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EN PRIMERA LÍNEAAndrés Muñoz Machado

El capital más rentable es el menos conocido

El éxito económico, social, ambiental de los grandes países de nuestro tiempo se explica, en buena medida, por su alto capital social, en el que la cooperación y la colaboración son dimensiones esenciales

Es difícil que un plan se cumpla en todos sus extremos, a veces, incluso en partes importantes de su contenido. Las disposiciones jurídicas (leyes, reglamentos) difícilmente recogen las soluciones a todos los problemas que requieren su aplicación. Han de renovarse de tiempo en tiempo. Es muy difícil hacer una descripción perfecta del escenario o situación en la que nos encontramos y, casi imposible, establecer cómo va a ser su evolución. Así, como no se conoce bien el problema, el plan, que se propone para resolverlo, ha de tener, necesariamente, muchas imperfecciones.

Los expertos en planificación citan, una y otra vez, la máxima de un conocido general de la Segunda Guerra Mundial: «Lo importante no es el plan sino el proceso de planificación». Es tanto como decir que un plan ha de corregirse a lo largo de su ejecución.

Los especialistas en Administración Pública saben que, aun suponiendo que los reglamentos sean técnicamente perfectos, el modo más eficaz de paralizar el trabajo de un gobierno es la huelga de cumplir el reglamento, basta para ello que todos los funcionarios cumplan sus artículos con la precisión más exquisita que puedan.

Los planes han de ser adaptables, en el curso de su ejecución, para que los objetivos que se buscan puedan alcanzarse. Habría que preguntarse si esta realidad ha sido asumida, en toda su profundidad, por muchos políticos, economistas, gerentes, juristas, administradores. Conocer completamente una situación no es posible, como tampoco lo es trazar el mejor sendero para conseguir lo que se busca. Podemos ir corrigiendo el camino, a medida que andamos, asumiendo un importante factor de azar y de incertidumbre.

Cuando, en política económica, los países se copian los planes, entre sí, parecen no atender al hecho de que un plan, una política contiene siempre variables locales y, que si no se tratan adecuadamente, lo que da frutos en un país o región, puede no darlo o darlo menos, en otro. Lo que se hace en China o Estados Unidos no es tan fácilmente trasladable a Europa, y al revés.

La economía mejor dirigida necesita de algo más que de un planteamiento acorde con los conocimientos al uso, de una redacción cuidada de sus planes y políticas, de unos presupuestos conformes a las posibilidades del país, de un capital humano adecuadamente entrenado, de un capital físico que incorpore los últimos avances de la técnica. Necesita poseer algo, que es circunstancial, imprevisible, sujeto a la decisión de cada uno de los agentes del plan, de cada uno de los que intervienen en la producción del bien, de cada ciudadano, y que ha de estar disponible en cualquier momento que haga falta. Ese algo, tan íntimamente relacionado con el éxito final de un plan, de una fabricación, de un servicio, es la «buena voluntad» de colaboración de aquellos que están participando en su producción o prestación. El éxito depende de la «buena voluntad» de los intervinientes. El conseguirla es tarea de primera importancia, que corresponde al directivo de una empresa frente a sus empleados o a los dirigentes políticos frente a los ciudadanos. Esta «buena voluntad» es un resultado del capital social.

Lu Tolstova

El capital social se considera como el aglutinante activo que mejora y completa el valor de los demás capitales o factores de un país. Así, en el análisis de las economías nacionales, a los recursos, al capital físico y al capital humano, ha de añadirse el capital social.

El capital social articula las redes sociales donde se sitúan los individuos. Así la acción económica no se explica solo por motivaciones individuales sino que hay una acción conjunta, inducida por lo que se denomina el capital social. Los países ricos en capital social son también más productivos y disponen de más bienes para conseguir su bienestar.

Las fuentes donde se forma el capital social son: la familia; las asociaciones; los vínculos informales; los vínculos en el lugar de trabajo; el gobierno.

En Por qué fracasan los países, de Acemoglou y Robinson, sírvanos de ejemplo, cita empresas situadas en ciudades próximas, pero a uno y otro lado de la frontera entre dos países. Los resultados que obtiene una y otra, dicen los autores, dependen de en qué lado se instalen. Algo hay en el ambiente social que facilita más el éxito a un lado que al otro.

Los componentes del capital social se nutren de la colaboración. En la explicación de su papel, se parte de la convicción de que, para que con una tarea se obtenga el resultado deseado, no basta cumplir todo lo que la norma dice, hace falta que el operario, el ciudadano, ponga algo más con lo que se vaya supliendo todo aquello que en la norma falta. Nunca puede haber una norma completa, nunca se puede describir un trabajo, ni un problema de un modo completo. Hay multitud de pequeños detalles que el operario, el ciudadano, ha de completar. Este es el fondo de las necesidades de delegación, tanto mayores cuando más complejo es el puesto de trabajo, también el de la colaboración ciudadana. El trabajador, el ciudadano, ha debido ser educado en la colaboración, en el conocimiento de que el trabajo bien hecho supone algo más que el seguimiento estricto de la norma, del reglamento. El trabajador, el ciudadano, ha de comportarse de modo que contribuya a la buena marcha de la empresa, de la sociedad en su conjunto.

El éxito económico, social, ambiental de los grandes países de nuestro tiempo se explica, en buena medida, por su alto capital social, en el que la cooperación y la colaboración son dimensiones esenciales.

  • Andrés Muñoz Machado es doctor ingeniero industrial