Frankenstein se muere
En un intento desesperado de mantener con vida el conglomerado de diez partidos que le sostiene en el poder, Sánchez ha recurrido a uno de sus creadores, José Luis Rodríguez Zapatero, el hombre clave de la alianza, hasta entonces impensable, con la izquierda radical, los separatistas y Bildu
La estrategia electoral del presidente del Gobierno se está basando hasta ahora en tres ejes. Los tres, equivocados. Cuando asusta con los pactos del PP con Vox, consigue concentrar el voto en los populares. Cuando emprende un recorrido por radios y televisiones, el titular lo da el entrevistador acusándole de mentiroso. Y cuando busca el apoyo de Rodríguez Zapatero olvida el balance desastroso de sus siete años de gobierno.
Con el primer eje trata de arrinconar al PP y a Núñez Feijóo en una supuesta extrema derecha anticonstitucional por sus pactos con Vox. Pero, con independencia de que se comparta o no el programa del partido de Abascal, es evidente que todas sus propuestas políticas las hace respetando el marco legal de la Constitución.
En España estamos viendo dos modelos de pacto: o crear un gobierno Frankenstein entregándose a populistas, separatistas y Bildu con un programa oculto, o negociar acuerdos de gobierno durante semanas y hacerlos públicos, como está haciendo el PP. Entonces hubo engaño y ocultamiento, y ahora las cartas están boca arriba y no se engaña a nadie. El resultado de la estrategia de Pedro Sánchez es que casi un millón de votantes socialistas se sienten engañados y han dejado de apoyar al PSOE. Ya ocurrió en noviembre de 2019, y las encuestas lo confirman.
El segundo eje revela la debilidad electoral que está percibiendo el equipo del presidente del Gobierno. Porque en los últimos cinco años ha desdeñado todas las invitaciones para ser entrevistado en medios de comunicación no afines, y desde hace tres semanas ha emprendido una peregrinación intensiva por esas televisiones y radios para, en un esfuerzo de última hora, arañar los votos de quienes ha estado ignorando desde 2018.
Pero el tercer eje es el más sorprendente: incorporar a José Luis Rodríguez Zapatero como asesor y escudero en los medios sin tener en cuenta sus siete años de mandato y la traca final de las elecciones de noviembre de 2011.
Zapatero reavivó los odios de la Guerra Civil y trató de reescribir en la España reconciliada lo que ocurrió hace casi noventa años falseando la historia. Buscó enfrentar a los españoles con el fin de sacar beneficio electoral de ese enfrentamiento. Recordaré un ejemplo. El 11 de febrero de 2008, cuando creyó que su entrevista en Cuatro Televisión había terminado, un micrófono abierto le jugó una mala pasada y dejó al descubierto su estrategia de enfrentamiento: «Nos conviene –dijo– que haya tensión […] yo voy a empezar a dramatizar este fin de semana […] nos conviene mucho». Odio y tensión. Fue un ataque frontal al pacto de reconciliación y sosiego que se alcanzó en los años de la Transición, tras casi dos siglos de guerras civiles y enfrentamientos cainitas.
Pero la medida de su torpeza en la gestión de los asuntos públicos la dio cuando estalló la crisis financiera en 2008, la más grave en casi 80 años. En los dos años siguientes se cerraron 250.000 empresas y fueron al paro tres millones de trabajadores, que dispararon el desempleo hasta casi cinco millones. Rodríguez Zapatero tildó de «antipatriotas» a quienes le pidieron que reconociera la crisis y le hiciera frente. La negó durante dos años. El desastre de las cuentas públicas provocado por esa crisis, para él inexistente, tuvo como resultado que solo en 2009 el Estado tuvo que pedir prestados 109.606 millones de euros, una media de 300 millones al día.
El 5 de mayo de 2010, Rodríguez Zapatero aún mantenía su negativa a reconocer la crisis y afirmó: «No es una buena opción acelerar la reducción del déficit». Pero una semana después tuvo que ir al Congreso de los Diputados para desdecirse y anunciar una reducción del gasto público de 15.000 millones en solo seis meses. Fue el mayor recorte social de la democracia en 31 años, que afectó a cinco millones de jubilados a los que congeló sus pensiones, a 2.800.000 funcionarios con la bajada del 5% de su sueldo, a varios cientos de miles de ancianos necesitados de asistencia, y a 400.000 nuevos padres que perdieron el cheque-bebé. La Unión Europea le había amenazado con cerrar el grifo de sus préstamos si no reducía su tren de gasto, insostenible para un país en el estado de postración económica en que estaba España.
El desplome inmediato de popularidad de Rodríguez Zapatero le obligó a acortar la legislatura en octubre de 2011, convocar elecciones anticipadas para el 20 de noviembre y anunciar que no se presentaría como candidato. Endosó a Alfredo Pérez Rubalcaba el lastre de sustituirle, y nunca en 34 años el Partido Socialista tuvo una derrota electoral tan rotunda. Pasó de 169 diputados en 2008 a 110 tres años después; y el Partido Popular consiguió mayoría absoluta con 186 escaños. El pueblo español le dio una patada a Rodríguez Zapatero en la espalda de Rubalcaba.
Aún así el entorno de Pedro Sánchez le considera «un activo de la máxima relevancia», porque por encima de todos sus fracasos como presidente, Zapatero fue uno de los muñidores clave de la alianza con la izquierda radical, separatistas y Bildu que ha permitido gobernar a Sánchez estos cinco años. Y reeditar ese pacto es la única esperanza que le queda.
Pero esta vez ni así va a conseguir sumar porque, como en la película, Frankenstein al final se muere.
- Emilio Contreras es periodista