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En Primera LíneaJavier Junceda

Narragonia

Sin darnos cuenta, la necedad ha ido encontrando su lugar, afianzando su liderazgo, lo que ha alcanzado hasta las propias leyes y su aplicación, que no dejan de recoger genuinas paridas disfrazadas de sensatez y compostura

Narragonia es el país de los tontos. Hacia allí navegaban los que desconocían el largo centenar de consejos del jurista y escritor alsaciano Sebastián Brant. La Nave de los necios fue una de las obras más leídas por los centroeuropeos en época quinientista, aunque se conociera poco en España. Sus agudas consideraciones moralizantes, muchas de ellas basadas en el puro sentido común, influyeron poderosamente en autores posteriores, desde Erasmo a Foucault, Ortega o Baroja. Las ilustraciones de Alberto Durero resumen de forma magistral cada uno de los capítulos, que van desde la inutilidad de los libros que se atesoran pero no se leen a la educación de los hijos, pasando por el vicio de cotorrear, el de viajar por viajar o el de servirse de malos consejeros.

«Nunca fue creado necio más grande que el que no presta atención al futuro y toma lo temporal por eterno», escribe Brant en uno de sus celebrados cuadros. El poder de los zoquetes era para él muy preocupante, por la gran cantidad que podían llegar a alcanzar, lo que siglos después confirmaría el economista italiano Carlo Cipolla en su mordaz teoría de la estupidez, equiparándolo al peso de las principales organizaciones internacionales.

Como el número de tontainas es infinito, según san Jerónimo, el viaje a Narragonia era tumultuoso. No quedaba ni un hueco en el barco de Brant, repleto de gentes que se consideraban sabias pero que a diario incurrían en imprudencias de cajón o en desvaríos como pensar que se podía vivir sin dar un palo al agua, que podían prescindir de la corrección para criar a la prole o que la dicha y el poder duraban para siempre, olvidando que la rueda de la fortuna puede asomar cuando menos te lo esperas, porque «la desgracia y el cabello crecen todos los días» incluso para los calvos.

La práctica totalidad de indicaciones del ilustre humanista renano hace cinco siglos resultan aplicables hoy en cualquier parte del planeta. Y hasta está comprobado con cálculos estadísticos desde hace algunas décadas que no deja de aumentar la proporción de memos. Los primeros en detectar esa caída en el coeficiente intelectual fueron los noruegos, que descubrieron en los tests de inteligencia de sus soldados un retroceso respecto de resultados anteriores. Desde entonces, infinidad de centros de estudio avanzados de medio mundo han alertado de ese preocupante descenso de los porcentajes de razonamiento verbal, lógico o numérico, que no cesaban antes de crecer, debido a los avances en nutrición, educación o atención médica. Los últimos datos proceden de una universidad estadounidense, que apunta a una regresión significativa de las capacidades de los jóvenes entre dieciocho y veintidós años.

Lu Tolstova

Que este fenómeno de creciente estulticia guarde relación con el mal uso de internet no es descartable. Pero también debiera apuntar a la enseñanza, que por lo que se ve no está respondiendo a las expectativas de unas sociedades cada vez más sofisticadas y en permanente cambio. Las políticas educativas, además, han sido mediatizadas ideológicamente, provocando súbitas alteraciones en sus programas y contenidos, orillando la imprescindible continuidad que debieran experimentar estas cuestiones, sedimentadas en criterios sólidos e intemporales.

Así las cosas, que asistamos a espectáculos que producen auténtico bochorno en el escenario público, y que no susciten excesivo asombro, probablemente tenga su origen y explicación en esa Narragonia a la que no dejan de llegar más y más necios como en la nave de Brant, porque aquí ya hay más tontos que botellines.

Esta «idiocracia» en la que estamos inmersos, como en aquella comedia americana del mismo título que retrataba una humanidad estúpida e ignorante, ha saltado de la distopía a la realidad y en ella cabe encontrar no pocos desafíos del tiempo presente. Sin darnos cuenta, la necedad ha ido encontrando su lugar, afianzando su liderazgo, lo que ha alcanzado hasta las propias leyes y su aplicación, que no dejan de recoger genuinas paridas disfrazadas de sensatez y compostura.

Por lo que se ve, nada nuevo bajo el sol. Narragonia fue en el siglo XV lo que es en la actualidad, de modo que solo cabe retornar a las lecciones de Sebastián Brant y dejarnos guiar por sus doctas observaciones, que sirven para todo momento y lugar, España incluida.

  • Javier Junceda es jurista y escritor