha habido polarizaciones. Casi todos aprendimos que en lo que denominamos nuestra «Reconquista», los reinos cristianos luchaban contra los reinos musulmanes. Pero cuando leemos a buenos historiadores, documentados, aprendemos que en muchas ocasiones reyes cristianos, aliados con reyes musulmanes, luchaban contra otros reyes cristianos o musulmanes, que a su vez tenían como aliados a otros reyes musulmanes o cristianos. Los científicos sociales, a veces, también podemos incurrir en ese error de excesiva generalización, pero generalmente matizamos para hablar de proporciones, o de probabilidades, o de relaciones causales no absolutas, siempre relativas y probabilísticas, pero no con pretensiones de afirmaciones absolutas.

Muchos políticos, sin embargo, parecen recurrir más frecuentemente a la generalización excesiva, con independencia de su orientación ideológica o partidista, como también hacen otros ciudadanos en determinadas circunstancias, como por ejemplo los «fans» de equipos deportivos. Es generalmente falso que los «nuestros» siempre sean los mejores, los que tienen razón, y que los «otros» sean siempre los peores, y que no lleven nunca razón. La polarización actual en el mundo, y en España, no es nueva, pero sí es cierto que ha habido situaciones en que la polarización ha sido menos violenta, porque se alcanzó un mayor nivel de consenso y respeto por las «reglas del juego», que no son sino las «reglas de la convivencia». Durante la «guerra fría» posterior a la II Guerra Mundial, aunque hubo alguna que otra guerra o confrontación localizada, como Corea, Vietnam, Budapest, Praga, Cuba, etc., hubo mayor consenso, posiblemente basado no necesariamente en el respeto sino en el temor mutuo. Durante la denominada transición en España también hubo un cierto consenso entre las denominadas «dos Españas». Esos consensos, y muchos más en la mayoría de los países, parecen haberse roto o ser más inestables en estos momentos. Lo importante es buscar las causas para tratar de encontrar las soluciones. ¿Alguien cree de verdad que lo que llamamos «Occidente» podrá imponerse o destruir para siempre a «Oriente», o viceversa? ¿Alguien piensa que en España la «derecha» eliminará por completo a la «izquierda», o viceversa? ¿Dónde están los esfuerzos, en uno y otro escenario, por encontrar argumentos para la convivencia, y no para la destrucción del otro, cuando sabemos que esa destrucción total no es posible? ¿Habrá que concluir que alguien, no digo persona, sino grupos con intereses muy concretos, buscan fomentar la polarización porque aspiran a conseguir algunos beneficios de la confrontación que suele seguir a la polarización, al mismo tiempo y en todas partes, como en la recién galardonada película en Hollywood?

  • Juan Díez Nicolás es académico de número de la Real de Ciencias Morales y Políticas