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En primera líneaRamón Pi

La lógica Forrest Gump

La nueva generación de legisladores cuenta con muchos devotos de la lógica Forrest Gump. Creen que tontos son los que hacen lo que a ellos les parecen tonterías, pero ellos nunca jamás hacen una tontería

En los últimos años los españoles hemos tenido que sufrir unos legisladores sumamente malos. No malos en el sentido moral (que también, de acuerdo con nuestra historia, nuestra cultura y nuestra tradición de siglos), sino sobre todo malos en la acepción de pésima calidad. Son unos legisladores afectados por una dramática ignorancia de los mínimos rudimentos del derecho, a los que en muchos casos añaden una ignorancia parecida en cuestiones elementales de geografía, ciencias naturales, física, historia y otras materias de pura cultura general de nivel de instrucción primaria, a los que hay que añadir defectos serios de prosodia, ortografía, sintaxis, concordancia y hasta de las cuatro reglas, que no es exagerado que más de algunos de estos legisladores que nos afligen merezcan el calificativo de analfabetos funcionales.

Si estas características se decoran con lo que podríamos llamar una verdadera diarrea legislativa, el panorama de la vida pública, las redes sociales y hasta del BOE resulta penoso, y necesitado de un trabajo ímprobo del Gobierno que tenga que sustituir muchas de estas normas con una dedicación rayana en lo revolucionario, y eso suponiendo que haya suertecilla, y que el equipo gobernante salido de las urnas el día 29 supere el nivel de Forrest Gump.

La cita del personaje de Winston Groom al que dio vida en el cine Tom Hanks no es gratuita. Muchas de las ideas fuerza de leyes muy ideológicas, concretamente la inclusión en el Código Penal del llamado delito de odio y todas las normas concomitantes con este nuevo tipo delictivo constituyen un ejemplo acabado de cómo no podría –o mejor, no debería, que poder, ya se ve que se podía– redactarse un precepto del Código Penal: la ensalada de conceptos jurídicos indeterminados, la vaguedad de las conductas descritas, la falsa apariencia de mención de todas las posibilidades imaginables de formas de delinquir «de odio» cuando bastaría una simple referencia a las circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal..., a qué seguir. En una primera ojeada, da la impresión de que estamos ante una colección de legisladores que se comportan como niños ignorantes que acaban de descubrir la sopa de ajo, pero la cosa tiene, en mi opinión, más calado.

Lu Tolstova

Jenny Curran pregunta en el autobús escolar a Forrest Gump: «¿Tú eres tonto o algo parecido?», a lo que Gump responde: «Mi mamá dice que tonto es el que hace tonterías». Esta es la almendra de la lógica Forrest Gump, según la cual el cien por cien de los seres humanos es tonto, puesto que no hay nadie que no haya hecho o dicho alguna vez una tontería. Yo mismo recuerdo algunas de las que he sido protagonista. Pero lo grave de esta lógica es que no distingue entre lo que es una persona y lo que hace o dice y que afecta a otros. «Tonto es el que hace tonterías». Este es el principio que justifica todos los totalitarismos. Hay una distancia importante entre lo que una persona es (lo que nos hace a todos iguales ontológicamente, por pertenecer a la familia humana) y su comportamiento (lo que nos distingue a unos de otros, porque a veces lo que se hace merece elogio, y a veces reproche).

La lógica Forrest Gump no distingue entre la dignidad de todas las personas (que nos iguala a todos, y de ahí el artículo 14 de la Constitución) y sus comportamientos (que pueden merecer aplauso o reproche, que nos diferencia a unos de otros y de ahí las leyes que premian y castigan según lo que cada cual haga). De acuerdo con lo primero, todos somos iguales en dignidad: el peor criminal tiene derecho a ser defendido en un juicio justo; queda abolida la pena de muerte; todo ser humano, por el hecho de pertenecer a la estirpe humana, tiene derecho a que no lo maten, a que no lo roben, a que no le mientan. De acuerdo con lo segundo, unos merecen premio o aplauso en forma de ayudas económicas u honoríficas, y otros merecen castigo en forma de sanciones económicas o incluso de pérdida de la libertad, pues unas conductas son respetables, y otras, no. Esto son los pilares de la convivencia civilizada. No todos los que hacen tonterías son tontos. Pero los que cometen tonterías castigadas por leyes justas deben asumir las consecuencias de sus actos.

Pues bien, la nueva generación de legisladores cuenta con muchos devotos de la lógica Forrest Gump. Creen que tontos son los que hacen lo que a ellos les parecen tonterías, pero ellos nunca jamás hacen una tontería. Confunden los deseos con los derechos. Son devotos de la ley del embudo, ancho para mí y estrecho para ti. No quieren crecer. Viven en esta forma de infantilismo a lo Peter Pan que a mí nunca me pareció un cuento para niños. Es urgente e importante apartarlos de las responsabilidades de gobierno, hasta que crezcan.

  • Ramón Pi es periodista