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En primera líneaFernando Gutiérrez Díaz de Otazu

A vueltas con la defensa

El conflicto de Ucrania ha hecho cambiar muchos prejuicios y muchos apriorismos en buena parte de la opinión pública nacional

En el período postelectoral y preelectoral en el que nos encontramos, la actividad política parece restringida a la elaboración de listas de candidaturas y de conformación de coaliciones para afrontar el próximo reto electoral del próximo 23 de julio al tiempo que se avanza en la conformación, más o menos accidentada, dependiendo del lugar, de los gobiernos locales y autonómicos.

Lo que no se detiene, mientras esto ocurre en nuestro país, es el conflicto de ya muy larga duración, existente en Ucrania como consecuencia de la brutal e ilegal invasión de este país por parte de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa, el 24 de febrero del pasado año 2022.

El análisis de este conflicto en nuestros medios de comunicación se encuentra encuadrado en una sucesión de valoraciones y expectativas aportadas por numerosos expertos, que, a pesar del indiscutible rigor de la mayor parte de sus aproximaciones, no aciertan, como es comprensible, a pronosticar una conclusión previsible y «razonable» para tanta «sinrazón».

Lo que indudablemente sí ha hecho este conflicto ha sido provocar en la generalidad de la población una reflexión sobre el mundo de la seguridad y la defensa, que, hasta el desencadenamiento de las hostilidades en Ucrania y las terribles consecuencias que, en primer lugar, para ese país, pero en segundo lugar para el conjunto de la comunidad internacional, está produciendo este conflicto, no se consideraba ineludible en nuestras vidas.

Los expertos en defensa y seguridad de nuestro país llevan años tratando de promover una denominada cultura de defensa, al objeto de mantener al común de la población persuadido de que la defensa es una materia que nunca debemos dejar descuidada, si bien no ha sido así percibida ni siquiera por una parte relevante de la clase política. Sólo es preciso recordar, aunque, obviamente, incomode al presidente Sánchez, cuál era su percepción con respecto al Ministerio de Defensa antes de asumir responsabilidades de Gobierno, habiendo llegado a manifestar que, desde su punto de vista, podría ser uno de los ministerios prescindibles.

En todo caso, está claro que el conflicto de Ucrania ha hecho cambiar muchos prejuicios y muchos apriorismos en buena parte de la opinión pública nacional.

Lu Tolstova

Al comienzo de la recientemente clausurada legislatura, en marzo de 2020, durante la primera comparecencia de la ministra Robles ante la Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados, se debatió sobre el hecho de que en España habíamos volcado casi todo el esfuerzo de la promoción de la cultura de defensa en proyectar una imagen de las Fuerzas Armadas vinculada, casi exclusivamente, a la proyección internacional de los buenos sentimientos del pueblo español y el deseo de paliar los efectos de calamidades en otras zonas del mundo desde una óptica de mantenimiento de la paz, preferentemente en el ámbito de la asistencia humanitaria. Ello, se decía, producía el efecto colateral de no poder argumentar razonadamente ante los españoles la necesidad de dotar a nuestras Fuerzas Armadas de sistemas de armas modernos que garantizasen su capacidad operativa frente a amenazas reales o potenciales.

También se ponía sobre la mesa por algunos grupos en esas fechas la conveniencia de revisar toda la política precedente de relaciones comerciales por parte de nuestra industria de defensa con determinados países, que el Gobierno de Pedro Sánchez, se vio, igualmente, en la necesidad de matizar y reconsiderar frente a las posiciones maximalistas y poco pragmáticas con las que llegó al Gobierno, poniendo durante un breve período de tiempo en riesgo la continuidad de determinados contratos absolutamente esenciales para el sostenimiento de la carga de trabajo de determinadas empresas con un elevado número de trabajadores españoles.

El realismo impuesto por el conflicto de Ucrania con su impacto indudable en la perspectiva de la seguridad y la defensa por parte de la Unión Europea, el debilitamiento del papel de la ONU en la gestión de conflictos internacionales y el reforzamiento, por el contrario, del papel de la OTAN, han hecho que muchos de esos planteamientos se hayan visto revisados de una manera, en ocasiones, radical.

El asunto de la Defensa y de las capacidades operativas de nuestras Fuerzas Armadas y su capacidad de hacer frente a determinadas amenazas que hace dos años considerábamos remotas y hoy vemos como probables ha adquirido carta de naturaleza en el desarrollo de foros de debate, análisis de expertos y atención de las formaciones políticas, lógicamente, desde las diferentes perspectivas ideológicas, pero ya no es una materia «a no tratar». Es, de hecho, una materia ineludible de la que todo el mundo quiere, cuando menos, conocer.

Vamos avanzando desde el concepto de la «cultura de defensa», como digo muy vinculado a las operaciones de mantenimiento de la paz y la asistencia humanitaria, al concepto de la «conciencia de defensa», a través del cual nos adentramos, de una manera inevitablemente más realista, en la consideración de la defensa como un intangible con el que necesariamente debemos vivir al objeto de garantizar nuestra seguridad, como premisa indispensable para progresar en el desarrollo y en el bienestar de nuestras sociedades.

Una vez asumida la necesidad de esa actividad intangible, que, en muchas ocasiones no percibimos más que por sus efectos, acometemos el proceso de definición de las capacidades de las que debemos dotarnos para asegurar su ejecución de la manera más eficaz y eficiente posible y nos adentramos en el Ciclo de Planeamiento de la Defensa, orientado a dotar a nuestras Fuerzas Armadas de los recursos necesarios para garantizar nuestra seguridad. Ello incluye no sólo sistemas de armas y equipamiento, sino también medios para su sostenimiento, adiestramiento del personal para su empleo, infraestructura para acoger al material y al personal y medios para garantizar la preparación y el desempeño de los cometidos de todos y cada uno de nuestros profesionales con un alto grado de exigencia, pero también con las garantías de poder, al propio tiempo, mantener unas condiciones dignas de trabajo y de vida.

Un análisis que debemos realizar con rigor mientras seguimos a vueltas con la Defensa.

  • Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu es diputado nacional por Melilla del Grupo Parlamentario Popular