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En primera líneaRafael Puyol

El edadismo: Biden contra Trump

El innegable y acentuado proceso de envejecimiento incorpora a los mayores al cuadro de honor de la marginación y les adjudica en él un lugar preferente. El edadismo se ha convertido en moneda de cambio de nuestra conducta

Vivimos muy obsesionados por la edad física de las personas. Cuando los medios de comunicación hablan de un individuo siempre dan sus años como si fuera un rasgo imprescindible de su personalidad: «Un perro muerde a un hombre de 60 años» o «una moto atropella a una señora de 70». El ofrecer este dato tiene, a veces, una intención puramente descriptiva, pero otras, sobre todo con las edades avanzadas, una connotación de menosprecio y hasta de justificación de lo inevitable como si fuera forzoso que un perro muerda a una persona de 60 o un motorista atropelle a una mujer de 70. El edadismo que podemos definir como la discriminación que sufren los seres humanos por razón de su edad es un rasgo cultural que impregna el comportamiento de nuestros ciudadanos. La más reciente manifestación de esta actitud es el anuncio de Joe Biden de querer presentarse a una nueva elección criticada por su mayor detractor Donald Trump que en realidad es cinco minutos más joven que el presidente y que menciona a los seniors como uno de sus grandes apoyos.

Ciertamente Biden ha cumplido 80 años, pero es preciso reconocer que a pesar de sus tropiezos y despistes mantiene la cabeza lúcida y dirige, con razonable eficacia, los destinos del gran coloso mundial. Y es que una cosa es la edad cronológica y otra la biológica. Ni que decir que hay viejos prematuros y mayores que se sienten jóvenes (y que lo son) hasta edades muy avanzadas.

A la gente, a Joe Biden también, hay que juzgarla no por los años que tiene sino por sus capacidades intelectuales y es preciso dejar de utilizar la edad como un arma, como un instrumento de descalificación sin matices. El «no te presentes, Joe» del grupo Roots Action Org. o el «Biden for Resident» alentado por Trump, son prueba de ese edadismo con el que juzgamos y tratamos a nuestros conciudadanos mayores.

Hay muchas clases de edadismo: laboral, digital, sobreprotector, excluyente, sanitario… que a veces es consciente y otras involuntario.

Lu Tolstova

El edadismo laboral se fundamenta en que una persona al cumplir determinada edad ya no resulta apta para el trabajo. En ocasiones esa edad es escandalosamente temprana y se sitúa en la franja de los 50/60 años. Los motivos esgrimidos por las empresas para propiciar esas salidas anticipadas no tienen casi nunca ni lógica, ni fundamento. No es cierto que los mayores quiten puestos de trabajo a los jóvenes en un mercado juzgado, erróneamente, de dimensiones invariables. Ambos pueden crecer y complementarse como lo demuestra el caso de tantos países de la Unión Europea, especialmente de los nórdicos. Pueden haber quedado desfasados, pero los senior pueden reactualizar fácilmente sus conocimientos y capacidades, incluidas las digitales. No son, como a veces se los define, analfabetos virtuales y desconocedores absolutos de las nuevas tecnologías que manejan de forma eficaz y suficiente. Es verdad que cobran más que los trabajadores juniors, pero esto tendría remedio si se le diese oportunidades de laborar a tiempo parcial, modalidad en la que muchos se sentirían cómodos y además sería un tránsito más razonable hacia la jubilación definitiva. Y no es cierto tampoco que a partir de una determinada edad se produzca una desmotivación que provoque la merma de productividad de un trabajador mayor. Los argumentos laborales del edadismo no solo carecen de soporte sólido, sino que minusvaloran aspectos muy positivos de la actividad de los séniors como son sus conocimientos, su experiencia o su capacidad relacional.

El edadismo laboral es una manifestación, quizás la más expandida, del edadismo excluyente, aquel que sostiene que a una determinada edad no se pueden hacer ciertas cosas. En ocasiones eta aseveración tiene sentido (una persona de 60 años no puede hacer los 100 metros lisos en diez segundos), pero otras no se fundamenta más que en un prejuicio, o una opinión desinformada.

Y todavía hay un edadismo que resulta más hiriente, el llamado sobreprotector, que refleja una actitud desmedidamente paternalista. O eres carne de cañón de un funcionario despiadado o tratado como un niño o un retrasado mental ( con todo mi respeto hacia estas personas).

Ciertamente la discriminación tiene muchos destinatarios: mujeres, inmigrantes, practicantes de un determinado credo o personas con una cierta inclinación sexual. Pero el innegable y acentuado proceso de envejecimiento incorpora a los mayores al cuadro de honor de la marginación y les adjudica en él un lugar preferente. El edadismo se ha convertido en moneda de cambio de nuestra conducta. Hay que cuestionarlo y combatirlo ante el riesgo de que se convierta en gerontofobia.

  • Rafael Puyol es presidente de UNIR