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En primera líneaFernando Gutiérrez Díaz de Otazu

Ceuta y Melilla

Me gustaría que estas líneas pudieran servir, humildemente, para llamar la atención de la comunidad nacional sobre la realidad de estas dos ciudades que forman parte, de manera inseparable, por infinidad de motivos, de nuestro acervo histórico y cultural

El pasado 23 de marzo se presentó en el Congreso de los Diputados el sexto Informe del Observatorio de Ceuta y Melilla, que, en esta ocasión, lleva por título La adecuación de las ciudades de Ceuta y Melilla a la organización y funcionamiento del Estado Autonómico y está redactado por el doctor en Ciencias Políticas D. Adolfo Hernández Lafuente. Se trata de una nueva aportación del Observatorio, que, creado en 2020 en el marco del Instituto de Seguridad y Cultura y bajo la magnífica dirección del profesor D. Carlos Echeverría Jesús, realiza actividades diversas para identificar, describir y divulgar los desafíos de ambas ciudades y proponer respuestas a los mismos. De esas actividades, la divulgación de los informes son, quizás, la más destacada, pero, como digo, no la única. Para el que pudiera estar interesado, que confío en que sean muchas personas, los informes pueden encontrarse en la página web del observatorio (www.observatorioceutaymelilla.org), que realiza una tarea impagable para dar a conocer la realidad de ambas ciudades, bajo el supuesto, en mi opinión acertado, de que el conocimiento general de dicha realidad por la ciudadanía española, no ceutí ni melillense, es, en términos generales, reducido.

Durante el coloquio posterior a la presentación del informe, brillantemente realizada por su autor, D. Adolfo Hernández Lafuente, uno de los asistentes al acto formuló una pregunta sobre una hipotética soberanía compartida sobre ambas ciudades entre España y Marruecos, a modo de eventual trueque en relación a una posible actuación semejante entre España y el Reino Unido en relación con Gibraltar. Esta pregunta, que, formulada en cualquiera de ambas ciudades españolas, supondría un escándalo relevante, como lo suponen las esporádicas declaraciones sobre esta materia de la exministra socialista María Antonia Trujillo, es contemplada con cierta normalidad, incluso bien intencionada, en algunos ambientes, no menores, de la península.

La notable diferencia existente entre ambos casos es que mientras Gibraltar es un territorio con estatuto de «territorio no autónomo», para la Organización de las Naciones Unidas, aunque el Reino Unido discrepe formalmente de esta calificación, que lo asemejaría a una colonia, si bien admite que el territorio de Gibraltar no es, propiamente, el Reino Unido y es por ello que mantiene conversaciones con España sobre la eventual evolución del futuro de Gibraltar, Ceuta y Melilla son propiamente España y no hay debate internacional alguno, al respecto, con excepción de las periódicas reivindicaciones unilaterales sobre su soberanía por parte de Marruecos.

Ambas ciudades, Ceuta y Melilla forman parte de España desde dos momentos históricos dispares pero lejanos. Ceuta desde 1580, como consecuencia de la unificación del reinado de España y Portugal en la persona de Felipe II, ya que había sido ocupada por Portugal en 1415, quedando como parte de España a la muerte de Felipe II, en 1640 y Melilla desde 1497, cuando una expedición española, enviada por el duque de Medina Sidonia, ocupó el territorio para España. Desde aquellas fechas, decenas de generaciones de españoles, originariamente procedentes de la península, han venido conformando y dando carta de naturaleza a la españolidad de ambas ciudades de manera que de ambas pueda decirse, en la actualidad, sin atisbo de duda alguno, no sólo que sean españolas, sino que son, propiamente, España. El proceso de su incorporación a la nación española no es ajeno, ni diferente, a la del resto de territorios de España, peninsulares y extrapeninsulares en el devenir de la Historia de las naciones para configurar lo que el mundo conoce hoy como España, en toda su extensión.

No tuve la fortuna de conocer físicamente Melilla hasta que, con cincuenta años de edad, el Ejército tuvo a bien asignarme la Jefatura de Estado Mayor de su Comandancia General, de la que me hice cargo en 2008. Desde entonces, por muy diversas razones, mi vida quedó estrechamente vinculada a Melilla, de la que no tenía un conocimiento preciso, pero sí vagas referencias de experiencias acumuladas por un sector no menor de mi familia durante la primera mitad del siglo XX. Mi contacto con Melilla me permitió profundizar en ese conocimiento e incluso entrar en contacto con familiares lejanos con los que nunca me había relacionado personalmente. Nunca agradeceré lo bastante la oportunidad que se me ofreció de conocer personalmente esta realidad histórica y social de nuestra nación, que representa la Ciudad de Melilla y sobre la que tantas cosas desconocía.

Lu Tolstova

A día de hoy, sé que Melilla es una ciudad con un acendrado espíritu de convivencia entre diferentes (desde el punto de vista étnico, cultural, religioso, social, político e incluso de procedencia nacional) que se esfuerza por proyectar hacia el futuro este legado recibido por decenas de generaciones de predecesores que han llegado hasta nuestros días afrontando, siempre, casi sin períodos de excepción, desafíos singulares por su ubicación geográfica y la confluencia entre mundos muy diversos que constituyen buena parte de sus retos, pero también la mayor parte de su riqueza. Aplico criterios similares, aunque, en este caso, por intuición y esporádicas visitas, a la hermana ciudad de Ceuta, que, con peculiaridades propias, como es natural, comparte con Melilla muchos retos similares, derivados, fundamentalmente, de su condición africana y de su naturaleza fronteriza con el vecino reino de Marruecos.

Esta semana que acabamos de finalizar ha hecho coincidir en ambas ciudades la celebración de la Semana Santa, por parte de la comunidad cristiana, con la celebración del mes de Ramadán, de la comunidad musulmana o la festividad del Pesaj de la comunidad hebrea, sin existencia de controversia alguna entre las diferentes comunidades, que, como ya es tradicional, hacen gala de sus creencias de manera mutuamente respetuosa y afectuosa, conformando lo que puede considerarse una realidad ejemplar para muchas otras partes del mundo en las que la convivencia no es tan amigable.

Me gustaría que estas líneas pudieran servir, humildemente, para llamar la atención de la comunidad nacional sobre la realidad de estas dos ciudades que forman parte, de manera inseparable, por infinidad de motivos, de nuestro acervo histórico y cultural: Ceuta y Melilla.

  • Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu es diputado nacional por Melilla del Grupo Parlamentario Popular