Seguridad y defensa
Debemos de ser conscientes de la vulnerabilidad de nuestras sociedades y de la importancia que para el mantenimiento del necesario bienestar que queremos para nosotros y para nuestros hijos representa la garantía del sostenimiento perseverante de ambos principios
Existe una vieja controversia filosófica sobre lo que la seguridad y la defensa representan para una sociedad. Desde quien dice que la seguridad es de carácter interior y se encarga de analizar los riesgos y amenazas que se ciernen sobre la convivencia de una sociedad procedentes de fuentes internas mientras que la defensa hace lo mismo pero frente a amenazas externas, hasta quien dice que la defensa es una parte de la seguridad que es un concepto más amplio que el de la defensa.
Desde mi punto de vista, la seguridad representa una percepción que necesita ser satisfecha de manera fehaciente, mientras que la defensa es una de las muchas actividades necesarias para garantizar una adecuada percepción de la seguridad. En otras palabras, para percibir la seguridad, como necesidad básica a ser satisfecha, es necesario realizar múltiples actuaciones, entre las cuales se encuentra la defensa. Defensa que, a su vez, se descompone en múltiples actividades en diferentes entornos; el económico, el sanitario, el cultural, el alimentario, el físico y cuantos la búsqueda humana de la felicidad pueda identificar.
Desde este punto de vista, la seguridad se nos presenta como un bien intangible que, para ser garantizado, precisa de múltiples actuaciones por parte del hombre, una de las cuales, sin lugar a duda, es la defensa del bienestar físico.
Hace muchos años, la madre de una buena amiga, con la sabiduría que concede la experiencia de haberse visto sometida a penalidades durante una vida prolongada, no exenta de riesgos para su seguridad, me decía que, para ella, las inversiones en defensa militar eran iguales que las realizadas en atención sanitaria. Debían ser lo suficientemente elevadas para garantizar su eficacia y para que sus actuaciones preventivas hiciesen posible que no fuera necesario utilizar sus servicios en su forma más contundente.
Tras la finalización del período conocido como la Guerra Fría y tras el hundimiento de la alianza militar constituida por los países del Pacto de Varsovia, la ciudadanía de los países occidentales acometió un proceso de lo que se denominó la recogida de los dividendos de la paz y en todos ellos, en mayor o menor medida, se inició un proceso de reducción de los gastos en defensa en beneficio de otras partidas públicas que es necesario reconocer que han propiciado una mejora significativa en muchas áreas de bienestar de todos nuestros países, como la sanitaria, la de las obras públicas, la de los transportes, las tecnológicas, las comerciales y otras muchas.
Los descarnados episodios de violencia bélica convencional presenciados por los ciudadanos occidentales en sus televisores como consecuencia de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, han hecho despertar a nuestras sociedades de un pacífico sueño plagado de buenos propósitos en el que se creía, erróneamente, que en el área Euro Atlántica, especialmente en nuestro continente, habíamos alcanzado un estadio de paz perpetua que haría necesario reconsiderar la necesidad de nuestros dispositivos de defensa y los costes a ellos asociados, en perjuicio de los logros en otras áreas, ya mencionados.
Se llegó a poner en duda, incluso, la existencia de potenciales amenazas a las que pudiera ser necesario tener que hacer frente con recursos militares, por no mencionar los disuasorios recursos nucleares. Hoy ante la amenaza de esos recursos por parte de evidentes amenazas físicas, como la rusa, todo ese discurso parece desvanecerse.
No es novedoso en la historia que en prolongados períodos de paz se ponga en cuestión la necesidad de la existencia de recursos de defensa. Y ello se debe, en mi opinión, a que no atribuimos el valor suficiente en nuestras sociedades a los efectos disuasorios de disponer de recursos que puedan dar una respuesta a agresiones.
Sería como si una sociedad que viera reducidos los efectos de la delincuencia en el seno de la misma como consecuencia de una efectiva acción preventiva policial, optase por prescindir de los servicios policiales, obviando la influencia de su existencia en la reducción de los delitos. La consecuencia inmediata sería que los delitos volverían a incrementarse ante la impunidad en la que se desenvolverían los que tuvieran la tentación de imponer la ley de su fuerza.
Al comienzo de las hostilidades rusas contra Ucrania, el sueño de la paz eterna dio lugar a una reactivación de los esfuerzos de defensa por parte de todos los países del mundo. Se formularon propósitos de hacer frente a la evidente amenaza para todos los que representaban las actuaciones rusas y se promovió por parte de todos los países de la OTAN y de la Unión Europea, en cuyo seno nos encontramos, iniciativas de apoyo a Ucrania y de castigo a Rusia por la vulneración del derecho internacional que constituían sus brutales actuaciones. Se decía que una victoria de Putin es algo que los países occidentales no se podían permitir so pena de verse ellos mismos inmersos en un conflicto de funestas consecuencias.
En estos días en los que el conflicto en Ucrania parece anunciar un estancamiento y una prolongación en el tiempo que exigirán el mantenimiento del apoyo inicialmente comprometido con su causa, que es la nuestra, se alzan voces que ponen en cuestión el acierto de mantener dicho apoyo y la necesidad de alcanzar un acuerdo aún a costa de sacrificar ciertas exigencias, inicialmente irrenunciables planteadas por Ucrania, por Occidente y por las propias Naciones Unidas. Ello se ve reforzado y favorecido por las eficaces políticas de desinformación promovidas desde Moscú en nuestras sociedades.
Ello nunca debería poner en riesgo el culto al valor a preservar con más empeño por el conjunto de países que compartimos los valores inalienables del respeto a los derechos humanos, a las libertades individuales y a la existencia de un orden internacional basado en reglas, como es el de la cohesión entre todos nosotros.
Debemos de ser conscientes de la vulnerabilidad de nuestras sociedades y de la importancia que para el mantenimiento del necesario bienestar que queremos para nosotros y para nuestros hijos representa la garantía del sostenimiento perseverante de ambos principios: seguridad y defensa.
- Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu es diputado nacional por Melilla del Grupo Parlamentario Popular